Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Morena en el escenario
E

n el proceso electoral de este año tuvo lugar un grave fallo institucional que dejó como saldo inmediato una nueva cota de descrédito para los organismos encargados de organizar, vigilar y calificar las elecciones y la perspectiva de una nueva administración federal deficitaria en legitimidad. Dejó, además, a una importante porción de la ciudadanía ante la disyuntiva de dar pleno reconocimiento a esa institucionalidad política a la que no concede credibilidad o abandonar los caminos legales en su exigencia de una transformación de fondo en el país, tanto en lo político como en lo económico y lo moral. En la asamblea realizada ayer en el Zócalo de esta capital, Andrés Manuel López Obrador, candidato presidencial del Movimiento Progresista y a quien los resultados oficiales ubicaron en segundo lugar, propuso una vía para resolver el dilema: persistir en el desconocimiento de las instancias que se erijan con base en el reciente fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y avanzar al mismo tiempo en la consolidación del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), ya sea en la modalidad de asociación civil, que es su esatuto actual, o como partido político. En esa lógica, López Obrador anunció su separación, en los mejores términos, de los institutos que lo postularon, el de la Revolución Democrática, el del Trabajo y el Movimiento Ciudadano, hacia los cuales dejó abierta la disposición a caminar juntos.

La ruta propuesta por el político tabasqueño a sus seguidores implica un reagrupamiento de fondo en el conjunto de las izquierdas electorales, por cuanto plantea una organización y estructura propias para lo que es, sin duda, el principal y más numeroso polo en ellas, articulado no sólo en torno al liderazgo del propio López Obrador, sino también alrededor de un programa político definido y preciso: el Nuevo Proyecto de Nación. Ello conllevará un vaciamiento de los partidos establecidos, tanto de militantes como de contenidos programáticos, y los pondrá ante el desafío de reformularse, buscar perfiles ideológicos propios y definidos y cuadros y activistas para remplazar a los muchos que emigrarán a Morena.

En cuanto a éste, son muchos y mayúsculos los desafíos que tiene por delante: en primer lugar, deberá armonizar su rechazo a reconocer a las autoridades que se constituyan –a lo que las leyes no lo obligan, por cierto– con una participación política activa en instancias legislativas, estatales y municipales a las que acceda por medio de las urnas, por sí mismo o en alianza con otras organizaciones. Esto implica articular el trabajo legislativo y el ejercicio de cargos de representación popular con medidas de resistencia civil pacífica y desobediencia civil. Por añadidura, Morena debe avanzar en la definición de una política que le permita vincularse con los movimientos sociales tradicionales o emergentes que tan desdeñados han sido por las cúpulas de los partidos de la izquierda electoral, especialmente la perredista, y que sin embargo han cambiado en forma sustancial la conformación política de la sociedad, desde las resistencias regionales o sindicales tradicionales (Atenco, los movimientos populares oaxaqueños, las comunidades zapatistas, los sindicatos de electricistas y mineros) hasta el #YoSoy132. Un tercer desafío será impulsar, en todas las instancias, en las cámaras y en las calles, el postulado ético que el propio movimiento lopezobradorista ha adoptado como línea de demarcación: la renovación moral del país, de sus instituciones, de los partidos políticos, de los medios informativos y de la economía misma.

Para el conjunto de la clase política el lanzamiento explícito de Morena obliga a un realineamiento nítido en torno a asuntos capitales, empezando por las reformas estructurales que el priísmo se ha planteado como prioridades en su regreso al poder federal: el desmantelamiento de derechos laborales, la apertura de la industria energética al capital privado nacional y transnacional y el establecimiento de nuevos mecanismos fiscales que impulsen la concentración de la riqueza, todo ello en línea con los dictados del consenso de Washington, es decir, de los factores de poder que impulsan la profundización del modelo neoliberal en el mundo. La presencia de Morena en el escenario político y su rechazo frontal a tales modificaciones del marco legal habrá de inducir, en efecto, el despeje de las ambigüedades que en torno a estas cuestiones han mantenido diversas fuerzas políticas y corrientes y movimientos dentro de ellas, empezando por el PRD e incluso por el propio PRI.

En suma, los anuncios y las propuestas presentados ayer en el Zócalo apuntan a un reordenamiento general de las izquierdas y de los partidos en general y abren un cauce de acción concreta para los vastos descontentos sociales que dejó el reciente proceso electoral. Que sea para bien.