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Autor de palabra insurrecta

Hugo Gutiérrez Vega ingresa a la AML

El camino de salida va de la mano de la democracia
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Aspectos de la ceremonia en la que Hugo Gutiérrez Vega se incorporó como miembro de número de la Academia Mexicana de la LenguaFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Jueves 13 de septiembre de 2012, p. 4

Desde la fuerza de la poesía, la ingenuidad y la gracia, desde su observatorio para comentar las novedades de la patria –en muchos sentidos lopezvelardiano– y durante la ceremonia de ingreso como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), el poeta, ensayista y periodista Hugo Gutiérrez Vega dijo la noche del miércoles en una atestada sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes:

“Tal vez suene anacrónico o pueda parecer demagógico, pero a veces es necesario ser ‘como el tenor que imita la gutural modulación del bajo’ y decir palabras como patria, futuro y esperanza, aunque frente a nuestra cándida nariz rían los eternos polkos o se burlen los falsos cosmopolitas.”

De esa manera Gutiérrez Vega (Guadalajara, 1934) ponía un espejo más entre el pasado y el presente mexicano, entre La suave patria de Ramón López Velarde (1888-1921) –creación poética también surgida en tiempos de dolor– y la patria áspera de hoy, entre la poesía toda y la vida civil, política y social, e incluso entre el misterio que es cada poema creado y los esfuerzos interminables por explicarlo. Y si se quiere: entre la ética y el cinismo.

En estos tiempos dolorosos –alertó el director del suplemento cultural La Jornada Semanal y autor de la columna Bazar de Asombros–, agobiados por las más lacerantes contradicciones, por la corrupción, la violencia homicida, la pobreza extrema, la injusticia, la cháchara redentorista y el terrible crecimiento de los fundamentalismos, tenemos la tentación de abominar de la política, pero la vencemos, pues es doblemente peligroso desconfiar de todo y de todos.

Pero el tono de su discurso de ingreso a la academia para ocupar la silla XXXVI, que dejara vacante su amigo el poeta Alí Chumacero (1918-2010), era más bien celebratorio, como el mismo Gutiérrez Vega lo dijo. Por eso quizá prefirió mirar hacia adelante: El camino de salida va de la mano de la democracia, y abundó:

“Es este pueblo pobre y poderoso, el pueblo de esta patria ‘hecha para la vida de cada uno’, el que señala a las clases política y empresarial, a los partidos y a los intelectuales, la obligación de ser honestos, caritativos y tolerantes; en suma, discreta y apasionadamente patrióticos.”

Antes de leer su discurso, titulado La poesía y la novedad de la patria, Gutiérrez Vega dedicó sus palabras a la memoria del apenas fallecido erudito y escritor Ernesto de la Peña, de quien se despidió en el idioma griego, en el que ambos solían conversar. Buen viaje, querido amigo, le dijo.

Fueron muchos los poetas y pensadores que auxiliaron al poeta en sus reflexiones: los mismos López Velarde y Chumacero, Gorostiza, Montale, Eliot, Walcott, Lezama Lima, Campos, Neruda, Pellicer, Paz, González León, Huerta, Alberti, Reyes, Becerra, Sabines, González Martínez, Sor Juana, Voltaire, Vallejo, Elytis, Vicente Garrido, la canción y la cultura populares.

Muchos de ellos le enseñaron que una de las virtudes esenciales del poema es la sinceridad, pues de ella nacen las palabras y se expresan las sensaciones. Sin embargo, aseguró con Montale, la poesía no tiene una utilidad inmediata, aunque sí una especie de pureza esencial. De manera paradójica, añadió Gutiérrez Vega, tiene el intento indefinible de reconciliarnos con la otredad y puede ser tan necesaria como el pan, el vino y la sal.

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Hugo Gutiérrez VegaFoto Carlos Cisneros

A partir de ahí se le revelaron las palabras nítidas de La suave patria, del padre soltero de nuestra poesía actual, y entonces dijo:

“Con toda razón, López Velarde habló de ‘la novedad de la patria’, y lo hizo en el trágico momento en que el pueblo de la infancia era ‘el edén subvertido que se calla en la mutilación de la metralla’. Tiempos de desasosiego y desánimo, de esperanzas truncadas, sin una luz al final del túnel.”

Advirtió también que las palabras López Velarde y las de los otros poetas que esa noche lo auxiliaron, no van para la gente apresurada que no sabe escuchar, pues “no entenderán nuestra urgencia de redefinir, a través de la poesía, algunas de las cosas y de los seres más entrañables de esta patria modesta, atribulada, rica y miserable (‘en piso de metal vives al día, de milagro, como la lotería’). No lo entenderán o pensarán que se trata de un irrelevante juego retórico. No van para ellos estas palabras, pues no detendrán su prosa ni apagarán ‘el sonido y la furia’ de su trajinar sin ton ni son.

Van para los cándidos volterianos capaces de escuchar a los demás, de respetar las verdades distintas a las suyas, y defender el santo derecho a pensar, acertar o equivocarse. Van para los aspirantes a justos y para los que no esgrimen sus certezas como armas arrojadizas; para los que dudan, aciertan o se equivocan por amor.

Y citó a Sabines, quien miraba a los combatientes del frío de la ciudad: Yo no quiero ofrecerles un poema, yo quiero darles un vaso de leche caliente a cada uno. Y Gutiérrez Vega completó: “Eso y ‘el santo olor de la panadería’, son una casi completa plataforma económica para un buen partido político. Si le agregamos libertad, justicia, solidaridad y respeto a los derechos ajenos, el programa cantaría su perfección en el mejor de los mundos posibles”.

Al final del discurso del poeta quedó la casi certeza de que él, Montale y los demás pudieran estar equivocados, pues en la sala Ponce flotaba la sensación de que la poesía también tiene la utilidad y el poder de colocar espejos a todo y de suavizar las patrias y las almas.

Luego, el filósofo Jaime Labastida Ochoa, director de la Academia Mexicana de la Lengua, le impuso las insignias y le entregó el diploma que lo acreditan como miembro de número de ese organismo, por su destacada labor como escritor, promotor cultural y diplomático.

El encargado de responder el discurso fue el secretario de la academia, el escritor Gonzalo Celorio, quien dijo que se recibía al poeta de manera gustosa pero en deuda, pues debió ingresar desde hacía mucho tiempo y ser él quien le hubiera dado la bienvenida.

“Hugo querido, mucho me honra darte la bienvenida, en nombre de nuestros compañeros, a la Academia Mexicana de la Lengua. Tu palabra, aquilatada e insurrecta, rigurosa y desparpajada en tu poesía; bazar de asombros en tu prosa; inagotable y memoriosa en tu conversación, habrá de discurrir felizmente en el seno de la academia, cuyas tareas, por ser inútiles –y por ende lujosas–, acaso acaben siendo tan necesarias como la extracción de la sal, la crianza del vino y el horno del pan.”