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No son cuentos de hadas
T

oronto, 12 de septiembre. A juzgar por el éxito obtenido por El artista, la nueva moda del cine es volver a la época muda. En este festival hay dos ejemplos: la portuguesa Tabú, de Miguel Gomes, cuya emotiva segunda parte no tiene diálogos, sólo una voz en off. Y más claramente Blancanieves, del español Pablo Berger, la reinvención más imaginativa en lo que va del año del cuento de los hermanos Grimm (las otras dos versiones son las hollywoodenses Espejito, espejito y Blanca Nieves y el cazador).

Situada en la Sevilla de los años 20, Blancanieves inicia con la grave cornada que sufre el famoso torero Antonio Villalta (Daniel Giménez Cacho, más benigno que nunca); al mismo tiempo su mujer muere al dar a luz a su pequeña hija, bautizada Carmen igual que su madre. La malévola enfermera Encarna (Maribel Verdú) consigue casarse con el paralítico Antonio y se encarga de maltratar a su hijastra. Ya adulta (Macarena García), un frustrado intento de asesinato lleva a una Carmen amnésica al cuidado de seis enanos toreros. Rebautizada por ellos como Blancanieves, la mujer recuerda las enseñanzas taurinas de su padre y se convierte en una sensación, acompañada en el cartel por los siete enanos (son seis, pero qué importa).

Según podrá comprobarse se trata de una versión muy libre –y graciosa– del famoso cuento. Pero lo más meritorio de la película es cómo ha logrado reproducir el lenguaje auténtico del cine mudo con vitalidad e ingenio. (No como El artista, cuyas referencias hacen recordar más bien al cine hollywoodense de los años 40 o 50). En este caso hasta asoman detalles perversos dignos de Von Stroheim. Y el final tiene una reminiscencia de Tod Browning.

La realización de Berger es un pastiche resuelto con habilidad y cargado de emoción genuina. Animado por la excelente partitura, de aires andaluces, de Alfonso de Villalonga, Blancanieves es el mejor largometraje mudo que la cinematografía española nos había quedado debiendo.

Por su parte, el veterano Marco Bellocchio abordó en Bella addormentata (Bella durmiente) el polémico tema de la eutanasia desde la perspectiva de cuatro historias paralelas de algún modo relacionadas con el caso real y reciente de Eluana Englaro, la mujer que permaneció en coma 17 años antes de que la corte aceptara retirarla del soporte médico, como lo había demandado su padre.

Contra su costumbre, el realizador italiano no emite juicios, sino sólo pone los hechos sobre la mesa con un tono equilibrado entre el realismo y la exaltación operística. Pero aprovecha de paso para lanzar su mirada crítica contra el gobierno de Berlusconi y la inconsecuencia de los políticos, así como sus blancos favoritos, la religión y la siquiatría como provedoras de falsas respuestas.

El irlandés Neil Jordan suele darle a sus relatos el espíritu de un torcido cuento de hadas moderno. Su reciente Byzantium no es la excepción. En un regreso a un tema hoy popularísimo (que ya había abordado en Entrevista con el vampiro, de 1994), Jordan narra la persecución que sufren una madre (Gemma Arterton) y su joven hija (Saoirse Ronan) por parte de una hermandad de vampiros machistas que no aceptan mujeres en su organización.

Si bien la energía inicial no se sostiene a lo largo de la película, que afloja bastante, el cineasta cuenta con suficiente estilo para dotar a sus imágenes de cualidades estéticas a la vez que lúgubres. Unas cascadas teñidas de sangre ya pertenecen, por lo pronto, a la rica iconografía del género.

Twitter: @walyder