Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Sábado 15 de septiembre de 2012 Num: 915

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Epaminondas J. Gonatás

Agustín Lara en blanco
y negro

Luis Rafael Sánchez

La estación de las lluvias
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Elegía citadina
Leandro Arellano

De traición, insensibilidad
y muerte

José María Espinasa

Klimt, arrebato
y contemplación

Germaine Gómez-Haro

Horacio Coppola,
un artista de la cámara

Alejandro Michelena

Columnas:
Perfiles
Ilan Stavans

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Ilan Stavans

Twittear

Finalmente, la semana pasada abrí mi propia cuenta de Twitter (@IlanStavans) y me sumé a más de 200 millones de usuarios que nos comunicamos –“impersonalmente y en persona”, para parafrasear a Cantinflas– a través de este servicio de microblogging. Micro porque cada tweet (que, en español, significa pío-pío) tiene una extensión máxima de 140 caracteres. ¿Qué puede decirse en tan poco espacio? (Este párrafo, por ejemplo, tiene 463 caracteres sin contar espacios en blanco e incluyendo esta frase parentética. Equivale, pues, a más de tres tweets).

Según Wikipedia, cada día se escriben unos 65 millones de tweets. La mayor parte de los usuarios son adultos. Sólo el doce por ciento son jóvenes de entre doce y diecisiete años de edad. El país con mayor número de usuarios es Estados Unidos (107.7 millones), seguido de Brasil (33.3) y Japón (29.9). No muy lejos están México (10.5) y España (7.9). Muchos twitteros no usan Facebook, es decir, este es su medio de comunicación social prevalente.

Hay que distinguir entre twitteros y twitteratti. Estos últimos son individuos famosos (yo sigo a Paul Krugman y Steve Martin), cuyos tweets llegan a millones de usuarios.

Mis propios tweets son aforísticos. Al escribirlos, pienso en Ambrose Bierce, en su lexicón El diccionario del Diablo, publicado originalmente, bajo el título The Cynic’s Word Book, en 1906. Porque para mí lo que vale la pena termina en un libro. Escribo mis tweets de manera declarativa, como si escribiera apotegmas, adagios o máximas, como si alguien me hubiese encomendado la tarea de compilar mi propio refranero.

En su mayoría, los efectos de Twitter son favorables. Pero los percances son obvios también. La nuestra, como se le vea, es una civilización neurótica. La normalidad está definida como un tránsito constante entre lo que ocurre en nuestro interior y ese río torrencial que es la realidad. Por tránsito, me refiero al puente comunicativo. Vivir incomunicado es ser anormal.

El arte de twittear, entonces, es el de permitirle a los demás un vistazo fugaz a nuestro flujo de conciencia. Introspección y extroversión se confunden. La intimidad es sinfónica, por no decir cacofónica. De cierta forma, este ejercicio de microblogging nos convierte a todos en personajes de una novela de Virginia Woolf que se lee en voz alta, a gritos. Todos estamos encerrados en una celda sin paredes, aislados en nuestra propia psicosis.

Hay otro efecto: Twitter nos fuerza a pensar de manera sucinta, lacónica, sentenciosa, como si de pronto todos fuésemos escritores de esas insípidas galletitas de la suerte que regalan en los restaurantes chinos al final de la cena. Muchas veces los mensajes en esas galletitas son incoherentes, igual que los tweets. Los escribimos sin pensarlos lo suficiente. La cultura del tweet es la cultura de la bobería.

Lo que más me entusiasma de Twitter es la libertad intelectual que representa, la difusión contrainstitucional de las ideas políticas y su transgresión de las fronteras lingüísticas. Cada tweet lanzado al ciberespacio es parte de un proyecto democratizador. Hay, por supuesto, gobiernos más o menos censores. Entre los más asiduos al silencio twittero son Irán, China y Corea del Norte. Por el contrario, en los países pro-Tweeter el valor de un tweet individual es igual o mayor a uno que proviene del Estado. La Primavera del mundo árabe (así como el caos en Siria) no habrían sido factibles sin el espíritu twittero. Igual podría decirse de la campaña presidencial de Barack Obama de 2008.

A nivel verbal, todo twittero termina escribiendo en un idioma híbrido. En español, la gente tiene poco interés en la sintaxis correcta. Tomamos prestado un sinfín de términos. Nos referimos a un seguidor de tweets como un follower, deletreamos la palabra tweet de maneras distintas (tweet, twit, twitt, tuit, trino, tutifruti, etcétera), el tema del momento es un trend y un mensaje directo es un DM (direct message).

Me pregunto si un nigromante en algún sitio del planeta twittea con los muertos. Quizás esa es una de las dos únicas fronteras insorteables. La otra es la frontera de los sueños. Ayer intenté sin éxito twittear mientras dormía. Al despertar, lo único que hallé fueron mis anteojos rotos.