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Falsificadores de la historia: la Revolución no fue agraria
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Imagen del desfile del 20 de Noviembre de 2006 en el Zócalo capitalinoFoto María Meléndrez Parada
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n Cien años de confusión, Macario Schettino promete demostrar que la única causa de la Revolución fue el agotamiento del régimen porfirista, para lo cual desmonta cada una de las tres causas que, según él, se inventaron post facto (ignorando cualquier otra sugerida en la historiografía, como la transformación de la frontera norte o la ausencia de libertades públicas).

Desde el inicio de su explicación comete uno de esos errores comunes en su libro, que mostraremos como ejemplo, para no citar los demás, asentando solamente que hay uno casi en cada página: Díaz fue el único héroe militar que sobrevivió a la Intervención Francesa (p. 32). Es decir, Schettino asesina de un plumazo a los generales de prestigio equivalente al de Díaz en 1867: Escobedo, Rocha, Corona, Régules y Riva Palacio.

Ahora bien, la primera gran causa post facto, el conflicto por la tierra, era irrelevante o muy localizado (en Morelos), como irrelevante o al menos imposible de medir, la desigualdad social: Simplemente no hay cómo evaluar el comportamiento de la distribución... ¿Lo intentó, revisó las fuentes, se metió al archivo? No, por supuesto. Lo sabe por que leyó los tres o cuatro libros que le convienen. Lo mismo dice de las cifras relativas al problema agrario: Tampoco tenemos mucho de dónde partir y, una vez más, ni luces de trabajo con fuentes primarias. Podríamos recomendarle una visita a los archivos históricos del Agua y de la Secretaría de la Reforma Agraria, así como a archivos locales, donde los historiadores hemos podido calibrar la importancia de ese despojo de tierras que para Schettino es una “explicación post facto”.

Por lo tanto, la Revolución no fue agraria, “más allá de la trivialidad de que fueron hombres de campo los que pelearon en todas las facciones” (las cursivas son mías). El problema agrario, esencialmente de la tenencia y aprovechamiento de la tierra, es fundamental para los zapatistas, mas no para el resto de quienes intervinieron en la Revolución. Y los zapatistas, dice, eran campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución (p. 34), repitiendo a Womack, pero no la argumentación contenida en el mismo libro que contradice su primera frase. Y, por supuesto, ignora u omite, porque no le conviene, toda la bibliografía posterior sobre el zapatismo, desde Laura Espejel y Ruth Arboleyda hasta Felipe Ávila y Francisco Pineda, pasando por Salvador Rueda y Horacio Crespo, que con sólido trabajo de archivo y exhaustivo análisis, no sólo muestran la importancia decisiva del problema agrario, también el carácter profundamente revolucionario del zapatismo, así como su presencia y sus conexiones nacionales.

Continúa: En el norte (...) no habrá disputas significativas por la propiedad de la tierra (37). Omite la Guerra del Yaqui también, y desconoce las revueltas de la década de 1890 en Chihuahua y otros estados (que siempre incluían el problema agrario y la democracia). Schettino cita unas cuantas fuentes secundarias que le dicen lo que todos los historiadores sabemos (que las cifras manejadas por Frank Tannenbaum son falsas), y por conveniencia o ignorancia omite lo principal: que el tema agrario no es un invento post facto, sino que aparece con claridad en el Manifiesto del Partido Liberal de 1906 y en el Plan de San Luis de 1910 y que es el tema fundamental de los planes de Texcoco, Tacubaya y Ayala, de 1911. Que la demanda agraria –la lectura del artículo 3º del Plan de San Luis– fue central en el levantamiento contra Díaz de Banderas en Sinaloa, Contreras en Durango, Argumedo en Coahuila, Ortega en Chihuahua, Carrera Torres en Tamaulipas, Cedillo en San Luis Potosí, Navarro en Guanajuato y muchos más, no solamente los futuros zapatistas de Morelos, Guerrero, Puebla, Tlaxcala y estado de México. Lo ignora, porque no ha leído a los historiadores regionales que lo han probado con documentación primaria y no repitiendo prejuicios (como acusa Schettino). Ignora también que desde 1911 hay expropiaciones violentas de tierras y que en 1912 el gobierno de Madero fue desafiado por una rebelión nacional cuyo tema central era la restitución de la tierra arrebatada injustamente a los campesinos, y también la expropiación de los latifundios y su reparto.

La única manera de minimizar el problema de la tierra es haciendo como Schettino: estar convencido de antemano de que lo inventó post facto el cardenismo, y sólo citar los diez libros que ratifican sus prejuicios. Eso no es serio ni honesto, señor Schettino.