Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de octubre de 2012 Num: 918

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

2 de octubre:
memoria y presente

Elena Poniatowska

Una amistad ejemplar: Westphalen y Arguedas
José María Espinasa

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Hugo Gutiérrez Vega

Chéjov, Margules, Olguín


Antón Pávlovich Chéjov

Llegué temprano al Teatro Sor Juana Inés de la Cruz y me senté al lado de una parlanchina y simpática anciana que, según me dijo, era hermana de ese gran compositor que fue Leonardo Veláquez. Sentados en una banca de madera, en el vestíbulo de los teatros llenos de recuerdos de nuestro Cultisur, formábamos una curiosa pareja y, sumadas las edades, alcanzábamos una cifra de años bastante respetable. Ahí empezaron mis vacilaciones y mi indecisión para apreciar lo que era verdad y lo que era producto de un sosegado, pero intenso estado alucinatorio. Iba a empezar Tío Vania, de Chéjov, dirigido por David Olguín. Entramos a la sala y ocupamos los asientos de la primera fila. Fue entonces cuando nos percatamos de que el Tío Vania (el excelente actor Arturo Ríos) dormía a pierna suelta en un incómodo sofá situado en el escenario. Se apagó la luz y, de inmediato, se prendió de nuevo. Se escuchó la voz de Serebriakov, el redicho profesor, y empezó a crecer la discreta palabra de Chéjov y los personajes nos fueron mostrando poco a poco el temple que tendrían sus almas a lo largo de ese pedazo de vida que viven durante las dos horas y quince minutos de su retorno al mundo. No olvidemos que los entes de ficción yacen en el mundo irreal y regresan a la realidad cada vez que se lee o se actúa la obra en la cual nacieron, crecieron y agonizaron. Sentí que estaban sentados a mi lado los compañeros de la puesta en escena de hace ya muchos años: Ludwick Margules, nuestro director que era capaz de mover las almas; Alejandro Aura, Mabel Martín, Memo Gil y Lolita Beristáin.

Quedamos Julieta Egurrola y yo. Nada se de Macrosfilio Amílcar de la Vara ni de Valentina Hernández y, afortunadamente, Alejandro Luna también sigue vivo y activo. Otra compañera ya ida es Fiona Alexander, la genial diseñadora del vestuario. En mi alucinación, los antiguos personajes estábamos viendo y admirando a nuestros hermanos actores de la nueva y excelente puesta en escena dirigida por David Olguín. Hablo nada más de estas escenificaciones, pues ambas tuvieron lugar en los terrenos de nuestro querido teatro universitario. David y sus actrices y actores me hicieron recordar lo que decía el patriarca Tolstoi de Antón Pávlovich Chéjov: “Fue un artista incomparable [...] un artista de la vida [...], tomaba de la vida lo que veía y lo transmitía a un mismo tiempo de manera extremadamente simbólica y comprensible, clara hasta la nimiedad.” Estoy seguro de que David leyó estos comentarios de Tolstoi, pues su trabajo escénico logró captar el clima interno del teatro chejoviano. Incluso el ataque de iracundia que padece Sonia (Esmirna Barrios) encaja perfectamente en el realismo simbólico del siempre vigente maestro ruso. Al final, los dos Serebriakov (Mauricio Davison y este bazarista) se abrazaron conmovidos. Sentí que Margules sonreía complacido y felicitaba a David y soñé que Stanislavsky, director de la primera puesta en escena de Tío Vania y actor en el papel del doctor Astrov, saludaba a David Hevia. Llegando a casa releí el poema que escribí al final del ensayo general y que dediqué a Julieta/Sonia. Como dice Antón Pávlovich: “Nosotros descansaremos.” Descansaremos los personajes (la Elena de Laura Almela es uno de los grandes momentos actorales de nuestro país) y la obra seguirá viva y vigente, pues hay en ella muchas cosas del alma de los hombres y de las mujeres. Chéjov nunca nos deja desconsolados. Para nuestra fortuna, la mujer del pueblo, Marina, representada por la maravillosa Tina French, nos entrega toda la sensatez y la bondad de que son capaces el mundo y la vida.

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