Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de octubre de 2012 Num: 918

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

2 de octubre:
memoria y presente

Elena Poniatowska

Una amistad ejemplar: Westphalen y Arguedas
José María Espinasa

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Los documentales otros (III Y ÚLTIMA)

Tiene una duración de 86 minutos;  fue producido en 2010 por Luna Films y el Instituto Zacatecano de Cultura; lo dirigió y coescribió Iván Ávila Dueñas –quien asimismo es responsable, junto con Alejandro Cantú, de la fotografía en HD–; la excelente música original, sinfónica, es de Horacio Uribe y la edición corrió a cargo de Pedro Jiménez. Se llama Zacateco (labor vincit omnia) y, hasta donde ha podido averiguar este ponepuntos, no se ha exhibido sino unas tres o cuatro veces, ninguna de ellas en Ciudad de México, y en todo caso jamás como parte de alguna programación no festivalera.

Lástima para la legión de quienes no han podido verlo, pues esta ópera prima documentalista del habitualmente director de ficciones Ávila Dueñas es uno de los ejercicios con mayor vocación experimental, asunción de riesgo, cuidado formal y búsqueda estética dentro de un género que, en tiempos recientes y con una frecuencia de a ratos preocupante, pareciera apostar por una suerte de feísmo, de malhechura deliberada, un poco a la manera de quien piensa que si a la realidad no se le hace ver espantosa, parecería menos real. (A toda la realidad, cabe aclarar.)

No significa lo anterior, desde luego, que esta labor que todo lo vence padezca tara alguna de preciosismo; sucede que su materia de análisis, así como el contenido visual en que es explicada/vertida, son hermosos por sí mismos, y mal habrían hecho director, fotógrafo, musicalizador, si hubiesen enfocado todo eso desde una perspectiva ya no dígase afeadora, sino incluso desprolija o desaliñada. No lo merecía este apretado recuento del proceso histórico del territorio y los habitantes de lo que hoy es el Estado de Zacatecas, al norte de México, y no lo hicieron así los realizadores. En cambio, recorren siglos de historia poniendo el énfasis en la permanencia, la capacidad de adaptación, las transformaciones que, con su paso incesante, asientan características propias y definen constantes.

La palabra para definirlo suele dar grima, pero es la más adecuada: bello documental para un bello tema, tristemente no exhibido sino, acaso, a nivel local.

Que no sea nomás por convivir

Catharsis Media es el nombre de la compañía productora de un documental titulado Lánzate sin mirar (2010, México-EU), escrito, producido y dirigido por la mexicana Stephane Goldsand, y ese nombre, catarsis, bien puede funcionar como marca de la casa de un buen número de docus claramente fallidos en su intento de instalar el interés de las microhistorias que cuentan en un nivel macro o colectivo. Manifestación de cuitas, pendientes, preocupaciones, historias y asuntos de corte básicamente personal, sobre todo familiar, generan ni más ni menos que la impresión de ser eso, meras catarsis útiles casi nada más para los involucrados, es decir el realizador y su objeto a documentar.


Zacateco

El referido Lánzate… es claro ejemplo de lo anterior –el cineasta no quiere tener hijos, su esposa sí, y de eso se trata la película–, como lo son también, de una nutrida lista, Réquiem para la eternidad (2011, Alberto Reséndiz), donde el realizador habla del cáncer que le diagnosticaron, o Los tachados (2011, Roberto Duarte), donde el director quiere desentrañar un secreto de familia.

No se dice aquí barbaridad ninguna en contra de la elección temática; se sostiene, eso sí, que el cumplimiento de la vieja norma narrativa según la cual lo que es local puede volverse universal, jamás podrá darse en automático. Aprovechando una socorrida frase de twittero: no hagas documentales sólo por convivir…

Por fortuna queda una cifra considerable de documentales que, a diferencia de los anteriores, abordan temáticas de obvio –y muchas veces urgente– interés colectivo. ¿Ejemplos? Del ya mencionado Everardo González está El cielo abierto (2011), sobre Óscar Arnulfo Romero, sacerdote católico emblemático de El Salvador en los años más oscuros de la guerrilla y la contrainsurgencia. Está Ríos de hombres (2011), de Tin Dirdamal, revelador sobre el conflicto boliviano en torno a la propiedad privada o colectiva del agua. Está Tijuana, sonidos del Nortec (2012), de Alberto Cortés, que bajo la superficie del seguimiento al conocido combo musical, presenta una intensa radiografía de la estética y la cultura popular tijuanense y norteña. Está El paciente interno (2012), de Alejandro Solar, que saca a la luz uno de los muchos modos que tiene el sistema político para silenciar disidentes.

Está, en fin, una labor de muchos que por desgracia terminan viendo demasiados pocos.