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Participará en dos sesiones del Encuentro Nuevos Cronistas de Indias 2, que hoy comienza

En México el periodismo se ejerce a la intemperie: Jon Lee Anderson

“Nos hemos convertido en carne de cañón de intereses extremistas o comerciales”, dice el reportero estadunidense a La Jornada

África puede llegar a ser la canasta de pan del mundo

Foto
Jon Lee Anderson, en Jalapa, donde participó en el Hay FestivalFoto Sergio Hernández Vega
 
Periódico La Jornada
Miércoles 10 de octubre de 2012, p. 4

Tocar el alma de un país, o por lo menos el ombligo, es el leitmotiv del periodista californiano Jon Lee Anderson (1957), especializado en temas latinoamericanos, corresponsal de la revista The New Yorker, quien realiza varias actividades en México.

El pasado fin de semana participó en la segunda edición del Hay Festival en Jalapa, Veracruz, y anoche presentó su libro La herencia colonial y otras maldiciones: crónicas africanas (Editorial Sexto Piso/CNCA) en la Cafebrería El Péndulo Roma.

También participará en dos sesiones del Encuentro Nuevos Cronistas de Indias 2, organizado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la que es docente, y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), que hoy comienza en el Museo Nacional de Antropología y concluye el viernes 12.

Anderson, quien se inició en el semanario The Lima Times, de Perú, ve el periodismo como mi herramienta para explorar el mundo y escribirlo. Pero, más allá de mi pequeña órbita, diría que el periodismo es lo que inventamos los humanos para advertirnos de cosas y, en el mejor de los casos, presentar las realidades en forma imparcial, que eduque a la población y les suministre herramientas de percepción que a su vez sirvan de baluartes del estado de derecho y de la conciencia cívica.

La herencia colonial y otras maldiciones... reúne 10 perfiles de África publicados entre 1998 y 2012 en The New Yorker, entre ellos, Rey de reyes: los últimos días de Muammar Gaddafi. De hecho, su cobertura de las guerras posteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001 lo alejó temporalmente de América Latina.

Barómetro social

–¿Hoy día la profesión de periodista implica más riesgos que en el pasado?

–Sí, es obvio, ¿no?, se ve desde la perspectiva mexicana, y también de Medio Oriente, es una matazón allá. Los periodistas nos hemos convertido en carne de cañón de intereses a veces extremistas, en ocasiones comerciales, por llamarlos de alguna manera. Nos ven como personas que podemos afectar esos intereses. Entonces, si no cumplimos un papel de ayuda, no nos quieren en el camino.

“Los periodistas son un poco el barómetro de la salud del estado de derecho de muchas sociedades. Un país donde no hay una prensa independiente, con opinión contestataria, tiende a ser bastante peligroso, ya que algunos ostentan el poder, el dominio, la violencia, y la mayoría no. Rusia es un buen ejemplo y en México es preocupante lo que sucede.

Hay muchos países de los que todos tenemos conocimiento, donde también es difícil emitir una opinión que no sea la del gobierno en turno o que vaya en contra, que sé yo, de la mafia. Estamos en un mundo que es mucho más peligroso de lo que fue hace 10, 20, 40, 50 años. Progresivamente se ha empeorado.

–¿También de cuando usted comenzó como reportero?

–Comencé en el periodismo en Perú, pero lo ejercí de una forma más madura en El Salvador y allí era peligroso también. Hace 30 años los militares nos consideraban subversivos, intentaban matarnos cada vez que salíamos al campo y después hacerse los locos. Algunas veces tuvieron suerte y mataron colegas. Era una especie de juego del gato y ratón. Allí es donde me curtí y aprendí el oficio. Así que no tengo ninguna idea fija de cómo puede actuar una fuerza que no quiere que vean lo que hace. Puede ser un gobierno, una milicia, una organización del narcotráfico o una corporación con nombre y apellido. A veces es una sola persona.

“Me parece que los periodistas estamos más y más sin respaldo, por un lado, de los gobiernos –quizá nos temen también– y, por otro, de la comprensión de los ciudadanos. Entonces, estamos en una intemperie nueva que es más difícil en algunos países. México es uno de ellos.

Llamado el heredero de Kapuscinski, Jon Lee Anderson lo toma como un halago, pero también como una exageración: “Mira, hicimos cosas muy distintas aunque quizá cubrimos el mismo mundo, el de los márgenes; alguien que de casualidad nace en el norte pero pasa la vida en el Tercer Mundo y deambula por varias realidades.

“Cuando leí a Kapuscinski la primera vez me encontré con alguien de otra generación, pero muy afín. Me emocioné con lo que escribía y sentí hasta cierto punto que al fin había encontrado un colega que veía el mundo a través de los ojos con los que yo lo percibía, con todas las salvedades del caso: que era polaco, mayor, que había sido comunista, pero lo respeté mucho. Considero que tres son sus grandes libros: Un día más con vida, sobre Angola; El emperador y El sha, pero no son precisamente no ficción, sino una mezcla. Son Kapuscinski. Yo no he escrito así, mezclando ficción y no ficción.”

De adolescente, Anderson pasó un año con un tío geólogo en Liberia. Al respecto, manifiesta: Uno puede ser de una cultura y raza, pero puede querer a otra y estar en ella sin mayor complejo.

Si se habla de África como el continente del futuro, el entrevistado también incluiría a América Latina; incluso le gustaría ver a “más latinoamericanos en las esferas internacionales, curiosos sobre el mundo, no sólo sobre sus propias problemáticas.

“África –prosigue– es uno de los continentes donde hay todavía más tierra que en otros; puede ser la canasta de pan del mundo. Hay mucho talento humano, mucha creatividad, muchas personas muy emprendedoras. Si ahora hay una clase media y cierta democratización explayándose allá, podemos comenzar a discernir potenciales nuevos. Implica que el resto del mundo cambie sus percepciones sobre África; eso quizá es el desafío más grande.”

En 1998, Anderson hizo un perfil de Gabriel García Márquez y al año lo invitaron a Colombia para impartir un taller en la fundación del escritor, con quien entabló una relación que pervive. Después de cubrir las guerras en Afganistán e Irak era una manera de volver al continente y estar entre latinoamericanos. Era una terapia, indica el autor de los perfiles de Fidel Castro, Augusto Pinochet y Hugo Chávez.