En los últimos diez años de combate al narcotráfico y al no contar con los cuerpos de capos abatidos, el gobierno mexicano ha tenido que recurrir a pruebas periciales de sangre en ropa o huellas dactilares en armas para certificar su muerte, como ocurrió con Ramón Arellano Félix, El Comandante, quien fue abatido el 10 de febrero de 2002 en Mazatlán, Sinaloa, por policías estatales. Sus restos fueron cremados tras ser entregados a un supuesto familiar. Las autoridades tardaron siete días en en descubrir su fallecimiento.

Luis Medardo León Hinojosa, El Abulón, uno de los más importantes operadores del cártel de los Arellano Félix, falleció el martes 13 de noviembre de 2007 cuando el helicóptero en que viajaba cayó a tierra durante la carrera automovilística Off Road Baja 1000. Sus restos fueron trasladados al Servicio Médico Forense del municipio de Ensenada, y por la noche un grupo de hombres armados robó el cadáver y lo trasladaron a la ciudad de Tijuana, sin que ninguna autoridad los detuviera. Los restos nunca se recuperaron.

En diciembre de 2010, la Policía Federal sostuvo enfrentamientos con miembros de La Familia en Apatzingán, y la zona serrana de Michoacán. La corporación informó que los tiroteos duraron más de 24 horas, y que en ellos fue abatido Nazario Moreno, El Chayo, líder de ese cártel. Sus restos nunca fueron localizados.

En esta década también se han presentado casos como el de Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, líder del cártel de los hermanos Beltrán Leyva, quien fue abatido a tiros por elementos de la Secretaría de Marina en el condominio Altitude, en Cuernavaca, Morelos, en diciembre de 2009. Ya fallecido, los marinos bajaron sus pantalones, le colocaron billetes y monedas, lo fotografiaron y mostraron a los medios de comunicación.

El pasado lunes, el supuesto cadáver de Heriberto Lazcano Lazcano, El Lazca, líder del cártel de Los Zetas, fue robado de una funeraria de Sabinas, Coahuila. Ninguna autoridad resguardaba los restos.

Antes de estos casos, en 1997 la PGR logró asegurar los restos de Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos, antes de que fueran enterrados o cremados. El cadáver fue sometido a exámenes periciales para certificar su identidad, luego de que se había hecho pasar por Antonio Flores Montes.