Silvia: ¡Ñagare!

Pedro Rivera

En la tierra de los ngäbe y los buglé
un hombre vale más que una hidroeléctrica,
un hombre libre vale más que todos los diputados del planeta,
el agua que se bebe tiene más valor que un millón de voltios de energía,
el agua que corre por las venas subterráneas de la tierra
tiene la dulzura de un beso enamorado.
el aroma Christian Dior no puede compararse
con el olor de la tierra cuando llueve.

Dueños del horizonte, dueños del aire que respiran,
dueños de los ríos, dueños del paisaje, dueños del rocío,
dueños del canto de los pájaros,
dueños de la trocha por donde caminan hace siglos
dueños de los bosques, dueños de sus vidas
acaparadores de nubes, lluvias y horizontes
¿es posible negociar tanta riqueza?
¿Qué pueden las transnacionales ofrecer que valga más?

La tierra es más importante que la vida
lo han dicho, lo repiten, lo saben desde siempre.
Aviones, rascacielos, metrobuses, portaviones
misiles capaces de borrar del mapa los recuerdos
no tienen tanto valor como un árbol de sombras derramadas
ni el valor que tiene la flecha de un Tucán clavándose en el cielo.

Estos hombres cuyas chozas hace cinco siglos arañan las alturas,
aunque parezca lo contrario nunca se rindieron,
no dieron su brazo a torcer frente a la muerte.
Estos hombres jamás dijeron “basta, nos rendimos”.
Estos hombres perdieron mil batallas
pero la guerra por la vida nunca se termina.

Estos hombres buscaron refugio en las montañas
Llevaron sus sueños a lomo de caballo.
A la orilla de los ríos florecieron como lirios.
Replegaron sus sueños, escondieron sus banderas,
buscaron refugio en las catacumbas del silencio
Ahora renacen del olvido.
Las lágrimas que remojan sus mejillas hace siglos
nunca han sido de dolor o mansedumbre.
Por sus ojos simplemente lloran las estrellas.

Al replegarse a las montañas adoptaron la táctica del viento.

No piden limosna a la sombra de rascacielos
puentes levadizos y costaneras peatonales.
El smog de las urbes no envenena el aire que respiran.
Caminan con la tristeza más alegre del mundo
por atajos, sementeras y arrecifes.
Se reproducen hasta debajo de las piedras.
En sus pechos atravesados por espadas españolas
ahora anidan mariposas, pero también águilas y cóndores.

Debajo del corotú crecieron como uno.
Uno es la clave de su paso por la tierra.
Uno es el puño de los dedos al cerrarse.
Uno que es ninguno y lo es todo en un relámpago.
Uno ya no es uno, sino la muchedumbre.

Ellos dan la cara por nosotros.

Bajo el seudónimo de Marco Pueblo, que usa para rubricar su poesía “política”, el prolífico autor y cineasta panameño Pedro Rivera dedicó “Silvia: ¡Ñágare!” (del cual presentamos un fragmento) a la cacica ngäbe Silvia Carrera durante las movilizaciones del pueblo ngäbe-buglé en febrero del presente año (ver Ojarasca, números 183, julio, y 185, agosto).