Opinión
Ver día anteriorDomingo 14 de octubre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Antigua aduana nueva
U

n sitio al que se tiene que volver frecuentemente es la imponente Plaza de Santo Domingo. ¿Por qué?, preguntarán algunos; les doy algunas de las muchas razones: su amplitud y proporciones causan una placentera sensación; está rodeada de construcciones majestuosas, como el antiguo Palacio de la Inquisición, el templo de Santo Domingo, los Portales de los Evangelistas, la casa del mayorazgo de Medina y la vieja Aduana; como remate, guarda historias fascinantes.

Sólo les menciono algunos hechos: aquí se llevaban a cabo los autos de fe del Santo Oficio, las procesiones del Viernes Santo, las entradas de los virreyes y las quemas de judas el Sábado de Gloria, además de las historias que guarda cada uno de los edificios. Hoy vamos a recordar la de la antigua aduana: El antecedente en la Nueva España, es el impuesto que impuso Felipe II para sufragar los gastos militares, que se cobraba sobre las operaciones de compra-venta.

Con tal propósito se fundó la aduana en México en 1574. El entonces virrey don Martín Henríquez fue el encargado de emitir el bando respectivo, exentando de pago a los indígenas y los bienes eclesiásticos. Esa primera aduana se instaló en la calle que por tal razón al cambiarse de ese sitio se llamó Aduana Vieja, hoy 5 de Febrero.

Al paso de los años el edificio se tornó viejo e insuficiente, por lo que en 1676, le arrendaron a la marquesa de Villamayor unas casas en la Plaza de Santo Domingo, mismas que la señora vendió a los pocos años al convento de la Encarnación, actual sede de la Secretaria de Educación Pública. Con tal motivo, se adquirieron unas casas contiguas, pertenecientes al Mayorazgo de Oñate y Azoca, en donde en 1734 levantaron el palaciego edificio que existe hasta la fecha, con todas las características de la suntuosa arquitectura barroca que caracterizó el siglo XVIII. Se le conoció como Aduana Nueva, nombre que se le dio a ese tramo de la calle que hoy se llama República de Brasil.

La imponente construcción es de tezontle y cantera, tiene tres pisos y está rematada con almenas. Conserva el hermoso portón original claveteado, flanqueado por elegantes pilastras que abarcan los dos primeros cuerpos del edificio, para rematar con un balcón también bordeado de pilastras; aún luce la herrería de su nacimiento.

El interior no desmerece en grandeza; sus amplios patios recuerdan los claustros de la época; los enlaza una escalera monumental que fue aprovechada con acierto por David Alfaro Siqueiros, quien pintó en 1946 la gran pintura mural Patricios y patricidas, que representa el juicio histórico.

Otro encanto del lugar es que a tiro de piedra tiene varias opciones para comer y beber, según su antojo y presupuesto. Para el bolsillo reducido un buen lugar es la ya clásica cantina Salón Madrid, que ofrece variada botana. Se encuentra en la esquina de los Portales y Belisario Domínguez. Muestra varias placas con afectuosos mensajes de los antiguos estudiantes de la Escuela de Medicina, que la bautizaron como la Policlínica. Recordemos que esta escuela ocupó desde mediados del siglo XIX el Palacio de la Inquisición; paradójicamente el majestuoso recinto dedicado a la muerte pasó a ser el lugar para la vida.

Si desea comer más elaborado, a unos pasos, en Belisario Domínguez 72, se encuentra la Hostería de Santo Domingo. Sus alegres manteles azules, la decoración de papel picado que ondea en el techo y la agradable música del piano y un violín, de inmediato les va a poner en buena disposición para disfrutar placenteramente la botana. Esta puede ser las quesadillas de flor de calabaza, sesos, huitlacoche o queso, acompañando un reconfortante tequilita. Ya listo para comenzar formalmente la comida le sugiero la enfrijolada que aquí no es una prima de la enchilada, es una sopa sabrosísima. Buen preámbulo para el plato fuerte que puede ser la pechuga ranchera en nata, el filete de robalo al huauzontle o el chile en nogada, que tienen todo el año.