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Encuentro de nuevos cronistas de Indias
E

l lugar común acerca de que la realidad supera a la ficción abarca no sólo a Gabriel García Márquez, sino también a los cronistas. Es así como Bernal Díaz del Castillo es un gran novelista aunque no consigne las masacres de los primeros mexicanos. Las Cartas de Relación de Hernán Cortés son parte de la inmensa crónica que hacen los conquistadores de América Latina, pero el historiador Miguel León-Portilla los evidencia, al menos para nosotros, al recuperar para México el otro lado de la medalla en Visión de los vencidos.

Es así también como Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Manuel Payno y muchos más ennoblecen a México. Es así como Carlos Monsiváis no necesita escribir novelas para transmitir su inmensa capacidad creativa y su talento de narrador. En su última y apasionante novela Disparos en la oscuridad, sobre Díaz Ordaz, Fabrizio Mejía Madrid, reúne sus dotes de novelista con la excelencia de sus grandes crónicas.

Fabrizio Mejía Madrid, mi amigo, me dijo que hablara de cómo había escrito las crónicas del 68, de Fuerte es el silencio, Nada nadie: las voces del temblor y de otros textos publicados a lo largo del tiempo que ya es mucho porque de 1968 a 2012 han pasado 44 años. ¿Usaste grabadora? ¿Les pusiste un cuchillo en la panza para que hablaran? ¿Cómo le hiciste? ¿A qué hora lo hiciste? Ricardo Pozas había dado a conocer en 1948 un clásico, Juan Pérez Jolote, la vida de un tzotzil de San Juan Chamula, Chiapas, que le dijo: Quiero vivir. Soy indio chamula, no sé en qué año nací. Quizá este statement conmovedor influyó en que deseara yo conocer a aquellos que no saben en que año nacieron y quieren vivir. En cierto modo, pretendía integrarme a la vida de México, mi país, yo que fui niña francesa hasta los 10 años. Si yo lograba entender lo que les sucedía a otros, probablemente podría vivir otras vidas además de la propia. Biografía de un cimarrón, del cubano Miguel Barnet, publicada en 1963, fue otra experiencia de vida, como Los hijos de Sánchez que Oscar Lewis lanzó en México para gran escándalo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y provocó la expulsión del Fondo de Cultura Económica de su director Arnaldo Orfila Reynal. En cierta forma, el escándalo de Los hijos de Sánchez consolidó al testimonio. Se lee como una novela –decían los comentaristas.

Cuenta ¿cómo le haces? –insiste Fabrizio Mejía Madrid.

Meto todo en lo que escribo, las palabras y las miradas, diálogos, descripciones objetivas y subjetivas, observaciones que creo sesudas, monólogos interiores, mis propios sentimientos e impresiones, ¡cuántas impresiones y cuántos recuerdos! la torpeza de mis buenas intenciones, el rechazo de mi entrevistado o su aceptación. Trato de que no se me olvide nada, repaso, corrijo y vuelvo a corregir. Describo lo que veo, se me caen los ojos de cansancio sobre el teclado, pero allí sigo atornillada esperando que algún día escribiré un buen texto, una buena crónica, una buena novela, la ilusión que compartimos los que nos dedicamos a esto. Mis vivencias más genuinas surgen al escribir y no al calor de los acontecimientos o cuando la amenaza es real. Claro que lo que me repito mentalmente hora tras hora nunca sale igual en el papel. Investigo, intento ser minuciosa, soy subjetiva y emocional, me equivoco, torturo a mis entrevistados que no son otra cosa que mis personajes y llamo por teléfono a Monsiváis, consejero áulico de sus amigas, que a la primera frase me dice que todo está bien con la esperanza de que me encierren con los loquitos de la Castañeda. Pero insisto, siempre insisto.

Soy mujer, soy subjetiva y emocional pero intento ofrecer descripciones objetivas, sobre todo de los personajes que entrevisto. Lo que escribo es impresionista pero sobre todo está ligado al periodismo. A los que más siento mis compañeros son a los reporteros que se apasionan por la historia detrás de la noticia e intentan reflejarla e ir más allá como lo hizo Truman Capote quien utilizó mecanismos de ficción para su A sangre fría.

Las crónicas del movimiento estudiantil de 1968 y la masacre del 2 de octubre de 1968, las del terremoto de 1985, las de la toma de tierras por paracaidistas en Morelos y las de madres de desaparecidos políticos son producto de la indignación y la inclinación por los jóvenes y su lucha. Esta alianza con los estudiantes se inició en 1968, continuó con el festival de rock de Avándaro y con las brigadas de simpatizantes que salían desde la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM a las comunidades indígenas en 1994 en apoyo al Ejercito Zapatista en Chiapas.

En 1968, a partir del mes de octubre empecé a ir de nuevo a Lecumberri a visitar a los estudiantes presos políticos como lo había hecho diez años antes, en 1959, a los ferrocarrileros y a su líder oaxaqueño Demetrio Vallejo. La indignación por la masacre de los muchachos en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre y el hecho de que los periódicos la silenciaran y se ejerciera una censura contra cualquier información que no fuera la oficial hizo que uno tras otro, el diario Novedades rechazara los artículos que escribí. Hasta una entrevista con la periodista italiana Oriana Fallaci fue a dar al cajón de los artículos censurados.

A fines de 1968 y durante todo 1969 fui los domingos a la cárcel de Lecumberri a entrevistar a los lideres del movimiento y a otros presos políticos que me contaron su experiencia hasta formar un coro plural o una entrevista a varias voces.

Los 50 días de la toma del zócalo en 2006 conformaron Amanecer en el Zócalo (un libro que dediqué a las crónicas de los reporteros que aguantaron las trombas, los malos tratos y las mentadas de madre).

Si los estudiantes y algunos de sus maestros pasaron dos años y medio en la cárcel después del 2 de octubre, no podemos prever qué futuro les espera a los chavos del #YoSoy132, mucho más numerosos que los del 68, con mayor capacidad de convocatoria y mayor respuesta popular y repercusión mediática. Tampoco podemos adivinar que sucederá en 2018 aunque hay probabilidades de que el PRI llegó para quedarse. El #yo soy 132 no tiene líderes aparentes y es encomiable su horizontalidad. Antonio Attolini Mura, uno de sus voceros más articulados y alumno del ITAM, llama la atención por su inteligencia y su valentía al manifestarse contra Televisa. El #YoSoy132 es, antes que el de 68, un movimiento de masas. En el Distrito Federal, los muchachos cuentan con la solidaridad de los citadinos. Somos muchos lo que queremos escucharlos y ayudarlos a convertirse en una gran organización política. Personalmente los veo como a salvadores, cosa que no me sucede con los partidos políticos. También habría que mencionar al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta Javier Sicilia y que ha trascendido hasta cambiar la vida de muchos jóvenes que antes considerábamos fresa.

Antes de terminar, quisiera asentar que no somos víctimas. Al contrario, las víctimas son aquellas que se esclavizan hasta a un par de pantuflas y no pueden salir de la cama si no las encuentran, como me lo dijo un día Sergio Pitol a quién vi en la tele firmar su El mago de Viena en el Hay Festival de Jalapa.

Ahora, a los ochenta años estoy consciente de que pase lo que pase, el contacto con hombres, mujeres, niños que confiaron en mí y me hicieron la crónica de sus horas y sus días, la vida de la calle y de los barrios populares, el haber sido testigo de tragedias como la del 2 de octubre y las del 19 y el 20 de septiembre, los 50 días de plantón en el zócalo en 2010 (que todos consideran un error garrafal) nutren esa novela invisible aun, que quiere ser mi vida y la enriquecen silenciosamente. Soy lo que soy por las miles de voces que he escuchado. Estoy hecha de las múltiples entregas de los que me han dado su confianza. Por esta razón, mi agradecimiento al otro es infinito y la identificación que siento con los demás es estimulante a más no poder. Vivo, en verdad, como un cable de alta tensión, siempre a punto del corto circuito. El poeta Jaime Sabines lo dice mejor que yo y me permito pedirle prestadas sus palabras ya que también fue mi entrevistado:

“Me quité los zapatos para andar sobre las brasas.

Me quité la piel para estrecharte.

Me quité el cuerpo para amarte.

Me quité el alma para ser tú.”

* Texto de la escritora y periodista leído en el Encuentro Nuevos Cronistas de Indias 2, en el Museo Nacional de Antropología, donde dictó la conferencia De Tlatelolco a #YoSoy132: crónicas de la resistencia