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En estos años han encontrado a unos 100

Madres en busca de mil 500 migrantes desaparecidos

Los gobiernos nos cierran las puertas, sólo nos dejan el camino de organizarnos, subrayan

Foto
Las 38 mujeres y tres hombres viajan con fotografías de sus familiares y la inquebrantable esperanza de hallarlos con vida en alguna parte de MéxicoFoto Moysés Zúñiga Santiago
Enviada
Periódico La Jornada
Jueves 18 de octubre de 2012, p. 10

Amatlán del Valle, Ver., 17 de octubre. Están a punto de apagar la luz en las modestas habitaciones que les han prestado para pernoctar a las madres centroamericanas de la caravana migrante en el barrio La Patrona, de Amatlán del Valle, a orillas de Córdoba. Las señoras están rendidas después de viajar todo el día en su segunda jornada de un periplo que las llevará por la ruta migrante del Golfo en territorio nacional durante 21 días.

En un rincón, sobre el cobertor que le servirá de colchón, una de ellas acomoda la foto de su hijo, un muchacho que sonríe desde la borrosa imagen en blanco y negro. Y antes de tenderse en el piso, ya descalza, la mujer da las buenas noches a la fotografía con la mirada. Como lo hace todas las noches desde aquel día en que el joven partió de Honduras y su familia le perdió el rastro.

Son sólo 38 mujeres y tres hombres (padres o tíos) quienes integran este año la caravana de búsqueda y denuncia. Pero son cerca de mil 500 los casos de personas extraviadas las que lleva en el portafolio el Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM) y varias de las organizaciones regionales, en expedientes integrados a lo largo de los años, lo más detallados posible, cada uno con fotografías, documentos de identificación, fechas de partida, lugares de paso donde dejaron alguna huella, contactos, datos de las últimas señales de vida que dieron.

De estos casos, 800 son aportados por los grupos salvadoreños; 200 de las organizaciones de El Progreso y Yoro, de Honduras, y otros 300 reunidos por el Servicio Jesuita para la Migración en ese país; 80 de Nicaragua, y seis de Guatemala, nación que este año se incorporó al proyecto de las caravanas, aunque trabaja cerca de mil casos en la Mesa Nacional de Movilidad Humana en su país. Gracias a esta labor, señala Martha Sánchez Soler, dirigente del MMM, en los años recientes se logró un centenar de localizaciones de migrantes con vida en México. También se pudo confirmar algunos casos de decesos, constatados, mediante el cruce de pruebas forenses de ADN con los bancos de información de los países centroamericanos.

Cuatro encuentros fructíferos

En este viaje, por lo pronto, son cuatro los encuentros que han dado frutos de este esfuerzo: el nicaragüense Max Funes, localizado en Berriozábal, Chiapas; Marvin Celaya Chacón, hondureño, quien se encontrará con su madre Leonarda Chacón, en Huehuetán, Chiapas; Gabriel Salmerón, que fue localizado en Monterrey, hasta donde llegará su mamá, Olga Marina Hernández, a abrazarlo, y Servelio Mateo, quien ya se reunió con sus padres hace unos días en Tenosique.

Detrás de cada uno de estos encuentros existe una historia de desvelo y persistencia de una madre, el apoyo de las redes humanitarias de las organizaciones civiles y, en muchos de los casos, el empeño detectivesco de un joven tabasqueño, Rubén Figueroa, activista del MMM y voluntario de la Casa Albergue de Tenosique, La 72. Muy pocas veces, gracias a la contribución de las autoridades de cualquier nivel, en ninguno de los países involucrados.

“De esta búsqueda –nos cuenta Leonarda– yo aprendí que los gobiernos nuestros no van a hacer nada para apoyarnos. Al contrario, nos cierran las puertas. Lo que hay que hacer es organizarnos las madres. Sólo así.”

Así hizo ella. Marvin tenía 22 años y trabajaba con su papá en tierras ajenas, en la empobrecida región del Yoro hondureño, hasta que un día enfrentó a sus padres. Al paso que vamos nunca vamos a llegar a tener nada propio. Yo me voy, les dijo. Y se fue. Eso fue hace tres años. Su rastro se perdió en Chiapas, desde donde se comunicó por última vez con su padre. Tiempo después, cuenta Leonarda, supimos de la masacre de migrantes en Tamaulipas y yo me afligí muchísimo.

El gallero y el pastor

Fue así como ella supo que en su pueblo había muchas otras abuelas y madres que buscando e indagando sobre el destino de sus hijos desaparecidos y se reunían en el local de Radio Progreso. Ella se unió al grupo. Perseveró y vino a México en la caravana de 2011. Aquí dejó su expediente. Y Figueroa se dio a la tarea. Yo conozco la ruta migrante y sé más o menos cómo está la cosa. Todo nos sirve, cualquier rumor, cualquier papelito, hasta Google y Facebook. Pero sobre todo la voluntad de caminar veredas, viajar a los pueblos remotos a donde conduzcan las pistas, hablar con la gente y tener olfato”. Todo eso lo llevó a Huehuetán.

A Berriozábal llegó tras la pista de una de las especialidades de Max Funes, que era ser preparador de gallos de pelea. Un cabo lo llevó a otro cabo, un gallero lo condujo a otro, de un rancho en Tuxtla Gutiérrez a Jitotol. Ahí le hablaron de un gallero colombiano. Lo fue a buscar a Berriozábal.

–¿Verdad que te llamas Max Funes y eres nicaragüense?

–No –le dijo el hombre.

–¿Conoces a esta mujer? –y Rubén le enseñó una fotografía.

–¡Es mi mamá! –exclamó y dejó de fingir.

A Gabriel Salmerón lo encontraron en Monterrey, en una parroquia protestante, a punto de ser ordenado pastor. Su madre, Olga Marina, viajó en la caravana de 2011 y anduvo en plazas públicas y conferencias de prensa portando la foto del hijo desaparecido desde hacía cuatro años. A sus 31 años Gabriel pasó por muchas historias. Fue asaltado al bajar del tren en San Luis Potosí, despojado de todo. Vagó por distintas ciudades. Ya enganchado en drogas llegó a Nuevo Laredo. Y ya no pudo salir. Hasta que unos pastores le propusieron rehabilitarse. Lo logró. Hoy está comprometido con una novia. Ella le dijo una noche: Fíjate que vi en la televisión a una señora que traía tu fotografía. Así él supo que su madre no lo había olvidado. Y recuperó a su familia y su raíz centroamericana.