Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
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Alonso Arreola
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Beatboxing, la espeleología vocal

El llamado beatbox es una actividad sonora tan antigua como el hombre mismo. Es la máxima expresión de la voz humana y una de las más vitales e interesantes formas musicales de nuestro presente. Se trata de la generación de ritmos y creación de sonidos con innumerables puntos de articulación de la lengua (de la lengua como músculo) que, en simultaneidad con las cuerdas vocales, logra mezclar hasta cuatro diferentes timbres a un mismo tiempo. Algo verdaderamente notable que cada vez más personas están desarrollando y que ha alcanzado un punto de popularidad nunca antes visto.

Así como hay batallas de rap en los clubes under de toda gran ciudad (sí, a la manera de Eminem en su película 8 Mile), también han cobrado fuerza los campeonatos nacionales y mundiales de beatboxers, muchas veces televisados y bien patrocinados, en foros donde los intérpretes se enfrentan uno a uno sobre el escenario para llevar al límite sus capacidades como “cajas de ritmos”.  Porque de allí viene el beatboxing, de la suplantación que estos hombres (casi no hay mujeres) hacen con su voz al no contar con máquinas o músicos a su lado. O sea que todo empezó con un puro tum-pa (velar-bilabial, dirían los lingüistas), para luego progresar hasta lo inverosímil, hasta la perfecta imitación de helicópteros, motocicletas, trompetas, flautas, campanas, bajos y un interminable etcétera.

Normalmente involucrados con quienes hacen scratch en tornamesas (ritmos “arañados” sobre vinilos o CD’s), al igual que con hip-hoperos y bandas alternativas, hoy por hoy los beatboxers aparecen en programas de televisión matutinos, en foros antes reservados para instrumentistas virtuosos, y reciben millones de visitas en internet, su mayor fuente de popularidad. Hay que decir, para explicar el fenómeno que, más allá de la música que hacen, funcionan ejemplarmente como entretenimiento masivo, pues su oficio apela, como diría Tom Waits, a lo que “tiene la fuerza primaria de la alegría”, asombra a propios y extraños de todas las edades y nos recuerda que todos tenemos una voz, un cuerpo con las mismas características y que no debemos depender tanto de la tecnología. Ya lo hemos dicho antes en este mismo espacio: el poder de los límites es inagotable. Y hoy complementamos: la fuerza de la soledad también.

Mencionemos entonces algunos ejemplos para que el lector vaya, busque, se asombre y diga en una próxima conversación: “tienes que ver a estos tipos” (y sí, dijimos “ver”). Ponemos sobre la mesa los nombres del francés Eklips, el búlgaro Skiller (actual campeón del mundo), el belga Roxorloops, el australiano Joel Turner y el británico Dave Crowe. Son algunos de los que encontrará gracias al hipertexto y la enloquecida asociación de internet. Sin embargo, hay alguien especial a quien debemos destacar. Hablamos del Beardyman (Hombre Barbudo), el más singular de los beatboxers que hayan existido y pretexto principal de esta columna.

Nacido en Inglaterra hace treinta años, Darren Foreman –su nombre real– ha mezclado tres elementos infalibles: un talento musical sólido, una capacidad histriónica envidiable y un sentido del humor original. Y el asunto no para allí. Aunque la filosofía de sus colegas ortodoxos exige mantenerse en el tinglado con un solo micrófono, el Beardyman se ha vuelto experto incorporando tecnología a su show. Patrocinado por Korg, echa mano de controladores midi y pedaleras con efectos, así como del Kaosspad y el Kaossilator, instrumentos con pantallas táctiles que permiten grabar sonidos en vivo para repetirlos, afectarlos y superponerlos. Con toda esta parafernalia, Foreman se convierte en un hombre orquesta, pero al cubo, haciendo reír y bailar a miles de personas en festivales de electrónica, de rock, de pop y hasta de comedia.

Campeón de beatboxing en el Reino Unido en los años 2006 y 2007, jurado en 2008, creador del concepto battlejam para involucrar a la propia audiencia en sus locuras escénicas, lo mejor del Beardyman se halla en las ocurrencias que ha tenido al interactuar –a través de guiones bien definidos– con los objetos de una cocina, de un supermercado o de una biblioteca. Todo ese material está disponible para verse en la red. Asimismo, ha sido telonero de Groove Armada, ha presentado un par de shows cómicos (Beardyman’s Complete and Utter Shambles y Beardyman’s Unplanned Explosion) y dejó con la boca abierta al Royal Albert Hall en 2011.

Así que para ponerse de buenas este domingo, si tiene una computadora cerca, teclee “Beardyman” y deje que su sonrisa sea el punto de contacto entre los tiempos de las cavernas y el futuro. Co-co-co-confíeeeeeen nosotrossssssss.