Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
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Hugo Gutiérrez Vega

Italo Svevo y Trieste

Italo Svevo (cuyo verdadero nombre era Ettore Schmitz) nació en Trieste en 1861. En ese tiempo la ciudad pertenecía al imperio austrohúngaro y era, por muchos aspectos, un centro comercial y cultural de primer orden y una encrucijada en la que se encontraban múltiples nacionalidades: italianos, alemanes austríacos, eslavos, judíos...

Ettore Schmitz, hijo de un comerciante judío y de madre italiana, se acercó, en sus primeros años escolares, a la cultura alemana, pero más tarde, al igual que muchos miembros de su generación, buscó en la lengua y en la cultura de Italia los rasgos esenciales de la visión del mundo. La mejor prueba de su voluntad de asumir la pertenencia a esa cultura fue el seudónimo con el que firmó sus obras principales: Italo Svevo. Lector de los románticos alemanes, los realistas franceses y los novelistas rusos, su cultura tenía, por una parte, un marcado carácter cosmopolita y, por la otra, la urgencia de afirmar la “italianidad” de Trieste.

Su mejor amigo y consejero literario fue James Joyce, quien pasó unos años en Trieste dando clases de inglés para sobrevivir. Las conversaciones con el irlandés y las lecturas de Freud fueron las mejores influencias sobre el trabajo literario del triestino. La crítica italiana guardó un inexplicable silencio respecto a las novelas de Svevo: Una vida, Senectud y La conciencia de Zeno. Tuvo que esperar muchos años para que se le otorgara un reconocimiento que se vio enturbiado por la virulencia de los ataques de sus enemigos. Tenía sesenta y cuatro años cuando Montale, en Milán, y Valéry Larbaud en París, convocados por Joyce, iniciaron el estudio a profundidad de la obra del escritor que, a decir de Montale, era “el más importante novelista italiano de su tiempo”. Frente a una declaración tan tajante palidecieron las críticas mezquinas que hablaban de su italiano defectuoso, de la gratuita complejidad de su estilo y del carácter estrambótico de sus personajes y tramas.

Tullio Kezich habla ampliamente, en sus Palabras preliminares, de las dudas y vacilaciones que tuvo antes de decidirse a hacer la adaptación teatral de La conciencia de Zeno. Afortunadamente las superó y realizó un trabajo respetuoso e inteligente para llevar a la escena a los personajes svevianos. Creo que el resultado es notable y que el público teatral podrá aumentar su conocimiento de ese ser contradictorio, apático, bondadoso, indeciso, débil, fuerte, generoso y cobarde que es Zeno Cosini, comerciante triestino que busca en el matrimonio y en el psicoanálisis su tabla de salvación. En ese náufrago de la vida encontraremos muchos rasgos y momentos de nuestra propia existencia, una carga de humanidad tan rica y compleja que, en ocasiones, resulta irritante y angustiosa.

Tal vez el aspecto más impresionante de la obra de Svevo es el monólogo final de Zeno. En él se anuncia la catástrofe nuclear: “Cuando los gases venenosos de la guerra que ahora se combate no sean ya suficientes, un hombre hecho como todos los hombres, en el secreto de una habitación de este mundo, inventará un explosivo incomparable. Y otro hombre, hecho también como todos los demás aunque un poco más enfermo, robará ese explosivo y lo colocará en el centro de la tierra. Habrá una explosión gigantesca y la tierra, vuelta a la forma de nebulosa, errará por los cielos libre ya de parásitos y de enfermedades.”

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