Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
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Cataluña
la crisis española

Juan Ramón Iborra

El martes 11 de septiembre, un millón de catalanes tomó en paz las calles de Barcelona, clamando independencia durante el día festivo en que este pueblo celebra su Diada nacional. Esa tarde, ser y parecer quedaban tan ligados en apariencia que ese aluvión, interpretado según el interés político, podía hacer creer a ojos extraños y poco informados que este bello país mediterráneo padece la opresión de un Estado que impide sus libertades básicas. De eso se trataba. O no.

Cierto que desde la llegada de Mariano Rajoy a la presidencia del gobierno español (como ya hizo su Partido Popular durante el tránsito de su taimada oposición), hace más por aventar nacionalismos que los propios patriarcas vascos, catalanes, andaluces o gallegos. El presidente naufraga en una crisis que sólo sabe atajar con cirugía y tijeras para los más débiles, y alimenta utopías de independencia con su discurso devastador, grotesco y añejo, acusador de culpas propias a las periferias, de menosprecio a las identidades, mientras la grave tensión económica las abona. Por ejemplo: el Estado central adeuda a Cataluña cerca de mil millones de dólares desde los presupuestos generales de 2011. Ese es el grano que provoca esta herida.

En paralelo, Mariano Rajoy infla su mensaje de un optimismo trasnochado. Posa en la galería de los espejos deformantes. Sus ecuaciones se recrean en la presión sobre las clases medias, los funcionarios, los ancianos. Sobre el pequeño empresario y el trabajador autónomo. Sobre millones de parados. Sobre la salud, la enseñanza y la cultura públicas. Rajoy insiste en mirar hacia Alemania, en cocinar recetas al dictado de Ángela Merkel, en salvar a la hundida y corrupta banca pública española y a otros usureros privados, mientras se aplica en apretar el cinturón más apretado, frena el consumo y convierte en una isla desolada de pobreza su península de Barataria. Donde las vacas flacas ya están en los puros huesos. Por cuyas fronteras huye a sacos el capital de las grandes fortunas patrias, razón verdadera de la caja sin fondos y de una crisis que llegó de lejos, salpicando a un país de políticos orgullosos e ignorantes que se creían que administraban Jauja, el país de la burbuja inmobiliaria. Un caldo de cultivo ideal para el oportunismo político de una partidocracia timorata y burguesa, posibilista y existencial, que antepone su propio condumio a la noble razón de Estado. Cabezas de alcornoque que flotan como el corcho en las etapas en que se toca fondo.

En Barcelona, de la montaña al mar, desde el lujoso paseo de Gracia a los barrios viejos que bajan hasta el puerto, grupos familiares con bebés y pacíficas juventudes patrióticas alzaron una siembra de banderas barradas con una estrella, que ondeaban por su autogestión. Esa colosal demostración de fuerza, de identidad, de hartazgo, hacía innecesario el maquillaje de cifras, aunque los gobiernos autónomo y central usaran la cosmética. Los mensajes engañosos restan credibilidad a los movimientos espontáneos, si es que éste lo ha sido. Sólo una ingenuidad beatífica permite creer aún que el marketing político es ajeno al mangoneo de la psicología de las masas. Los representantes de la Asamblea de Municipios por la Independencia y la Asamblea Nacional Catalana, convocantes de esa multitud, llegaron al parlamento de Cataluña para exigir a su presidenta la traducción política de esa muchedumbre que avanzaba ante un único lema: “Cataluña nuevo estado de Europa.” Tras él, tremolaba una espesa marea de enseñas del tinte de un durazno ensangrentado. Ese día fue bautizado de inmediato como “el primer día de una nueva época”. Se movilizaron transportes colectivos gratuitos desde ayuntamientos gobernados por coaliciones nacionalistas. No se escatimaron esfuerzos y ayuda para la gran riada humana, y hasta las miles de banderas al viento eran de medida y tono tan iguales, que se dirían salidas del mismo sastre. Pero el caso es que allí estaban. Quienes las alzaban, cumplían también la novedad de una generación nueva, más escéptica, menos creyente, poco folclórica. La gran mayoría, juventud y madurez, salió a tomar las calles hastiada de sus propios líderes. Los del Estado nacional y los que piden que una nación se convierta en Estado.

Esta creciente pulsión hacia la independencia tiene una renta: el desacuerdo entre el PP y el último estatuto de autonomía catalán, puesto en marcha por presidentes de una Generalitat socialista, el olímpico Pascual Maragall y el andaluz José Montilla, y que el propio Rajoy llevó ante Tribunal Constitucional. Hace mella ese disparate, porque cuando algo no constitucional suena a razonable, hay que reformar la Constitución. Como si ésta se hubiera grabado a fuego y piedra como los mandamientos de Moisés y resultara imposible su modificación. Como ya se hizo hace bien poco, en un visto y no visto que socialistas y derechones sacaron de una chistera para calmar el ánimo de la señora Merkel. Como si el pueblo catalán no tuviera derecho a un referéndum, consensuado con el Congreso español –como ocurrió en Québec y ocurrirá en Escocia.

Hace daño la crisis y los incumplimientos en la devolución de sus tributos a los catalanes. La subida de las tasas universitarias en más de un 60% y el recorte en las becas, para que sólo estudien quienes se lo pueden permitir. El cierre de plantas en hospitales públicos. La huida de Cataluña de cerca de 250 mil emigrantes en un año. El secano cultural en que se consume el Estado y sus autonomías, incomunicadas y sin complicidad. José Montilla  ya advirtió en su mandato sobre la “desafección” de los catalanes hacia el centralismo jacobino (cuando se trata de gobiernos ilustrados, que no es ahora el caso). Desafección que en política cultural es mutua. Los dos últimos premios Cervantes de literatura españoles han sido escritores catalanes en lengua castellana. Pero ni Juan Marsé ni Ana María Matute gozaron de representación de la Generalitat en el solemne acto de entrega en Alcalá de Henares, Madrid.

Hace daño la sordera crónica y cerril del gobierno central, una izquierda en horas abisales y desunida interiormente (exteriormente nunca volvió a estar unida desde aquel Frente Popular de 1936), desnortada, blanda y mediocre. Todo suma y llena la bandeja que se brinda al honorable presidente Artur Mas, quien esa misma mañana de fiesta y banderolas declaraba a la BBC: “es el momento de dotar a Cataluña de estructuras de Estado”, y que si el gobierno central no acepta un pacto fiscal (que no es ir más allá de lo que sus fueros permiten navarros y vascos) Cataluña elegirá “el camino de la libertad”.

Luego, cundió el pánico. A los pocos días de esa manifestación, dimite por sorpresa Esperanza Aguirre, peso pesado del sector neolítico del PP y presidenta de la Comunidad de Madrid. Los noticieros comienzan a preocuparse: ¿el Barça jugará la Liga española si Cataluña logra su independencia? José Manuel Lara, el editor más poderoso del país, asegura que en tal caso el Grupo Planeta abandonará Barcelona. Sigue el sainete. La Casa Real cuelga opiniones inoportunas en su web, del tipo Santiago y cierra España, en medio de la propia crisis que arrastra la Corona: sonoras pitadas televisadas al monarca y a su himno cada vez que equipos de Barcelona y de Bilbao se enfrentan en la final de la Copa del Rey; su yerno procesado por mangante; su incógnita y desvelada cacería de elefantes en África, al pairo de las penalidades del pueblo raso y acompañado por su amante, de quien se descubre que hasta esa fecha vivía en el propio Palacio…

El seísmo se traslada a una reunión en Madrid entre el presidente del gobierno central y el autonómico. Mariano Rajoy se enroca. Ni hay fiscalidad propia para Cataluña ni la habrá. Días más tarde, en el primer gran debate del curso parlamentario, Artur Mas cierra la legislatura y convoca elecciones anticipadas, con aspiraciones de plebiscito, dos años antes de lo que toca. En realidad, para gobernar, Artur Mas necesita el apoyo del PP catalán, y al quedarse sin su socio de la derecha tramontana, opta por el órdago, esperando lograr una mayoría absoluta gracias a los últimos acontecimientos. Se podrá argumentar que no es el momento, tal y como está este país (Cataluña) y aquel (España), de paralizar nuestra angustiosa crisis para volver a las lindezas de una larga campaña electoral. Pero también  se han adelantado en el País Vasco, al romperse el pacto entre socialistas y populares (¿alguien puede entender el compadreo de las coaliciones del poder, basado en el cruce antinatura de churras con merinas?), que dejarán el nuevo gobierno en manos de los nacionalismos (el jesuita y el radical). Si hasta el propio Rajoy ordenó adelantarlas en Galicia para no perder su feudo, teniendo en cuenta las medidas de recesión salvaje que aún están por venir y por sufrir.


Fotos: es.paperblog.com

Que Cataluña es un país con una identidad propia es una realidad fuera de toda duda. Que el camino para solucionar los problemas de Cataluña con España sea denunciar la falta de libertad, suena a frase de Mandela en otros tiempos y eso es teatral, falaz e injusto. Las mejores relaciones de España con sus pueblos  podrían encontrarse en un federalismo contundente, eficaz y solidario, ese que la izquierda siempre reivindica con la boca pequeña, pero que nunca ha tenido la valentía de poner en práctica cuando ha podido hacerlo. Una regla de honor de la política debería decir que no hace falta embaucar al ciudadano para alcanzar resultados de provecho.

Tras la pancarta unificadora de la manifestación del 11 de septiembre, asomaban otras muchas leyendas, curiosamente dirigidas en su mayor parte al observador anglosajón: “Catalonia is not Spain, Catalonia: bye, bye, Spain.” Con la intención quizá puesta en los mercados, que son los que ahora mandan sobre de los gobiernos, o en la CNN, o como castigo, al buscar un idioma universal que no es el castellano, en cuya lengua no vi una sola leyenda. Y es una lástima. Desde el año 1978 suena una canción de Serrat que habla en español de la identidad de Cataluña. Una certera y bella oda que recuerda la misma mezcla de raíces del cantautor, quien ironiza sobre el victimismo de un país que toma la fecha de su última derrota como día de su fiesta nacional, y que acaba cantando, pidiendo “que no trafique el mercader con lo que un pueblo quiere ser”