Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


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Naief Yehya
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Festival de Cine de Nueva York:
Ang Lee y Michael Haneke

Se dice fácil: medio siglo

El Festival de Cine de Nueva York (NYFF, por sus siglas en inglés) que organiza año con año la Film Society del Lincoln Center, cumple este año su primer cincuentenario de mostrar cine de vanguardia, experimental y una inmensa variedad de propuestas originales y valientes, así como una muestra de unos cuantos éxitos comerciales relevantes. El festival no es competitivo y tiene un formato compacto, no se extiende por docenas de cines ofreciendo cientos de películas como otros festivales y se limita a mostrar una treintena de filmes. En esta edición han añadido a la selección oficial una serie de obras maestras que van desde Las puertas del cielo, de Michael Cimino (1980) hasta Satyricon, de Fellini (1969), así como una sección de documentales y ensayos fílmicos, que incluye Room 237, de Rodney Ascher, en donde se hace una exploración de los presuntos símbolos ocultos en El resplandor, de Kubrick, y cintas sobre cineastas como Roman Polanski: Odd Man Out, de Marina Zenovich (2012) y sobre la relación entre Liv Ullman e Ingmar Bergman en Liv and Ingmar, de Dheeraj Akolkar (2012).

Un joven, un tigre, un enorme océano

En esta ocasión el festival abre con la esperada adaptación de la novela de Yann Martel, Life of Pi, de Ang Lee. Como en otras ocasiones en que se trata de eventos sobrepromocionados, un aire enrarecido rodea esta propuesta y resulta difícil acercarse sin expectativas exageradas o agudos prejuicios. La cinta está en tercera dimensión y visualmente es espectacular: las tormentas en el mar, los animales, el diseño sonoro y de producción son memorables; lo que no es así es la dosis de filosofía desparpajada que fusiona religión (con equitativas dosis de cristianismo, hinduismo, islam y budismo), lecciones extremas de la vida y moralejas edificantes. De no ser por su extraordinaria cinematografía podríamos resumir que este filme es una especie de Como agua para chocolate, en donde el protagonista, Pi, trata de sobrevivir por meses tras un naufragio en el Pacífico a bordo de una barca en compañía de un tigre feroz y frecuentemente hambriento llamado Richard Parker. La cinta está dividida en dos partes. La primera describe la vida de Pi Patel (cuyo nombre, Pi, viene de la palabra francesa piscine, no del número) en la pintoresca ciudad de Pondicherry, en la India francesa, a mediados de los años setenta. Pi se cría en un ambiente liberal, cosmopolita, intelectual, donde crece rodeado de las bestias del zoológico de su padre. Pero este universo idílico se colapsa; el padre decide vender el zoológico y emigrar a Canadá. La segunda parte es el viaje que habrá de tener un desenlace catastrófico, pero en el que Pi vive experiencias sin precedentes “que podrán hacer que un ateo crea en Dios”.  Sin duda, Lee consigue crear momentos de revelación emocional y apabullante tensión dramática, pero cualquier vitalidad queda aplastada, ya que trata de presentar el relato como una poderosa reflexión existencial disfrazada de anécdota, pero no oculta su grandilocuencia, sus epifanías literales y su ominoso mensaje de redención celestial.

Un hombre, una mujer, un departamento parisino

En el otro extremo está la cinematografía lapidaria, sin concesiones ni tregua, del cineasta austríaco que este año presenta la cinta ganadora de la Palma de Oro en Cannes, Amour, el filme que cuenta la desintegración de una pareja de ancianos, Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva), a partir de que ella sufre un primer infarto cerebral y comienza un lento deterioro que le va arrancando poco a poco todos los placeres de vivir y su identidad. Haneke es un cineasta que se ha caracterizado por su habilidad de mostrar la crueldad, la pasión destructora y el terror de la muerte. En este caso su tema es el amor y, para ponerle su sello, cuenta una historia íntima sin giros inesperados ni salvaciones celestiales. Georges acepta la voluntad de Anne de nunca ser enviada a un hospital o asilo, por lo que debe cuidarla mientras la ve desaparecer dentro de un cuerpo cada vez más frágil y una mente que parece disolverse. Hay una imagen recurrente en el filme: la violación de la intimidad cuando una puerta se abre por la fuerza. La primera vez sucede cuando los bomberos rompen la puerta para encontrar el cadáver de Anne. La segunda es cuando Georges y Anne regresan de un concierto y encuentran que alguien ha tratado de romper la chapa de la puerta de su casa para entrar a robar. Y una vez más sucede en una pesadilla de Georges. El espacio doméstico es el búnker donde se refugia el amor de un embate final que ninguna puerta podrá detener. Ni siquiera el tigre más agresivo ni la tormenta más brutal pueden provocar un terror comparable al que Haneke retrata con apabullante simpleza al mostrar a Anne paralizada por unos minutos mientras desayuna. Ese instante misterioso y atroz pone en evidencia que algo terrible e irremediable le ha sucedido.