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Desde Boca Ratón
N

o fue la improbable localización geográfica de la sede, en medio del litoral atlántico de la península de La Florida, la que provocó el desbalance de los temas discutidos en el tercer debate presidencial estadunidense. Muchos se han preguntado por qué no se abordaron cuestiones de gran importancia, como la crisis del euro, y regiones enteras fueron ignoradas o apenas mencionadas. Fue el moderador quien definió las preguntas y declaró no haberlas dado a conocer a los candidatos o a sus equipos. Sin embargo, días antes algunos medios listaron con bastante precisión los temas que se debatirían.

Schieffer eligió asuntos en que Estados Unidos está ahora activamente involucrado y que habían sido tratados en las campañas, para estimular la discusión y mantener la atención de electores conocidos por su falta de interés y escasa información sobre asuntos mudiales. Por ello, si en vísperas de una elección presidencial alguien desea informarse sobre las orientaciones de política exterior o las principales acciones externas que, en función del resultado electoral adoptará o pondrá en práctica la nación indispensable –como la denominó Obama– en este segundo decenio del siglo, el debate no le proporcionará elementos suficientes o confiables. Como es obvio, lo señalado este martes por Obama y Romney en la Universidad de Lynn se orientó a una audiencia interna y se envolvió en una retórica de campaña que no coincide necesariamente con las proridades y enfoques que adoptará el futuro gobierno. Con todo, valió la pena observarlo y repasar su contenido.

La única referencia a América Latina fue realizada por Romney, en el contexto de la discusión sobre el papel de Estados Unidos en el mundo. Al subrayar la necesidad de un crecimiento más rápido de las exportaciones estadunidenses, señaló que se han ignorado las oportunidades existentes en América Latina, y agregó: De hecho, la economía latinoamericana es casi tan grande como la de China. Nos concentramos mucho en China. América Latina nos ofrece una gran oportunidad-huso horario, idioma, oportunidades. Típico romneyés. En realidad, la economía china es 30 por ciento mayor que la de América Latina y el Caribe, y su mercado de importación es 66 por ciento más grande. Entre Seattle y São Paulo hay cinco horas de diferencia. No todos los latinoamericanos hablamos inglés. Obama prefirió no hacer notar esas mínimas inexactitudes.

Fue en especial desalentadora la visión generalizadamente negativa que, sobre todo el candidato republicano, ofreció acerca de ese complejo fenómeno político, social y cultural que, por facilidad de expresión, se ha encapsulado en la no muy feliz denominación de primavera árabe. Romney la equiparó a un conjunto de tumultos y disturbios, originadores de situaciones caóticas a las que la administración demócrata no había sabido responder. Obama hizo referencia, sin demasiado énfasis, a algunas de las expresiones democratizadoras, como las de Túnez y Egipto, y de avance social, sobre cuestiones de género, por ejemplo, asociadas a esos acontecimientos. Aludió al jefe de Estado egipcio como un líder electo democráticamente, en tanto que Romney prefirió etiquetarlo como miembro de la Hermandad Musulmana. Se desdibujaron, a lo largo de los intercambios, los matices y las particularidades. Quedó la lamentable impresión –asociada a un solo deplorable episodio: el asalto al consulado en Bengasi– de que Estados Unidos debe adoptar una cerrada posición defensiva en una zona saturada de riesgos de terrorismo.

Este peligro difuso, las redes terroristas, fue identificado por Obama como la mayor amenaza externa que se cierne sobre Estados Unidos. Romney prefirió localizarla: la más grave amenaza que enfrenta el mundo, la mayor amenaza a la seguridad nacional es un Irán nuclear –afirmó el gobernador. Ninguno de los candidatos duda de que el gobierno iraní se proponga dotarse de armas nucleares y ninguno está dispuesto a permitirlo: la línea roja está trazada. Más allá de diversas expresiones retóricas, del tratamiento de este asunto se desprende que ambos consideran que debe seguirse dando tiempo a la gestión diplomática, que, como se sabe, es conducida por un grupo de seis: los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania. Con independencia de que estos esfuerzos están en espera del cambio de gobierno en Washington, lo importante es el señalamiento coincidente de que, en el caso del programa nuclear de Irán, el recurso a la fuerza es la última instancia. El énfasis excesivo en las sanciones, asumido por ambos, con la perspectiva de ampliarlas y fortalecerlas, puede convertirse en un factor de complicación para una salida negociada, que muchos suponen pasa por algún tipo de control internacional efectivo de la fabricación de combustible para reactores nucleares de generación eléctrica y para otros usos pacíficos.

El debate reveló la profunda ambivalencia de la actitud estdunidense ante China y su espectacular ascenso. Obama considera que China es, a la vez, un adversario y un socio potencial en la comunidad internacional. Romney eludió, al principio, una definición y mencionó los diversos intereses que China y Estados Unidos comparten –un mundo estable y sin guerras, sin proteccionismo, sin conflictos localizados– y que les permiten verse como asociados, no como adversarios. Ambos enfatizaron que China debe regirse por las reglas multilaterales en sus relaciones comerciales, económicas y políticas internacionales. Debe aceptar –dijeron– jugar en un terreno parejo. Lo anterior no impidió que Romney reiterara su intención de declarar a China manipulador monetario desde el primer día de su administración. El hecho es que en los dos últimos años, la combinación de una serie de modestas revaluaciones del yuan renminbi y una inflación relativamente más alta de la promedio en sus principales socios comerciales se ha traducido en un realineamiento apreciable del tipo de cambio real del YRmb, que, según The Economist, se encuentra ahora próximo a su valor real. De suerte que la insistencia de Romney es obsoleta.

Quizá este tipo de propuestas, que de tanto repetirse dejan un sustrato del que en ocasiones es difícil sustraerse, fue uno de los motivos que permitió a Obama construir la que, en mi opinión, fue la expresión más memorable de ese largo debate, cuya transcripción supera las 17 mil palabras: Gobernador, en materia de política exterior usted parece querer importar las políticas externas de los 80, así como las políticas sociales de los 50 y las políticas económicas de los 20.