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Obama, Romney, spin doctor I
S

egún avanza la campaña electoral en Estados Unidos, las maquinarias electorales de los dos candidatos intensifican su acción persuasiva. Unas veces el spin comunicativo se despliega como ataque y otras como seducción. En inglés, el vocablo spin significa centrifugado. En el ámbito de la comunicación y de las relaciones públicas hace referencia a una forma de propaganda que busca la persuasión prescindiendo, si es necesario, de la verdad. El spin produce una realidad al margen de lo real: centrifuga una mentira hasta convertirla en verosímil. Se denomina spin doctors a los ingenieros de este tipo de centrifugado. En el ámbito de lo real, Joseph Goebbels es considerado el gran arquetipo del spin doctor. No en vano era el ministro de Información de Hitler. En la ficción, el protagonista de la serie televisiva canadiense Forever knight encarnó de manera paradigmática la personalidad spin: un vampiro-policía maestro del hipnotismo y del control de la mente humana. Otra esperanza alimenta otro sueño, hoy encuentras verdadero aquello que niega el sentido común, cantaba en los años 80 la banda alemana de tecnopop Propaganda. En esa época de Ronald Reagan era considerado el gran maestro del spin y encarnaba una redundancia: era actor y político. Todo político es un actor y un spin doctor: centrifuga la mentira hasta hacerla aparecer como verdad.

Aquellos que no apostamos por ninguno de los candidatos somos acusados en Estados Unidos de decir que todos son iguales. Eso no es cierto. No decimos que todos los políticos sean iguales, sino que todos los políticos son políticos. Ahí radica el problema. La profesionalización de la política es una forma de privatización. Cuando la gestión de los asuntos comunes queda en manos de unos pocos, esos pocos acaban gobernando para el uno por ciento. En ese ejercicio de gobierno caben matices y contrastes. Obama y Romney no son iguales. Barack es digital y Romney es analógico. Mientras el actual habitante de la Casa Blanca acaba de destinar 10 millones de dólares a un programa piloto que va a crear laboratorios de hackers en escuelas de educación secundaria de todo el país, el candidato republicano sueña con Peggy Sue y con la escuela preparatoria privada de Michigan, en la que estudió hace más de cuatro décadas. La condición analógica de Romney impregna tanto el contenido como la forma de lo que dice: muchos analistas señalan que su forma de hablar es rematadamente anticuada. Un joven halcón político dijo hace poco que si Romney viera Mad men, el hit televisivo ambientado en el Manhattan de los años 60, pensaría que es el noticiero del mediodía. Es cierto. Tal como expuso hace poco un congresista de su partido, en la época en la que vive el candidato republicano existen formas de violación que son legítimas y la soberanía sobre el cuerpo de la mujer reside en los legisladores y las autoridades religiosas. Además, la base energética debe ser el petróleo y Henry Ford gobierna la producción de automóviles subido en una cadena de montaje.

Obama, sin embargo, es otra cosa. Su política de restructuración del potente sector automovilístico estadunidense es ilustrativa al respecto. Barack ha promovido una revolución productiva que sigue el modelo del capitalismo cognitivo de Google: relación transparente con el consumidor, creación de redes y communities de consumidores que coproduzcan la innovación, energías renovables y vampirización de la lógica open source. Ursula K le Guin, para los vetustos oídos de Romney. Su lema electoral es: Cree en América. El de Obama: Hacia delante. En el seno del capitalismo conviven diferentes temporalidades. Como buenos políticos, los dos candidatos ofrecen promesas. Unas son prognosis y otras arqueología. El problema es que no parece que necesitemos propuestas diferentes para seguir en el mismo laberinto. Lo que requerimos es salir de él. Como ocurre con el consumo y la publicidad, Obama y Romney sólo ofrecen caminos interiores. Su oferta es la de una salida únicamente imaginaria.