Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de octubre de 2012 Num: 921

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

La Revolución como novela
Guillermo Vega Zaragoza entrevista con Ignacio Solares

Felisberto y el cuerpo como novedad
Alicia Migdal

Luces y sombras de Felisberto Hernández
Carina Blixen

Las muñecas y Felisberto
Ana Luisa Valdés

XIV encuentro de poetas del Mundo Latino

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Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

Un discurso para la Escuela de Periodismo
Carlos Septién García (I DE III)

Para Alejandro Avilés, Héctor Dávalos, Carlos Monsiváis, Carmen Lira, Josetxo Zaldúa,
los compañeros de
La Jornada, los hermanos de La Jornada Semanal.
Para todos los caídos en el ejercicio del periodismo

Con el desarrollo de la sociedad industrial, la información adquirió un carácter masivo. En las etapas históricas anteriores, el libro impreso y las hojas volantes de circulación reducida lograron, gracias al perfeccionamiento de los sistemas postales y del comercio, llevar noticias a un público compuesto casi exclusivamente por los miembros de las clases dominantes. En nuestro tiempo, la información es una necesidad cotidiana, una exigencia impuesta por el vertiginoso crecimiento de las actividades humanas. Poseer información oportuna y suficiente de lo que sucede en el mundo es una obligación que el hombre de la sociedad mercantil tiene con la realidad, y un mecanismo de defensa que le permite planear sus actividades futuras y evadir los golpes de sus competidores. La sociedad mercantil y el poder político se alimentan con las noticias del día, proporcionan informaciones e influyen de una manera determinante en el proceso de elaboración de las noticias que llegarán al público y servirán para darle la conformación mental deseada por la ideología dominante.

Todo indica que el hombre moderno, servido por un aparato que le entrega todas las mañanas, junto al vaso de jugo de naranja, un conjunto de noticias, fotografías y artículos de opinión que le permiten ver cómo amaneció la cara del mundo, está más cerca que sus antepasados de la realidad total de lo humano. Y, sin embargo, no es así. Nunca como en nuestro tiempo, las apariencias habían sido tan engañosas. El lector de las numerosas y variadas informaciones rara vez se da cuenta de que detrás de su rito informativo cotidiano se ocultan las manipulaciones realizadas por los especialistas del programa consistente en orientar de acuerdo con los intereses de la clase dominante, en fijar las dosis que les permitirán ejercer un control cada día más sutil sobre las posibles reacciones que los distintos públicos tienen frente a los estímulos creados por la información. De esta manera, el hombre contemporáneo es alejado del conocimiento de la realidad y limitado hasta el extremo de que sus posibilidades de pensamiento original son abolidas y su concepción del mundo circula, de modo casi exclusivo, a través de los estereotipos. La posibilidad de una personal forma de entender el mundo es reemplazada por los prejuicios sutilmente reforzados por los medios masivos.

El aparato orienta la atención de sus lectores hacia determinados temas y los aparta de aquellos que pueden promover la organización de grupos sociales víctimas de la explotación. Su función, como afirma Mattelart, es desorganizadora y, por lo tanto, tiende a neutralizar la acción de las clases dominadas y a afianzar el mundo de valores de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la información busca que el hombre acepte las características propias de un mundo regido por las leyes mercantiles. Para lograrlo no vacila en difundir el programa que ha convertido el amor en una transacción comercial, el arte en una actividad sujeta a las leyes de la oferta y la demanda, y la religión en la defensora de un orden social injusto y antihumano.

(Continuará)

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