Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de octubre de 2012 Num: 921

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

La Revolución como novela
Guillermo Vega Zaragoza entrevista con Ignacio Solares

Felisberto y el cuerpo como novedad
Alicia Migdal

Luces y sombras de Felisberto Hernández
Carina Blixen

Las muñecas y Felisberto
Ana Luisa Valdés

XIV encuentro de poetas del Mundo Latino

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Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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El lenguaje y sus deleites

Ricardo Guzmán Wolffer


Ntia’an ta’vi ñuu savi Ñuu savi nonato,
–ópera para mudos–,
Viko: savi-tatyi-yu’va-ka’ni,
Fiesta de la lluvia-viento-hielo-calor-estaciones inolvidadas,
Kuiya uvi ve’i: 1521,
Kalu Tatyisavi,
México, 2011.

Los libros de Kalu Tatyisavi, oaxaqueño ganador, en 2000, del Premio Nacional Nezahualcóyotl de Literatura Indígena, son para leerse en voz alta y olvidar un poco la lectura silenciosa que entierra las rimas y la música que cualquier lengua legible lleva incluso al oído de quienes no comprenden lo que leen. De entrada, el lenguaje de Kalu es un ejercicio para retomar la escritura en su nacimiento: son sonidos representados. Las palabras mixtecas ahí guardadas nos recuerdan que, antes que el significado de lo hablado, estaba el sonido de lo escuchado, el propio retumbo ante el mundo en el que buscamos el eco de nuestra mente.

En estas tres obras bilingües (primero el texto mixteco, luego el español), también aparecen líneas en francés y vocablos del náhuatl. Si en español es común insertar expresiones en inglés, ¿qué nos sorprende que se junten el mixteco y otras lenguas? Al final todas tienen el mismo peso. Resulte o no difícil adentrarse en su pronunciación para el lector no acostumbrado al mixteco, el texto traducido tiene su propia calidad y eso no depende del origen indígena del escrito primario.

La “ópera para mudos” es una obra de teatro donde participa Tejón, un indigente mixteco que de inicio vive de la repulsión disfrazada de caridad de turistas y locales en una “ciudad superpoblada”. Tejón es como un poeta errabundo, pues casi todas sus respuestas y diálogos contienen una carga poética, una concepción del mundo que linda con las filosofías anteriores al occidentalismo: no está amputado de un brazo y falto de un ojo: está más ligero. En el primer diálogo, le dice Narciso, otro paseante: “No entiendo lo que dices.” Y Tejón contesta: “Yo tampoco.” Más que las acciones de este teatro que funciona como tal, estamos ante una serie de evocaciones, a veces míticas. Y la poesía se entierra en los diálogos, sin dejar a un lado la crítica: “entre la pobreza y la ignorancia existe la misma diferencia que hay entre una tortuga y sus huevos”, “el hombre que dispara contra su hermano merece el pisoteo de su nombre”. Tejón se hace líder de “un sindicato de pordioseros”, la poesía sigue fluyendo: “hay que llorar por la ignorancia. En los tiempos de libertad es necesario nuestro sonambulismo”, “ha sido un buen principio desechar la ropa interior y las cobijas, es necesario hacer lo mismo con el espíritu y la juventud”, “el pueblo no tiene nombre y mucho menos conoce su apellido”, “la libertad es un derecho que se tiene que ejercer consecuentemente, no es necesario tomarlo todo”. La travesía de Tejón va por los estados iniciáticos, tras caer en manos de los “cerdos armados”: va con el chamán (busca la conciencia), está en el psiquiátrico (pierde la cordura y obtiene el subconsciente), habla con su nagual (despierta a lo mítico), hablan los Ñu’un (cuidadores energéticos de la tierra primordial), entre otros. Aparecen cuadros donde participan tlatoanis mexicas. La ópera para mudos de Kaly deviene  una obra de teatro de eficaz lectura; se antoja su puesta en escena para ver cómo lo indígena muestra su poesía y clarifica que es un producto de igual factura que el teatro mestizo o cualquier otro, pues no sólo presenta aspectos locales confundibles con turismo cultural, sino que extrae la poesía y plantea un desarrollo que involucra al espectador en lo personal y a los mexicanos en sus raíces culturales.

Los cuentos de Viko y los relatos entrelazados de1521 también incluyen al tejón (ahora sí al animal) y ese lenguaje dulce que suena a poesía para mostrar historias cortas del quehacer indígena: casamientos, la muerte de la abuela y cómo deja una estela de sabiduría etérea, la presencia de la literatura oral y cómo los relatores familiares y públicos transmiten lo que los libros hacen en otras latitudes, la herbolaria como remedio común, la enseñanza “por experiencia, por instinto” en lo cotidiano, la relación con la naturaleza y sus animales, en un sentido de integración, más que de depredación, y muchas otros textos breves.

Los libros de Kalu, más que reivindicar o no la lengua mixteca (su valía no puede estar en duda), son ocasión para comprender cómo cada habla conlleva sus idearios, su filosofía y su propia visión del universo; cómo cada idioma es ocasión para interiorizar una cosmovisión única.


De musas, hadas, plantas y viajes

Ricardo Venegas


La poesía y las hadas. Catábasis poética del reino vegetal,
Víctor Toledo,
Ediciones Eón/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
México, 2011.

La poesía y las hadas: catábasis poética del reino vegetal, investigación de Víctor Toledo de más de diez años sobre el origen y la esencia de la poesía, lleva como subtítulo: las Ninfas, las Musas, las Hadas, las Plantas Maravillosas y el Viaje Sagrado. Las hadas donadoras de la poesía (la Gaya ciencia), la música y la medicina, son hijas de la Diosa Madre (Gaya, Gea) y, por lo tanto, símbolo también de la fertilidad y la felicidad. Hermanadas con las moiras, las ninfas, las musas, las brujas y las vírgenes cristianas, son máscaras de una misma cara: el misterio y su revelación. Mensajeras del otro mundo, hadas del destino (hado), plantas sagradas, conexión con la naturaleza y su inteligencia cósmica, su versión comercial es sólo una débil caricatura del verdadero reino de la fantasía (la morada de los fantasmas, de las almas, de los espíritus).

Este extraordinario libro sobre lo maravilloso realiza verdaderos descubrimientos espirituales y de cimentación de la teoría poética: es un tratado fundamental para comprender la esencia y el sentido de la poesía (más ahora que se escribe mucho en verso y poco en poesía, que se “teoriza” mucho –en el mejor de los casos– y se vive poco poéticamente).

Ensayo de enorme originalidad que indaga en el viaje sagrado (la catábasis, como el gran viaje revelador del sentido del mundo, del Cosmos y de la vida que sólo hacen algunos dioses, los héroes, los chamanes o los poetas) como la esencia órfica –unidad, dialéctica, sincrónica, de lo dionisíaco y apolíneo– última y primera de la Poesía.

Profunda, inspirada y luminosa exploración y escritura que abarca el mundo clásico universal, la filología, la etnobotánica (el estudio de las plantas de poder), la poética, la filosofía, la antropología, los misterios del mundo griego y precolombino, y entrega generosamente un gran conocimiento sobre la poesía.


El género bifronte

Édgar Aguilar


Veredas para un centauro,
Paola Velasco,
Universidad Autónoma Metropolitana,
México, 2012.

Paola Velasco (Xalapa, Veracruz, 1977) es una de las más jóvenes y destacadas ensayistas de las letras mexicanas recientes. No por nada ha compartido crédito en la coautoría de un libro sobre Nélida Piñón –a propósito del Premio Juan Rulfo que recibiera la narradora brasileña– junto a Adolfo Castañón, uno de nuestros más grandes y consolidados –sobra decirlo– ensayistas. Veredas para un centauro reúne un total de quince ensayos producidos por la escritora veracruzana a lo largo de los últimos años.

Ya desde el título, la autora recurre al sumo y siempre polifacético Alfonso Reyes, de quien señala en el primero de sus ensayos: “Igual que el dios Jano, cuyo rostro bifronte mira al mismo tiempo el nacimiento y el ocaso del día, Alfonso Reyes me ofrece en sus escritos dos perfiles.” Y es que a Velasco, tendiendo un puente con lo mejor de la tradición ensayística alfonsina, el mundo grecolatino tampoco le es ajeno. “La raza irritable de los poetas” (Genus irritabile vatum: Horacio dixit), por ejemplo, parte de la conocida expresión de César, Tu quoque, fili mi!, al verse cercado por Bruto y luego herido de muerte en el Senado, por lo cual afirma la autora: “De ser estoico practicante, es seguro que César se habría esforzado por disolver la inquietud y volver sin irritación la cara a quien lo amenazaba, porque ¿con qué irritarse? ¿Con la maldad de los hombres?” Cabría preguntarse si el ánimo de César en ese fatal acontecimiento no estuviese más cercano al estupor y al terror que a la irritación, además de que, como sabemos, la máxima del poeta latino fue empleada, precisamente, para satirizar la desmedida susceptibilidad de algunos de sus pares. Mas esto es en realidad baladí, pues hay una clara intención por desarrollar temas y motivos de carácter universal que asolaron a aquellos hombres a través de una nueva y revalorada interpretación. Más próximos al ensayo filosófico, “Del dolor”, “Del cuerpo y la medicina” y “Sobre la melancolía” siguen un modo discursivo que, aunque metódico y riguroso, no dejan de envolvernos y contagiarnos de buena disposición para su lectura por su elevada, nítida y no pocas veces erudita prosa.

En “Palabra y memoria: la suma de una vida” y “Tapioca Inn: de fantasmas y otros horrores”, así como en “Gilberto Owen como nube”, se explora el ensayo literario. Nélida Piñón, Francisco Tario y Gilberto Owen, respectivamente, son revisados a partir de algunas de sus obras más emblemáticas. Paola Velasco tiene, sin duda, el control de sus recursos teóricos y críticos. No divaga: interroga, esclarece y es certera en la mayoría de sus juicios, exigente consigo misma. Esa exigencia, sin embargo, cuando logra olvidarse del resultado y se atiene a las infinitas posibilidades del lenguaje y del ensayo como género bifronte que muestra sus “dos perfiles”, le permite crear –como al reflexionar en una vieja fotografía, en lo aparente de los sentidos, o en una banca del Paseo de la Reforma– criaturas informes de muy rico y variado cuño: centauros que deambulan por veredas aún inexploradas.


El fascinante y olvidado pretérito tarasco

Raúl Olvera Mijares


Tzintzuntzan. Capital del reino purépecha,
Arturo Oliveros,
FCE, Colmex, FHA,
México, 2011.

“La gente de la casa del águila” se cree que era el significado de uacúsecha, el nombre de un grupo étnico, forjador de una de las civilizaciones mesoamericanas más deslumbrantes por sus capacidades como artesanos, comerciantes y guerreros, los purépechas u hombres trabajadores; su reino, Michoacán, lleva ya en el topónimo –de origen nahua– la impronta de la conquista de los diversos grupos yutoaztecas que se fueron adueñando de la región, especialmente atractiva a causa de sus productos marítimos (mychuacan significa lugar rico en peces), su artesanía y sus artículos de plumas. La antigua capital de ser Tzintzuntzan, cuya etimología se cree que designa un lugar abundante en colibríes, pasó a ser Pátzcuaro. El fraile franciscano Jerónimo de Alcalá en su Relación (1539) fue el primero en establecer el origen autóctono y completamente diverso respecto de los dominadores aztecas por parte de este pueblo.

Ciertos indicios en los metales, el empleo del cobre y de algunas vasijas de forma redondeada con una peculiar asa en forma de argolla, al igual que la abundancia de conchas del caracol Strombus y las construcciones en alto empleando plataformas donde se yerguen las estructuras circulares conocidas como yácatas, apuntan hacia una semejanza con culturas de Perú. Al igual que los mexicas y su mítico Aztlán, los purépechas tenían la tradición de descender de un remoto lugar perdido en el norte. Se han podido establecer ciertas similitudes, si bien tardías, con la cultura de Paquimé. Incluso la naturaleza de la lengua tarasca y su diferencia respecto del nahua y otomí, lo mismo que su aparente afinidad con la lengua de los incas, han hecho sospechar a investigadores como Mauricio Swadesh un nexo prehistórico entre quechua y tarasco. Otros antropólogos lingüistas, como Leonardo Manrique Castañeda, han establecido un mapa con la zona de influencia del purépecha, bastante menguada ya al arribo de los españoles.

Sitios como Tzintzuntzan, Zacapu, Zináparo, Huetamo, Chupícuaro, Timgambato, Santa María, Tres Cerritos, Los Alzati, El Opeño, dejan tener un atisbo de la extensión geográfica del reino, el cual abarcaba la totalidad de Michoacán y partes de Jalisco, Colima, Querétaro, Guanajuato, así como pequeñas áreas del estado de México, Guerrero e incluso Nayarit. Con el corazón asentado en la región lacustre de Páztcuaro, Cuitzeo, Yuriria y Chapala, el reino tarasco tenía una relación particular con el agua, tanto dulce como de mar. En 1930 Alfonso Caso, habiendo llevado a cabo trabajos en Montealbán, inicia en Tzintzuntzan la consolidación y reconstrucción de la Yácata 5. Alrededor de 1950 Jorge Acosta realiza excavaciones en Ihuatzio, donde descubre una figura muy similar al Chac Mool. En 1968 Román Piña Chan explora el barrio de Santa Ana. Finalmente, en 1970 Helen Perlstein Pollard traza un patrón del asentamiento de la totalidad de la antigua capital del reino tarasco.