Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de octubre de 2012 Num: 921

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

La Revolución como novela
Guillermo Vega Zaragoza entrevista con Ignacio Solares

Felisberto y el cuerpo como novedad
Alicia Migdal

Luces y sombras de Felisberto Hernández
Carina Blixen

Las muñecas y Felisberto
Ana Luisa Valdés

XIV encuentro de poetas del Mundo Latino

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Miguel Ángel Quemain
[email protected]

Teatro, historia de sus ideas artísticas

El recorrido vital que traza la voz de Hugo Gutiérrez Vega en el trabajo de David Olguín ofrece la riqueza de un paisaje en el que algunos objetos son vistos a distancia y otros bajo el microscopio. Esta mirada no sólo depende del que narra sino del que lee. Las dimensiones del relato no sólo pueden valorarse de acuerdo con su incidencia en la vida personal del narrador, sino en función de las consecuencias que tuvieron sus acciones en grandes conjuntos de protagonistas y actores sociales, como es el caso de su paso como rector en la Universidad de Querétaro, donde fundó la carrera de Psicología una de las mejores facultades del país.  Ese tránsito es sólo una estación de paso en la vida del poeta que, sin embargo, cimbró el triste conservadurismo del Estado y escandalizó con la particularidad de lo artístico a las buenas conciencias queretanas que todavía se persignan cuando escuchan el nombre de quien le diera a esa sociedad “provinciana” el regalo de Los cómicos de la Legua, compañía añeja de gran vitalidad y hondura que animó el páramo habitado de fugaces sueños. Como éste, hay varios pasajes que nos deberían recordar esa combinación compleja de creatividad, compromiso y responsabilidad que se trenzan en la labor del funcionario público que no sólo cumple con la ley sino que la alimenta con su vocación y su experiencia. Uno de ellos es su pasaje al frente de la Casa del Lago, que lo coloca como parte de una generación que le dio estatura a un enorme cambio en México, consistente en la convergencia de una nueva actitud para las artes que se convirtió también en una moralidad estética que abrieron Juan Vicente Melo, Hugo Gutiérrez Vega y Tomás Segovia, con una constelación de creadores que son paradigma de indagaciones que todavía forman parte de las preocupaciones artísticas, siempre irresueltas, de este siglo XXI.

Es fascinante el recorrido que hace Gutiérrez Vega sobre algunas de las ideas que le dan cuerpo a las convicciones, lecciones y experiencias de nuestro teatro a lo largo del siglo XX. Hay una figura que le permite al escritor/actor mostrar las dificultades que entraña para la crítica teatral estar a la altura de los cambios, de las transiciones que en muchas ocasiones hacen incomprensibles algunos tránsitos del arte mexicano. Ese es el caso de la comprensión y el enorme cariño con el que se refiere a momentos fundamentales en la creación de Juan José Gurrola, valorado por Hugo por su capacidad de desestabilizar los géneros.

Su rememoración de Gurrola va del orden administrativo, político y cultural, a la amistad y lo artístico en todas las dimensiones de la escena: lo escenográfico y el vestuario (Fiona Alexander, Alejandro Luna), la música (la presencia de Mario Lavista), la dramaturgia (con todas las vicisitudes de un narrador/dramaturgo “no tan bueno”) como García Ponce y una tropa de actores que surgen del rigor y la academia (como el narrador) hasta de la vida misma, incluso de El Clóset, como Fuensanta Zertuche y un enano de circo.

Hugo Gutiérrez Vega no es un forense, como le sucede ser a cierta crítica académica que cadaveriza los textos vivos para formalizarlos (me refiero a ponerlos en formol); su vitalidad ha sido reconocida colocándolo como un representante distinguido del periodismo mexicano. Sin embargo, parece que la crítica que se practica en torno al teatro ni le satisface ni la encuentra significativa. La protesta de Roland Barthes en Crítica y verdad está vigente, el “juzgado intelectual” es a menudo el espacio donde las obras suelen ser condenadas o absueltas, pero poco valoradas.

Hugo revisa el mundo de su experiencia vital y su juicio es de orden estético, pero también histórico y moral. Tiene que ser un artista para que el recuerdo se transforme en una visión de las estrategias ordenadoras de la tradición y permita continuar y romper, entender en qué consiste el orden histórico y estético de nuestras exploraciones actuales.

Insisto en este testimonio biográfico y autobiográfico que ha publicado El Milagro porque es un instrumento de justicia (el reconocimiento a Sergio Magaña como un gran trágico), un bofetón a la desmemoria y la impostura; es la voluntad de recuperar el espíritu de la creación local reconociendo su universalidad, a la que se oponen las mezquindades locales y el poder central(izado). Un trabajo que merecería también el orden del diccionario donde agrupar un conjunto de ideas y conceptos que definieron/definen nuestro teatro en los últimos sesenta años.