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La caravana de mujeres centroamericanas exhorta a exigir justicia a las autoridades

En las muertes de mexicanos o extranjeros, el gobierno no puede evadir su responsabilidad

Entre muestra de apoyo en el Zócalo del DF llamaron a perder el miedo, pero nunca la esperanza

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La mañana del domingo, las integrantes de la caravana de madres de migrantes centroamericanos visitaron la Basílica de Guadalupe para poner en manos divinas lo que la justicia terrenal les ha negadoFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 29 de octubre de 2012, p. 12

Para ellas, las más de 40 mujeres centroamericanas que buscan a sus familiares perdidos en territorio mexicano, es incomprensible que en este país quienes también han perdido hijos o padres no le exijan a su gobierno que se los devuelva, que se responsabilice de los secuestros, de la trata de personas, de los asesinatos y extorsiones, que hayan permitido que a los suyos y a los otros, que no salen de sus países más que por necesidad, empujados por la falta de empleo y el hambre, se les haya tratado peor que animales.

Con esa indignación, las mujeres de la caravana Liberando la Esperanza llamaron a los mexicanos desde el Zócalo de la ciudad de México a sumarse a esta búsqueda, a no perder la esperanza, a no permitir que el miedo a las represalias y a la represión las haga vivir de la memoria de los hijos perdidos, ya no puede haber miedo, debe haber indignación, debe haber un reclamo, porque vivos se fueron y vivos los queremos.

A todas ellas las recibieron de pie y entre aplausos. “¡No están solas! ¡No están solas!, gritó un auditorio que ya había colgado también, en el perímetro de la plaza, un centenar de rostros de niños y niñas, jóvenes y adultos enmarcados bajo el letrero de Se busca, y ayudaba a sostener en alto los carteles de otros rostros que se perdieron hace más de 10 años en la ruta que los migrantes centroamericanos siguen en su camino hacia Estados Unidos.

A cada paso, en cada joven que veo, quiero encontrar el rostro de alguno de mis hijos, dice Clementina Murcia, de Honduras, quien perdió a dos hace 11 y 26 años, respectivamente. ¡Yo pido a las autoridades civiles y militares que por favor nos ayuden a encontrarlos. No es posible que el gobierno no haga nada por ellos, ya basta de tanta maldad. Me hubiera gustado conocer México en otras circunstancias, qué bueno hubiera sido que cuando mis hijos pasaron por aquí, también les hubieran tendido la mano como nos la han tendido a nosotras!, dijo en alusión a las organizaciones sociales Movimiento Migrante Mesoamericano y otras.

En el lugar estaba también el padre Alejandro Solalinde, recibido con entusiasmo por el auditorio, que también aplaudió las palabras de aliento que enviaron el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y seguía atento el diálogo que entablaron familiares de los centroamericanos desaparecidos con los periodistas Blanche Petrich y Jenaro Villamil.

Una y otra vez las historias se repetían. Se hablaba de extorsiones telefónicas, de secuestros, de maltratos, de penurias y de muerte con una mezcla de impotencia, rabia, dolor y determinación, ya no hay sueño americano sólo dolor, frío, hambre, el riesgo de que los violen, de que los tiren del tren, que los maten peor que animales.

Martha Sánchez Soler, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano, revela entonces que en esta caravana se darán cinco encuentros, todos de migrantes encontrados por el esfuerzo de organizaciones como ésta, que siguen una pista por pequeña que sea, que busca hasta por debajo de las piedras, porque nuestra intención está unida a la de ellas, a pesar de las amenazas y la falta de recursos, dice el investigador Rubén, como lo definió la periodista Blanche Petrich.

Antes de esta jornada en el Zócalo capitalino, la caravana acudió a la Basílica de Guadalupe, a poner en manos divinas lo que la justicia terrenal les ha negado. Ahí escucharon la homilía de las 10 de la mañana, en medio de centenares de fieles que llenaban este templo y que miraban con curiosidad las fotografías de los hombres y mujeres perdidos y el rostro de las mujeres que los portaban, una mezcla de dignidad, de rabia y de esperanza.