Opinión
Ver día anteriorMartes 30 de octubre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La revolución de los ricos
C

arlos Tello y Jorge Ibarra han escrito un excelente texto que titularon así: La revolución de los ricos. Ha sido presentado en diversos espacios académicos y en uno he tenido la oportunidad de comentar este libro esclarecedor que, me parece, le habría gustado escribir a muchos profesores no neoclásicos, para sus estudiantes.

A diferencia de las ciencias de la naturaleza, en la economía no tenemos una disciplina que acumula conocimientos mediante la investigación, hasta que un descubrimiento de gran envergadura provoca lo que Thomas Khun llamó una revolución científica que trae consigo un cambio de paradigma.

En la economía no hay tal acumulación de conocimiento por la investigación, sino el paulatino descubrimiento de objetos de estudio, fenómenos, e investigadores con muy diversos intereses, que aportan su visión social de fenómenos distintos: a Marx le interesó explicar la forma en que ocurría la distribución del producto social entre las principales clases de la sociedad; al padre de la escuela neoclásica, Alfred Marshall –quien amputó el adjetivo política a la economía política, para dejarla sólo en economics– le interesaba entender cómo se alcanzaban las condiciones que permitían el equilibrio (de producción y precios) en los mercados particulares.

En el libro de Tello e Ibarra al pan se le llama pan y al vino, vino. Nuestros autores comienzan con una narrativa dedicada a las tendencias de la edad de oro del capitalismo (desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo de 1973), al tiempo que examinan el claro predominio de las políticas keynesianas en el mundo capitalista de entonces: fue también la edad de oro del keynesianismo. Pero muestran también cómo las clases pudientes y sus autores, los economistas neoclásicos, durante este mismo periodo, no se durmieron en sus laureles. Nunca estuvieron de acuerdo con la intervención del Estado en la economía que veían como amenaza a sus libertades.

Nos describen así la temprana constitución de la Mont Pelerin Society y una serie de reuniones en las que los personajes relevantes son muchachos sencillos, como Friedrich von Hayek, Ludwig vos Mises, Karl Popper, Milton Friedman y muchos más. Esta sociedad se mantiene hasta la fecha y fue el antecedente para crear muchos centros de pensamiento estratégico neoliberal (los hoy famosos think tanks).

Pero estos liberales a ultranza no se limitaron a llevar a cabo estudios y reuniones de discusión estratégica, también comenzaron en muchos lugares del mundo a penetrar en los ámbitos académicos, incluido por supuesto, México. Vale la pena seguir en el libro los detalles de cómo este grupo internacional y la corriente de pensamiento que crean se fortalecen intelectualmente a la par que el capitalismo vive sus años dorados.

Ese tramo histórico en que el keynesianismo se vuelve predominante se hace posible merced a la presencia, en ese momento poderosa, de la Unión Soviética. Las clases dominantes de Occidente, temerosas de que los asalariados se vieran atraídos más de la cuenta por la dictadura del proletariado, se vieron llevadas a ceder espacios que se tradujeron en la conformación de economías mixtas, con mayor o menor intervención del Estado en la economía y, en su mejor versión, con la creación de los estados de bienestar, ahí donde sindicatos y partidos obreros habían alcanzado mayor poder político en la sociedad.

De otra parte, factor sumamente relevante, es que al mainstream keynesiano le fue creado en Bretton Woods, en 1944-45, un enorme boquete. Me refiero al sistema internacional de pagos de la vasta zona capitalista, que los ampliamente poderosos vencedores de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, impusieron, y que no tenía nada de keynesiano. De haber ganado Keynes el debate de Bretton Woods, el mainstream keynesiano habría vencido en toda la línea. Pero no fue así. Se impuso el dólar como el medio de pago por excelencia acompañado de un sistema de tipos de cambio fijos.

No tengo espacio para referirme a la riqueza argumental del texto que comento, pero parece necesario tener presente que, al entrar en crisis el sistema de Bretton Woods, Estados Unidos y los países desarrollados en general cambiaron casi de inmediato sus objetivos de política económica, como nos lo muestra Angus Madisson, desde el crecimiento y el empleo –objetivos keynesianos–, a la estabilidad macroeconómica a toda costa, objetivos neoclásicos y neoliberales. En tanto, en América Latina, los años setenta todavía fueron años de políticas económicas expansivas y alto endeudamiento.

Es en estas condiciones que nos internamos en la era del dominio del nuevo maistream neoliberal-neoclásico, que es expertamente diseccionado en los capítulos 3 y 4 del libro de Tello e Ibarra, mientras la Unión Soviética iba hundiéndose como en un pantano.

Dijo entonces Mrs. Thatcher: La gente que pide constantemente la intervención del gobierno está echando la culpa de sus problemas a la sociedad. Y, sabe usted, no hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias. Y ningún gobierno puede hacer nada si no es a través de la gente, y la gente primero debe cuidar de sí misma. Y remató lapidariamente: “there is no alternative”. Esta nueva era termina en la crisis que hoy vivimos.

Nuestros autores, siguiendo a Manfred Steger y Ravi K. Roy, apuntan que pueden verse tres dimensiones del neoliberalismo: como ideología, como forma de gobierno, y como paquete de medidas económicas. Una a una estas tres dimensiones son desmontadas por Tello e Ibarra.

Continuará…