Opinión
Ver día anteriorMiércoles 31 de octubre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sandy: más allá del desastre natural
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ras dejar grave saldo de muerte y destrucción en Haití, Cuba, Jamaica, Bahamas, República Dominicana y Puerto Rico, el huracán Sandy pasó por la costa este de Estados Unidos y causó desastres equiparables que aún no terminan de cuantificarse pero que continúan en aumento en todos los ámbitos. La cifra de muertos subió ayer a medio centenar, se incrementó a 8 millones el número de viviendas sin electricidad y comienza apenas a dimensionarse la magnitud de las afectaciones materiales.

La pérdida de vidas humanas es, por definición, irreparable y dolorosa. En este caso permite además ponderar el potencial destructivo del meteoro: se trata de una de las contadas ocasiones en que un huracán golpea con fuerza descomunal a una sociedad opulenta y altamente desarrollada, sin que esa característica haya podido aminorar, hasta ahora, el sufrimiento de la población.

Por lo demás, es claro que los efectos de Sandy no se circunscriben a los ámbitos de la devastación material y humana, y que trascienden los límites del territorio estadunidense. En primer término, la paralización de las actividades económicas en una extensa región del país vecino condiciona severamente el proceso de reactivación económica en que se encuentra Estados Unidos a raíz de la crisis financiera que inició en 2008-2009. A ello deberá añadirse el costo que implicará reparar los daños materiales, que se calculan entre 10 mil millones y 50 mil millones de dólares, según fuentes diversas.

El panorama no es alentador para una economía mundial que, tras los descalabros financieros de hace tres años, ha tenido una recuperación por lo menos accidentada y claramente insatisfactoria, que actualmente enfrenta factores de preocupación e incertidumbre por la crisis de la deuda que aqueja a varios países de la eurozona.

Por lo que hace a México, dicho escenario descrito debiera ser un llamado de alerta para los encargados del manejo económico del país, en la medida en que pudiera reducir el flujo de divisas provenientes del país vecino y afectar severamente la actividad comercial binacional. En tal contexto, sería lamentable que el gobierno federal reditara la actitud indolente, irresponsable y falta de visión que caracterizaron los tristemente célebres pronósticos formulados hace cuatro años por el entonces secretario de Hacienda, Agustín Carstens, quien calificó de catarrito una crisis económica que a la postre derivó en la peor caída del PIB nacional en la historia, así como en un aumento de la pobreza, la marginación y el desempleo en el país.

Ante los barruntos de lo que parece ser un nuevo ciclo recesivo en el planeta, cabe esperar que las autoridades nacionales muestren la altura de miras que no tuvieron ante la crisis financiera de 2008 y 2009 y tomen las precauciones necesarias: desde la puesta en marcha de mecanismos de protección a la economía de los más desprotegidos hasta acciones concretas para revertir la vasta dependencia económica de México hacia la nación vecina, como la reactivación y fortalecimiento del mercado interno, el manejo eficiente del gasto público y la aplicación rigurosa del cobro de impuestos a las grandes fortunas.