Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El sueño americano no es para mexicanos
E

n la entrega anterior reseñé los resultados del Reporte 2010 de la American Community Survey para la población extranjera, en el que se desglosa al mundo en grandes regiones. Sin embargo, México aparece por separado debido a su relevancia numérica.

No tiene caso hacer comparaciones con los inmigrantes asiáticos, europeos o africanos, porque vienen de contextos muy diferentes. Pero es precisa la comparación con nuestros hermanos centroamericanos y sudamericanos, ya que la migración se da en condiciones similares. No obstante, los resultados de la comparación son muy poco halagüeños para los mexicanos y prácticamente en todos los indicadores salimos mal parados.

El artículo anterior concluía con una interrogación: ¿por qué estamos en esta situación? Y ¿qué sentido tiene irse a vivir y trabajar al otro lado?

Algunos lectores comentaron el artículo y expresaron su opinión al respecto. Jorge Morales me anima a continuar con la segunda parte. Por otro lado, Guillermo Mata opina que el asunto está solucionado; para él la pregunta no tiene ningún sentido. Me tacha de ignorante y mi opinión le parece irresponsable. Según el comentarista aludido, los mexicanos se van porque los salarios en el país son de hambre y no progresan porque los que emigran no son necesariamente los más educados.

En efecto, en México los sueldos no alcanzan para vivir y los migrantes tienen los más bajos niveles educativos. Pero esa situación también la vivieron los irlandeses, italianos, polacos y demás inmigrantes que venían muertos de hambre y tenían muy pocos estudios. Sin embargo, para ellos el sueño americano parece haber funcionado mejor. El factor educativo es sin duda una de las claves. Pero la educación es también un asunto de clase, y entre los centroamericanos y sudamericanos suelen migrar muchas personas de clase media. Lo cierto es que los profesionales sudamericanos representan 27.8 por ciento, los centroamericanos 9 y los mexicanos 5.3. Hay una diferencia muy significativa. Ahora bien, hay que preguntarse por qué sólo migran los sectores populares y no los medios, especialmente los profesionales o los mexicanos con algún grado de instrucción universitaria. Será que la clase media mexicana vive mejor que la del resto de Latinoamérica, o por otras razones.

Los estudios migratorios hablan de procesos de selectividad, es decir, que sólo cierto sector de la sociedad emigra; en este caso, los clasemedieros mexicanos no han sido seleccionados. Esto no se trata únicamente de pobreza o educación, sino de política migratoria. El prototipo del migrante mexicano definido por las medidas estadunidenses es el trabajador agrícola, que coincidentemente es pobre y poco educado.

Estados Unidos conformó una mano de obra dócil, sumisa, barata y trabajadora para que se ocupara de las labores agrícolas; este proyecto tiene más de un siglo. El resultado es asombroso, ha ocasionado que medio mundo abandone el medio rural: filipinos, hawaianos, negros, okies y blancos pobres. Los únicos que quedan son los mexicanos: 77 por ciento de la mano de obra agrícola que trabaja en Estados Unidos nació en México y otro 9 por ciento es de origen mexicano.

La agricultura es el trabajo peor pagado de Estados Unidos, a pesar del esfuerzo que demanda, y además muy poca gente está impuesta a hacerlo, como dicen los campesinos. Ahora bien, sólo 15 por ciento de los migrantes mexicanos labora en la agricultura, los demás tienen otro tipo de empleo y podrían mejorar los indicadores, pero no es así.

Otro elemento que debe tomarse en cuenta es que los migrantes mexicanos, además de provenir de un medio popular y no haber tenido oportunidades educativas, son en su mayoría irregulares. Y la mayoría de los legales, fueron indocumentados en un inicio y luego pudieron legalizarse o acogerse a la amnistía de 1986 (2.3 millones de mexicanos fueron legalizados en ese momento).

El que haya tantos empleados irregulares en Estados Unidos también resulta, en gran parte, asunto de la política migratoria. Después del Programa Bracero, cuando se modeló la mano de obra agrícola, se toleró y fomentó la migración irregular, que al fin y al cabo es desechable y fácilmente deportable. La irregularidad, según los estadunidenses la ilegalidad, es la peor condición en que se puede vivir en Estados Unidos. El migrante irregular vive mal por definición y el poco excedente que logra acumular no lo gasta en su comodidad, sino que lo manda a México. Hay migrantes que viven en cuevas en los cerros que rodean San Diego, pero tienen una buena casa en sus pueblos. Cuando en 1987 se dio amnistía y se legalizó a 2.3 millones de mexicanos, su vida cambió de manera radical. En Los Ángeles los negocios de los mexicanos crecieron de manera espectacular. En Chicago, las viviendas en los barrios mexicanos de La Villita y Pilsen duplicaron sus precios; todos los legalizados querían comprar una.

Pero la afluencia de migrantes, en su gran mayoría irregulares, siguió en aumento. A tal ritmo que en cada censo decenal la población nacida en México se duplicaba. En 1980 éramos 2.1 millones en Estados Unidos, en 1990 se pasó a 4.2, en 2000 se duplicó nuevamente la población, con 9.1, y llegó a su máximo en 2007, con 12 millones.

Sin duda, el sueño americano no es para los migrantes irregulares; ir en esas condiciones es condenarse a ocupar el escalón más bajo y despreciable de la sociedad. Pero para algunos, como diría Enrique, otro comentarista del artículo anterior, puede ser una alternativa: será que ser pobre en Estados Unidos no es lo mismo que ser pobre en México.