Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 4 de noviembre de 2012 Num: 922

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Música, maestra
Alessandra Galimberti

Matemáticas y poesía
Fabrizio Lorusso

Rosario para letraheridos
Ricardo Bada

La poesía nayarita después de Nervo
Ricardo Yáñez entrevista
con Miguel González Lomelí

Blas Pascal, el
pensador sensible

María Bárcena

Retrato de
Enrique Fierro

José María Espinasa

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


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Ricardo Bada

Hace ya casi cuatro años,
puede decirse que no faltó
un día desde la liberación
de los rehenes colombianos
sin que el presidente Uribe y
la rescatada profesional Ingrid
Betancourt nos metieran la religión por los ojos, incluyendo el rezo público del rosario. Y la verdad es que un no creyente, agnóstico como yo, puede llegar
a sentir vergüenza ajena al toparse con este tipo de espectáculos, cuando
se escenifican como tales, es decir, cuando no responden a los motivos
profundos de la fe (que respeto), sino al dictado de la mercadotecnia y del oportunismo político (que repudio, a ambos).

El non plus ultra en materia de vergüenza ajena debió alcanzarse el
18/vii/1870 con la definición de la infalibilidad pontificia por el i Concilio
Vaticano. Poco después, con Benedicto xv, se inauguró sin embargo una
etapa llena de dignidad que con leves sobresaltos, y la indiscutible bajada
de pantalones papales ante el régimen de Hitler, duró hasta la inexplicada
muerte de Juan Pablo i. Después, por contraste, con el papado de Wojtyla,
se consiguieron plusmarcas dignas del Guinness Book of Records.

Pocas veces me he sentido tan lleno de vergüenza ajena como el día en
que leí que Wojtyla había grabado una edición del rosario en cd, de la
que ya se habían vendido 90 mil copias, como consecuencia de lo cual
se le otorgaría un disco de platino. Y que el núm. 1 de la edición, claro está,
había recibido la bendición papal. Esta es una de esas noticias que, como dicen gráfica y donosamente en Uruguay, son de alquilar balcones. Pero también de las que al mismo tiempo, como decimos más escatológicamente algunos, son de mear y no echar gota.

Todo ello sin entrar en la cuestión básica que subyace a la venerada imagen de la Virgen María, en cuyo honor se cristianizó esa especie de ábaco de oraciones que hindúes, budistas y musulmanes usaban para las suyas mucho antes que la Iglesia de Roma. Esa Iglesia que, con un machismo redomado y sutil, obliga a sus fieles a creer (porque es dogma de fe) que la pobre María ascendió en cuerpo y alma al cielo: instituyendo así para ella un auténtico infierno particular hasta el fin de los tiempos y la resurrección de la carne, y todo eso dentro de la más estricta teología católica. Pues ya me dirán qué hará esa pobre mujer en cuerpo y alma en un lugar donde sólo están las almas, y no todas, sino únicamente las redimidas. Menos mal que ustedes saben que la teología es como Las mil y una noches, sólo que en increíble.

Y hablando de tutti frutti, ¿sabrán estos cruzados del rosario que el sacratísimo rito es un préstamo –otro más– de los infinitos que la liturgia católica le ha tomado sin pago de regalías a otras religiones? ¿Sabrán que según parece el rezo del actual rosario deriva del analfabetismo de los monjes allá por el siglo xii, cuando por no saber leer los 150 salmos del oficio divino se les hacía recitar a cambio las 150 avemarías de los quince misterios rosarinos (los gozosos, los dolorosos y los gloriosos, cinco de cada), algo a lo que se llamó el “salterio laico”? Wojtyla seguro que lo sabía, como sabía que Dios es masculino, según afirmó ante los pescadores de St. John’s, en Canadá (y hasta L’Osservatore Romano se vio obligado a mochar el discurso papágeno en semejante punto de cerril machismo).

En cualquier caso, este renovado auge del rezo del rosario en público me sugirió –es tema que me ocupa desde hace al menos diez años– la posibilidad de un nuevo salterio laico. Uno con el que los católicos letraheridos, los católicos aficionados a la literatura, lograran pasárselo bien y santificar sus lecturas.

Cada cual puede, naturalmente, confeccionar su salterio laico a su propio gusto, porque no soy dogmático ni puedo excomulgar a naides que no comulgue con mis propuestas (así que me quedo con las ganas). Sea lo que fuere, quiero enumerarlas aquí y ahora, como programa de contraste al ilustre esquema de santo Domingo de Silos.

Misterios gozosos:
Romeo & Julieta (y Eliza Doolittle & el profe Higgins) recrean la bella bestia de doble espalda.
Nora Helmer se va (dando un portazo) de su casa.
Platero y nosotros leemos “La noche de Walpurgis” de La montaña mágica.
Molly Bloom te mira de reojo la bragueta.
Johnny Carter está tocando el saxo mañana.
Misterios dolorosos:
Odiseo desoye el canto de las sirenas.
Lizzy Bennet rechaza la proposición de Mr. Darcy.
Moby Dick se sumerge arrastrando el Pecqod.
Gregorio Samsa despierta en Comala convertido en un insecto.
Willy Loman y el coronel no tienen quien les escriba.
Misterios gloriosos:
Cráneo privilegiado, a Alonso Quijano se le seca el celebro [sic].
Los hermanos Karamasof piden las manos de Fortunata y Jacinta.
Seis personajes encuentran su autor.
Temple Drake y Blanche Dubois bailan “El choclo” en un tranvía llamado Deseo.
Juan Carlos Onetti Borges conduce hasta el astillero a su primo Jorge Luis, a través del jardín de los senderos que se bifurcan.

Por los siglos de los siglos, Enter (=Amén, pero en idioma virtual).