Opinión
Ver día anteriorJueves 8 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Lero, lero, candelero!
A

sí resuena el ¡Que se jodan! espetado por Bryce Echenique a quienes objetamos que se le otorgara el Premio FIL 2012. Los 12 académicos que firmamos la primera protesta al respecto, a finales de septiembre pasado, lo hicimos porque nos parece inaceptable que tan importante distinción, que se acompaña de un jugoso cheque de 150 mil dólares, se otorgue a un escritor que ha plagiado por lo menos 30 artículos periodísticos. Bryce lo niega, pese a que, después de investigarlo, el Instituto Nacional de la Defensa de la Competencia y de la Propiedad Intelectual de Perú (Indecopi) lo multó por el plagio comprobado de 16 artículos. Y el juicio aún no termina.

El ¡Que se jodan! de Bryce Echenique no sólo estaba dirigido a los críticos; también se lo dijo a la FIL, al consejo a cargo del premio, al jurado –que hizo una pobrísima defensa de su decisión y salió raspado–, al Indecopi y a todos los contribuyentes mexicanos que con nuestros impuestos apoyamos el premio. La verdad es que se salió con la suya, y resultó ser más listo que otros que, acusados del mismo pecado, dieron muestra de cierto escrúpulo, renunciaron a premios o cargos, y se retiraron de los reflectores.

Bryce Echenique no tiene remedio. Parece un cleptómano que no se aguanta y necesita plagiar. La razón por la que protesté y sigo protestando contra el Premio FIL 2012 no tiene que ver con él, sino con los jóvenes. En tanto que profesores universitarios, tenemos la obligación de explicar y enseñar la ética de la producción de conocimiento (y de la creación artística). Los estudiantes deben saber que copiar las ideas o los resultados de una investigación de otros es hacer trampa, engañar al lector y a sí mismos; que es moralmente reprobable apropiarse del esfuerzo, de la imaginación de otros, y que plantar su firma en textos escritos por alguien más es, por lo menos, un acto de cinismo y un freno al desarrollo personal.

Ahora bien, es importante que las reglas de la producción intelectual sean explícitas, porque en muchos casos los jóvenes estudiantes pecan por ignorancia. Cuando inician sus trabajos universitarios creen que la investigación se reduce a copiar textos. Esta práctica no es sólo la prolongación de la forma de trabajo de la escuela secundaria a la universidad, sino que atrofia la curiosidad intelectual. En la medida en que el texto del otro responde a lo que necesito, ¿para qué me ocupo?; pero, además, el plagio también bloquea el desarrollo de la imaginación, porque el otro ya pensó, ya imaginó por mí. La pereza del plagiario es la clave del éxito de un portal de Internet bien conocido por los estudiantes preparatorianos y universitarios: El rincón del vago, que recurren a él para encargar trabajos de clase que pagan. En este caso, el problema no es la ignorancia, sino el reto que plantean los nuevos medios de comunicación que abren el acceso a un mundo inmenso de textos que están ahí, al alcance de cualquiera.

El impacto de los nuevos medios ha sido señalado en otros escándalos de plagio; con frecuencia la respuesta de los incriminados ha sido: Es que en la computadora se me confundieron los textos del otro con el mío. (Como si uno no fuera capaz de distinguir su propia prosa.) El Internet y el cut and paste acarrean riesgos para la propiedad intelectual porque facilitan el plagio. En marzo de 2010, un amplio grupo de escritores alemanes encabezado por Günter Grass y Christa Wolf, unos cuantos días antes de que se inaugurara la feria del libro en esa ciudad, dio a conocer la Declaración de Leipzig, que sentencia: Nada de premios para el plagiario, y se refiere a “las posibilidades inherentes a los nuevos medios de comunicación, inclusivo la Internet…” para defender los derechos de autor. Cada obra literaria es una obra de arte original. Así reaccionaron a la candidatura de la joven escritora Helene Hegeman al premio de la Feria de Leipzig por su libro Axolotl Roadkill, que era un plagio.

El objetivo de la investigación académica es producir conocimiento, pero también en ese caso, como en el arte, lo que está en juego es la originalidad: de una hipótesis, de la información, de la perspectiva que se aplica a un determinado problema. Todo eso que busca y muchas veces logra un investigador académico se viene abajo cuando otro se lo apropia sin citar al verdadero autor, que en el peor de los casos luego tendrá que citar al plagiario.

El caso de Bryce Echenique no es único. Lo extraordinario es su ¡Que se jodan! El pasado abril, Pal Schmitt, presidente de Hungría, renunció porque la universidad lo despojó de un doctorado que había obtenido con una tesis plagiada, y en marzo de 2011, el secretario de Defensa alemán, Karl Theodor zu Guttenberg, se separó del cargo por la misma razón. Bryce, en cambio, nos sacó la lengua.