Opinión
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Ciudad Perdida

Reforma política del DF

La hora de Mancera

Convocatoria amplia

A

unque las diferentes voces que ayer se hicieron escuchar en el patio principal del Palacio de Minería para explicar por qué el Distrito Federal debe evolucionar hacia una ciudad capital donde todos y cada uno de sus habitantes gocen de todos los derechos y las obligaciones como ciudadanos de este país parecieron contundentes, también se dejó sentir que el camino para lograrlo aún es largo, tal vez muy largo.

No se trata sólo de voluntades, y no obstante el trabajo político que ha realizado el jefe de Gobierno electo, Miguel Ángel Mancera, para construir acuerdos al respecto, parece definitivo que detrás de la postura conciliadora que exhibió el senador priísta Emilio Gamboa hay una serie de condiciones que aún ahora impone su partido, y haría imposible hacer realidad la propuesta, que para otros es indispensable y urgente.

La reunión a la que convocó el propio Mancera cumplió, de todas formas, su objetivo. Nadie está en desacuerdo con que se construya a partir de esta ciudad una nueva entidad de la Federación, aunque, a decir verdad, pocos saben cómo podría realizarse, pero todos esgrimen un pero para que se concrete.

Fue la hora de Mancera, quien se miraba feliz y decidido. Fue, también, su primer acto de gobierno, y su convocatoria juntó muchas voluntades que, tal vez si la invitación viniera de algún otro político, no se hubieran reunido. Esta vez asistieron para dar constancia de ese que marca el inicio del esfuerzo de Miguel Ángel Mancera por gobernar la ciudad de México.

Una silla quedó vacía y muchos especularon. Se hablaba de que allí, en esa primera fila, debería estar la senadora Alejandra Barrales, quien en el sexenio que termina impulsó, también, una reforma que nunca pudo efectuarse, aunque los representantes de todos los partidos en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal estuvieron de acuerdo en lanzarla.

De momento corrió la especie de que la senadora había rechazado la invitación, pero más adelante se supo que había estado algunos minutos en el salón donde se reunieron los principales oradores, para ofrecer una disculpa por no presenciar el acto, debido a que unos minutos más tarde tendría que presentar una ponencia en la Comisión de Radio y Televisión del Senado, que preside.

Todos los que tomaron la palabra en el acto tenían un mensaje para quienes hacen las leyes. El rector de la UNAM, José Narro, les dijo lo que se merecen: que se ha generado en contra de esta ciudad un régimen excluyente y discriminatorio, y evocó a Némesis, diosa de la mitología griega, para explicar, tal vez, la venganza o el destino que se ha querido dar al DF desde el poder. Les pidió dar solución a un asunto que tiene muchos años esperando respuesta.

También se paró frente al micrófono el senador Miguel Barbosa, a quien la profundidad del discurso político apenas le alcanzó para decir los nombres de las personalidades que se hallan en el presídium, y nada más. Barbosa, más que al PRD, representó a la tribu de los chuchos.

El acto tardó en empezar una hora, tal vez un poco más, pero casi todos esperaron para escuchar las ideas de Miguel Ángel Mancera, que si bien sentó las bases para ir adelante en los acuerdos entre partidos, no dejó en claro cuál será, a fondo, la propuesta que derrumbe las posturas que hasta hoy todavía impiden que la ciudad de México tenga una constitución. Será para la próxima.

De pasadita

La señora Orozco, hasta ahora rectora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, se niega, pese a todo, a dejar el puesto. En los pasillos del Gobierno del DF se dice que ya nadie la aguanta, y hasta hay quien asegura que cuando se le dice que debe retirarse, ella amenaza con un grave conflicto en la universidad si eso sucede. De cualquier forma muchos apuestan a que la rectora no cargará como tal los peregrinos. ¿Será?