El gobierno de Calderón está ultimando la posibilidad de alimentación, seguridad y soberanía alimentaria de la población mexicana. No le bastaron cien mil muertos ni 70 mil desaparecidos: como los animales cebados, con tal de estabilizar sus negocios delincuenciales, de un plumazo puede dejar una cauda de muerte entre la población urbana del país.
Un crimen de lesa humanidad.

Genocidio industrial
o maíz nativo campesino

Ramón Vera Herrera

Como lo han documentado con gran precisión Ana de Ita, del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano, y Silvia Ribeiro, del Grupo ETC (ver “Fe de ratas”, La Jornada 16 de octubre e “Invasión”, 3 de noviembre), antes de terminar su periodo presidencial, el gobierno pretende aprobar los permisos para la siembra comercial de maíz transgénico en más de dos millones de hectáreas repartidas en Sinaloa y Tamaulipas.

De aprobarse, este maíz de riego, sembrado en los próximos meses, se esparcirá por el país a mediados del año entrante. Será un maíz que, siguiendo los canales convencionales de distribución, inundará las grandes ciudades, suponemos que la zona metropolitana del Distrito Federal, Tijuana, Monterrey, Guadalajara y otras ciudades grandes y medianas, poniendo en grave riesgo a la población que lo consuma en directo como masa para tortillas, pozol, atole o tamales, o indirectamente como parte de la inmensa cantidad de alimentos procesados que lo contendrán como edulcorante, emulsificante, estabilizador o excipiente —y al que es muy difícil rastrearle el camino.

Es tan inmensa la extensión de esta siembra nociva, nos dice la investigadora del Grupo etc, que es mayor que “la suma de todo el DF, Tlaxcala, Colima y Aguascalientes juntos, y muy superior a decenas de países enteros como El Salvador, Kuwait o Luxemburgo”.

Alerta roja total, claman las comunidades campesinas, indígenas, la gente de los barrios de todas las grandes ciudades, las organizaciones de la sociedad civil. Alerta roja para la subsistencia más elemental y para la salud de la población mexicana porque —como en las sagas de vileza que plagan la historia, este gobierno en retirada quiere perpetrar el genocidio brutal de eso que todavía es México: ya existen numerosas evidencias de que el consumo de este maíz provoca mutaciones, tumores, cáncer, posible depresión de la inmunidad general u otros efectos terribles todavía no identificados. Aprobar su siembra no sólo evidencia una irresponsabilidad criminal sino un menosprecio por la población que dijo gobernar con una guerra abierta, perpetua, como programa de desarrollo mediante el horror, la confusión y el caos.


foto: Jorge Lépez Vela. Sierra Zapoteca

Alerta roja ambiental, porque significará la erosión de la inmensa variedad de las semillas nativas del maíz en su centro de origen (en realidad mucho más vasto que sólo “mesoamericano” porque como documentaba Arturo Warman en La historia de un bastardo: maíz y capitalismo, siguiendo los indicios que arroja uno de los grandes historiadores del maíz, Paul Weatherwax: “cuando se estableció el contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, el maíz se cultivaba desde los 45 grados de latitud norte, donde hoy se encuentra Montreal, Canadá, hasta los 40 grados de latitud sur, casi mil kilómetros al sur de Santiago de Chile”).

Es entonces una alerta roja mundial agrícola y de biodiversidad porque la irremediable contaminación con transgénicos de ese enorme centro de origen de la planta maravillosa, uno de los cuatro cultivos cruciales para la humanidad, implica la devastación más brutal de las estrategias de supervivencia de la humanidad de que se tiene noticia y de la subsistencia, la seguridad y la soberanía alimentaria real de las poblaciones urbanas y rurales. Nunca antes se ha erosionado en tal escala de magnitud, extensión y volumen el acervo genético de un cultivo en su centro de origen, ni se ha atentado tan directa y masivamente contra la vida de una población que consume (como bien documenta Ana de Ita) 115 kilos de maíz anuales por persona en promedio.

Con lo anterior el gobierno de Calderón está ultimando la posibilidad de una alimentación y una agricultura independiente para la población mexicana. No le bastaron cien mil muertos ni 70 mil desaparecidos: como los animales cebados, con tal de estabilizar sus negocios delincuenciales, de un plumazo puede dejar una cauda de muerte entre la población urbana del país. El suyo es un crimen de lesa humanidad.

Por último, permitirles que en tal extensión de hectáreas Monsanto, Pioneer y Dow siembren muerte, directamente o por contrato, es promover un acaparamiento de tierras brutal, un desbancamiento de la producción nacional no transgénica y la promoción nada indirecta de un coyotaje corporativo (por parte de adm y Cargill) de la distribución y la comercialización de alimentos a las ciudades.

Pero se equivoca Calderón si piensa que la población mexicana se quedará cruzada de brazos. Una resistencia visible, encarnada en cientos de organizaciones, grupos de científicos, organismos de la sociedad civil, comunidades, grupos campesinos, pueblos indígenas, abogados, organizaciones barriales, estudiantiles y un largo etcétera más y más anónimo conforme se torna más unánime por todo el país, comienza a ejercer presión, solicitar el cumplimiento de las normas preconizadas por el propio gobierno; comienza a vincularse desde múltiples rincones, a socializar información, a abrir espacios para consensar acciones de corto, mediano y larguísimo plazo (talleres, encuentros, conferencias, procesos jurídicos y de sistematización ética en los tribunales de conciencia, movilizaciones, volanteos, plantones y más). Es una resistencia menospreciada, que surge de tan abajo que ni siquiera está en los mapas oficiales pero que no permitirá una amenaza así de grave contra la vida misma.

Es una guerra, pacífica pero decidida, por la subsistencia de la población mexicana, en defensa del cuerpo, del suelo, el ambiente, los saberes y las semillas; por nuestras estrategias de supervivencia y alimentación; contra el genocidio, el desprecio, la imposición y la devastación del maíz, del tlayolli, del yok-ixim o kiximtik, del niza, del i-ku, y otros tantos nombres que, según la lengua original de cada pueblo, permiten comunicarle su fuerza y su cuidado de milenios. Esta resistencia pacífica se dirimirá en los barrios y las comunidades, en los estanquillos, las escuelas, los comedores familiares, las tortillerías y los molinos, en los centros culturales y en las comunidades más apartadas, pero será cierta.