Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de noviembre de 2012 Num: 923

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Coral III
Kriton Athanasoúlis

El fin del futuro y
la crítica marxista

Carlos Oliva Mendoza

González Morfín, un idealista ejemplar
Sergio A. López Rivera

Clarice Lispector
y la escritura
como razón de ser

Xabier F. Coronado

El corazón salvaje
de Clarice Lispector

Esther Andradi

Gotas de silencio
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ana Luisa Valdés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Ana Luisa Valdés

En Damasco

Llamo a mi amiga Warda por teléfono. Warda quiere decir flor en árabe y mi amiga, una abogada siria de unos sesenta años, con el pelo teñido de negro, se parece a una orquídea, vulnerable y rara en un mundo de hombres.

Se especializa en permisos de residencia y de trabajo y ha ayudado mucho a mis amigos palestinos que viven en el campo de refugiados de Yarmouk, en donde hay registrados más de 115 mil refugiados palestinos. A diferencia de lo que ocurre en Líbano, en Damasco los palestinos pueden trabajar y estudiar en la universidad y Yarmouk no se diferencia en gran cosa de un barrio de Damasco.

Warda es cristiana y me lleva a una de las iglesias más antiguas del mundo:  aquella donde, según la leyenda, Pablo dio su primer prédica como cristiano, renunciando a su nombre Saulo. Estuve en Damasco por última vez unos meses antes de que empezara la Guerra civil que asuela el país y que está llenando de refugiados toda la región. Warda fue mi guía y con ella recorrí el pueblo cristiano de Malula, en donde todavía se habla arameo, la lengua que hablaba Jesucristo. Pasamos por monasterios llenos de iconos y de estatuas a la Virgen María, quien, según dicen, ordenó al apóstol Lucas que erigiera un monasterio en su honor.

El régimen sirio siempre ha sido uno de los más seculares del Medio Oriente y los cristianos, casi el diez por ciento de la población de Siria, han sido protegidos por Assad y antes por su padre. Monasterios e iglesias conviven con mezquitas, y en la gran mezquita Omeya, la más importante de Damasco, dice la leyenda (siempre estas leyendas en esta zona mágica de encuentros y de desencuentros) que está enterrado San Juan Bautista. Antes de ser mezquita era una iglesia cristiana y antes un templo romano y antes un lugar de culto pagano.

Warda dice que los cristianos son los que se van de Siria ahora, temiendo ser perseguidos y asesinados, como ha pasado en Bagdad. Los rebeldes que pelean contra Assad en Aleppo y en Homs se declaran partidarios de un islam severo y rígido, y es a ese islam que los cristianos le tienen miedo. Es por eso, me cuenta Warda en una línea de teléfono que suena cortada y lejana, que los hombres de nuestras parroquias apoyan a Assad con armas en la mano y defienden nuestros barrios cristianos casa por casa.

Dice Warda: ”Cuando leas por ahí que tal barrio o tal pueblito han sido liberados de los rebeldes y están bajo control del gobierno sirio de nuevo, no creas que son los heroicos soldados de Assad que triunfan; son nuestros hermanos, con armas que compramos entre todos. Hay un mercado negro para armas y nosotros, que creemos en una religión pacífica y que predica amor, vamos a las casas de los prestamistas para vender nuestras joyas y juntar dinero para armas.”


Fotos: Malula, Damasco

Le pregunto por un poeta palestino nacido en Gaza pero que vive en Siria desde hace muchos años, Mohammed al-Madhoun. Su hijo Ghiat se acaba de exilar en Suecia y desde allí cubre lo que sucede en su país. Mohammed es crítico del régimen de Assad y eso ha hecho que el régimen le niegue la visa de salida de Siria en incontables ocasiones. Lo han invitado al festival de poesía de Medellín, a congresos en Europa y en Asia, pero él no ha podido jamás asistir.

Su voz es temida por Hamas también; es de los llamados incorruptibles, y cuando lo encontré en Damasco me dijo: ”Ana, los poetas vivimos siempre en un exilio interior. Hay que acordarse de Ovidio, exilado por Augusto a un pueblito perdido de la actual Rumania y siempre escribiendo de su amada Roma. Yo jamás veré de nuevo a mi madre, que vive en Gaza, ni a la tierra en donde nací. Me he resignado, y con mis hijos nacidos y crecidos acá en Siria muestro que yo le apuesto a la vida, a la alegría. Pero mis hijos comparten conmigo este destino de exilio y Ghiat se tuvo que ir a Suecia. El régimen de Assad nos ha dado asilo, es cierto, pero con la condición de que le seamos leales y mantengamos la boca cerrada. No es eso para lo que Alá me ha hecho poeta”.