Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De lectores y no tanto
C

urioso México nuestro: cada día tenemos más diagnósticos sobre nuestros ínfimos hábitos de lectura, cada vez invertimos más para combatir ese mal y los resultados son casi los mismos. ¿Por qué con diagnóstico en mano y más recursos en la historia de las instituciones culturales el tan anunciado parto de los montes por lo menos desde hace 12 años sigue dando a luz un ratón?

¿Por qué nuestros jóvenes con tantos estímulos según reportes oficiales no sólo no le encontraron el amor a los libros sino que siguen teniendo una insuficiente capacidad lectora? ¿Por qué no comprenden lo que leen?

Ya sé que las instituciones responsables de educación y cultura podrán ofrecernos documentos en power point para mostrarnos lo mucho que, según ellas, se ha avanzado pero las mediciones internacionales como la prueba Pisa que mide entre otras cosas la capacidad lectora de nuestros adolescentes dicen lo contrario.

Tengo claro que nuestra precariedad lectora tiene un origen estructural. Si Alemania, Inglaterra y los países nórdicos tienen más lectores per cápita que España o México se debe simplemente a que los países anglosajones empezaron a leer antes que nosotros.

Ellos empezaron a leer con la Reforma Protestante de 1560 que les puso literalmente los libros en la mano.

Carlos Monsiváis nos recuerda en El Estado laico y sus malquerientes que los pueblos arropados con la fe católica se convencieron de las bondades de la lectura a partir de la Revolución Francesa, casi 250 años después que las sociedades anglosajonas.

Recordemos que las campañas evangelizadoras en la Nueva España no se hicieron precisamente con cartillas de lectura o con hojas impresas del catecismo sino con el llamado catecismo de los rudos que más que letras o palabras tenía imágenes impresas: una cruz, un corazón sangrante, unos muñequitos en actitud de rezar.

A veces me da la impresión que ese rezago lector no sólo es una calamidad que azota a la gente sencilla, a los que con dificultad acceden a la educación básica y básica media sino que afecta también a nuestra clase política. A los funcionarios que a final de cuentas deciden qué y cómo hacer para que nuestros jóvenes sean mejores alumnos y buenos lectores.

Sólo así entiendo por qué algunos funcionarios entienden el fomento a la lectura y el trabajo editorial como un ejercicio de ocurrencias o de censura:

Por publicar Los hijos de Sánchez el entonces director del Fondo de Cultura Económica, Arnaldo Orfila, perdió su puesto y más cerca de nosotros ¿no recuerdan a ese secretario de Gobernación que intentó censurar Aura de Carlos Fuentes y la obra de Gabriel García Márquez?

¿Y cómo olvidar la faraónica megabiblioteca de Fox que terminó convirtiéndose en el más grande y oneroso cybercafé donde los jóvenes más que consultar libros acuden a conectarse a la Internet? ¿Y recuerdan los casos de la Rabina Tagore o del inolvidable Borgues citado por el entonces presidente Fox que recomendaba no leer la prensa para ser feliz?

¿Y qué decir de la construcción de librerías donde abundan librerías o de incluir en los informes oficiales los obvios trabajos de mantenimiento?

Imposible olvidar a las funcionarias que en León, Guanajuato, quemaron libros de texto porque entre sus capítulos existe uno dedicado a la educación sexual o el caso del grupo de terroristas de la Nueva Jerusalén, en Michoacán, que a pico y marro tiraron escuelas oficiales y han impedido que otros niños cuyos padres no tienen sus creencias puedan ejercer su derecho a la educación, solapados por autoridades locales y federales que se han hecho de la vista gorda.

¿Con esas ideas de la educación y la cultura se podrá fomentar el hábito de la lectura? Estoy seguro que aunque se invirtieran más recursos, se construyeran más bibliotecas, librerías, se subieran más libros al cyber espacio para estar acordes con la modernidad no tendríamos mejores resultados en materia de lectura. Por lo menos, así no los hemos tenido.

¿No convendría que educación y cultura volvieran a vincularse como hizo José Vasconcelos hace más de 80 años? ¿No convendría mejor contar con un proyecto educativo y cultura y no improvisar estrategias? ¿Será tiempo de hacer un alto a las inercias de educación y cultura?