Opinión
Ver día anteriorSábado 17 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De la filosofía de la historia
H

ay dos formas de leer nuestra historia, aparentemente contrapuestas, que en realidad se reproducen como espejos. Para una, Juárez es el impasible, el irreductible, el impoluto salvador de la patria; los conservadores traidores vendepatrias y México una potencia absolutamente soberana. Para otros, los conservadores son los defensores heroicos de los pilares de nuestra nacionalidad, Juárez un traidor vendepatrias y nuestra patria un protectorado de Estados Unidos. Los argumentos de unos y otros son muy parecidos, y unos y otros ven sólo los documentos que sostienen su posición y rechazan aquellos que la matizan, aquellos que ven en los hombres del pasado eso, hombres con errores y aciertos y no héroes o traidores, instrumentos de Dios o de Luzbel.

Dos elementos están en la base de estas versiones: las visiones teleológicas de la historia y la incapacidad de mirar más allá de nuestra propia historia, poniéndola en su contexto, como explicamos en nuestra anterior entrega. Las interpretaciones teleológicas se basan en las filosofías de la historia del siglo antepasado, que tienen dos características comunes:

a) La idea de que la historia sigue una ruta ya trazada, con un principioa, un final predeterminado y una fuerza motriz de la historia externa o ajena a los seres humanos; y b) una historia basada en esencias inmutables: principios inmutables, religiones inmutables, una idea o un Dios que nos dirige. De ese modo, lo decisivo en la historia serían la ruta trazada y su motor, por lo que los hechos humanos son contingentes y prescindibles. En ese sentido, es muy fácil actuar como juez de los hombres y los hechos del pasado: los que trabajan a favor del camino predeterminado son héroes, los que no, traidores.

En México, la idea del héroe, construido sobre los mitos, es un heredero del santo católico: debe reunir una serie de características de prístina pureza y de indoblegable servicio a la causa (el camino, la esencia). El traidor es, a su vez, un ser siempre vil, siempre entregado a las fuerzas del mal o a la conspiración contra la esencia.

La mayor parte de los historiadores profesionales hemos rechazado los entramados de estas filosofías de la historia, porque han sido desmentidos una y otra vez por la realidad, porque no resisten el escrutinio de la crítica fundamentada, porque no hemos encontrado en los hechos de los hombres una fuerza superior a los hombres que dicte la historia. Incluso los creyentes, siguiendo a algunos teólogos neotomistas, han concluido que en su infinito amor por los hombres, Dios abdicó de su omnisciencia para darnos libre albedrío.

Un ejemplo muy claro: el odio a Juárez es fruto de esa forma de ver la historia. El odio visceral, religioso, total que contra don Benito he leído en autores como Celerino Salmerón (que no es pariente mío), Salvador Abascal (cuyo hijo Juan Bosco me ha escrito diciendo que estoy condenado al infierno por mentir sobre el demoniaco traidor Juárez) o ciertos escritores del interior de la República, tiene justamente un fundamento religioso: repiten las argumentaciones y las acusaciones del Pbro. Francisco Regis Planchet, quien en 1906 publicó La cuestión religiosa en México (uso la edición de 1957). El libro tiene un hilo conductor muy parecido al hilo negro de Catón: la patraña repetida hasta el cansancio por el cuentachistes saltillense, pero nunca demostrada, según la cual los liberales eran traidores, vendidos a Estados Unidos.

Según el padre Planchet, la historia es el escenario de una gigantesca lucha entre Dios y Luzbel, entre la sarna y el ácido fénico, lucha que ha de rematar en la victoria definitiva del bien sobre el mal, en la que el bien es representado por nuestra Santa Madre la Iglesia y por el partido del orden, y el mal por la facción masónica liberal que ha perpetuado la anarquía en el gobierno, el ataque a la propiedad, piedra angular de toda sociedad, el aumento ascendente del liber- tinaje, la protección a las sectas protestantes en su lucha contra la religión nacional y la estrecha alianza del liberalismo con el jurado enemigo de México (p. 44-45).

Evidentemente, si la historia es la lucha de Dios contra Luzbel, no hay salvación ni comprensión posible de la realidad. Lo curioso es que en pleno siglo XXI haya quien comparta esa visión de la historia. En efecto, la SEP ha fracasado, pero en sentido opuesto al que ellos piensan.