Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de noviembre de 2012 Num: 924

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Viajero del poema
Ricardo Venegas entrevista
con Víctor Manuel Cárdenas

Los negocios son
mi problema

Cuauhtémoc Arista

Traducir un verso
de Rostand

Ricardo Bada

De Rotterdam
a Mexquititlán

Agustín Escobar Ledesma

Bulgakov y el
teatro soviético

Hugo Gutiérrez Vega

Bulgákov, el antiburócrata
Ricardo Guzmán Wolffer

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
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Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
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Orlando Ortiz

De soldaderas y literatura

Si preguntáramos qué papel jugó la mujer en la Revolución de 1910, la respuesta inmediata sería: importantísimo; ahí están las soldaderas, cuyo valor y sacrificio testimonian numerosos corridos, como “La Adelita” y “La Valentina”. Tal es la referencia obligada e indiscutida. En seguida, es posible que algún memorioso e informado mencione a Carmen Serdán y a otras mujeres que de alguna manera destacaron en esa etapa de nuestra historia, bien como asistentes o benefactoras; algunas a costa, inclusive, de sus bienes, salud y comodidades. Porque la gran mayoría de estas heroínas fueron “personas de bien y con recursos”.  O tan “machorras” –habrán dicho en aquellos tiempos las  “damas decentes”– que hasta tenían grado militar (capitanas, coronelas, generalas).

El caso es que, sea metonimia o sinécdoque, las adelitas siempre son soldaderas y las soldaderas siempre son adelitas, aunque la realidad sea otra. No me refiero a su carácter histórico, aunque han sido varios y diversos los esfuerzos para darle carácter histórico a la Adelita o la Valentina. Eso equivaldría a decir que un general es un “juan” y viceversa; tal comparación resultaría ofensiva para el militar de alto rango. (Recordemos que los  “juanes” son los soldados rasos.) La Adelita, independientemente de si existió o es un personaje mítico, tiene carácter heroico, es La Adelita, y no una adelita. Es una oficial del ejército, o una hembra que se ha ganado a pulso el ser  “la mujer” del general.

Decía que no todas las soldaderas son adelitas, porque esa denominación se utiliza para las mujeres que acompañaron a la tropa durante la Revolución de 1910, y soldaderas las hay desde mucho antes. Me atrevo a decir que las mujeres mexicanas humildes acompañaron a sus hombres desde que Hidalgo se lanzó a la lucha de Independencia. Posteriormente, hay testimonios, crónicas y relatos, sobre todo de autores extranjeros, que exponen su asombro de ver a la tropa juarista con familias enteras, porque el soldado raso de los liberales cargaba no sólo con su mujer, sino también, a veces, con los hijos y hasta con sus escasas pertenencias. Esa era la soldadera siguiendo a su juan.

Lo que me llama la atención es que no recuerdo textos literarios que se refieran a ella como personaje importante; en el mejor de los casos, encontramos poemas patrióticos en los que ensalzan a “Guadalupe la Chinaca” que va siguiendo a Pantaleón, con su escolta de rancheros, diez fornidos guerrilleros, etcétera. Empero, esta mujer ya no es la sencilla y humilde soldadera, anónima y heroica. Payno, Guillermo Prieto y otros autores decimonónicos, a veces, nos muestran a mujeres de extracción humilde, campesinas o del medio urbano, pero éstas son las “chinas”, no soldaderas. Que yo recuerde, la primera protagonista soldadera, por lo menos en sus inicios, es la Negra Angustias, de Francisco Rojas González. Al menos eso creía yo hasta hace poco, cuando me enteré de que en realidad la soldadera como personaje de ficción importante aparece –en sentido estricto– en escena en 1903, cuando Aurelio González Carrasco estrenó en el Teatro Principal una zarzuela titulada La sargenta. (Cabe aclarar que un sargento no es un oficial, es apenas poco más que un soldado raso.)

Resulta curioso o paradójico que uno de los problemas que hubo para montar esta obra fue la ausencia de una actriz que diera el tipo de mujer mexicana de extracción baja, pues en ese entonces todas las actrices importantes eran españolas, rubias y muy blancas, según nos cuenta Armando de Maria y Campos en El teatro de género chico en la Revolución Mexicana. Salieron del paso caracterizando a Soledad Álvarez –española y rubia– de soldadera con un sombrero de palma, rebozo cruzado de manera tal que recordaba un mantón madrileño, una canasta al brazo de la que asomaba una servilleta muy blanca, y el típico y folclórico guaje para el agua. Supongo que también le encasquetaron una peluca, porque el pelo rubio no creo que lo ocultara por completo el sombrero.

La historia:  una chica que sirve en una casa, en la capital, se enamora de un sargento que es trasladado a Sonora; ella lo ama tanto que lo sigue, ignorando el amor de otro que, a su vez, la sigue a ella. No acostumbrada a las inclemencias del campo y la marcha, acaba insolada y la abandonan a la orilla de un camino, donde muere. Una historia muy contada en esos tiempos, sin embargo parece que tenía escenas de fuerte intensidad dramática y la actuación de Soledad Álvarez como soldadera fue muy convincente. ¿No es paradójico?