Opinión
Ver día anteriorSábado 24 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Amour

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En un fotograma de Amour, Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva
A

mour sería uno más de esos Juegos divertidos de manipulación y crueldad que el director austriaco Michael Haneke acostumbra imponer a sus espectadores. Sólo que esta vez no se atreve a decir su nombre. Este señalamiento lapidario lo hace Jean-Philippe Tessé en Cahiers du Cinéma (XI-12). En otro artículo de la misma revista se alude a una moda en el cine contemporáneo que consistiría en manipular las reacciones emocionales del público, agrediéndolo de paso y humillando a los actores que aceptan participar en una película, y en esa moda incluye a pequeños Hanekes, como Michel Franco, el realizador mexicano de Después de Lucía. ¿Estamos, pues, ante una invasión en el cine de nuevos directores bárbaros, cínicos y manipuladores, que suelen ser premiados en los festivales de cine por jurados masoquistas e insensibles?

Es conocido el manejo magistral de la violencia en el cine de Haneke. Juegos divertidos era al respecto un verdadero ejercicio de masacre sobre los nervios de un espectador confrontado ante su capacidad de tolerar y, más inquietante aún, de disfrutar la violencia física y sicológica en la pantalla. El espectador sería entonces algo como el Alex de Naranja mecánica (Kubrick, 1968), escarmentado con un espectáculo de horror, una terapia de aversión, por la violencia que hasta el momento había impuesto a los demás. Parte de la polémica generada por Amour, segunda Palma de Oro consecutiva de Haneke en el festival de Cannes, luego de El listón blanco, tiene que ver con esta discusión insoslayable.

De todas las violencias imaginables, tal vez la más inclemente sea la que la propia naturaleza impone al hombre con una súbita enfermedad degenerativa y desgastante, y el dolor que ésta provoca en quien la padece y en los seres que lo rodean. En Amour, Haneke ofrece, con una sobriedad expresiva muy distante del sentimentalismo, la crónica de los últimos días de una pareja de octogenarios, Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva), derribada ella por un infarto que gradualmente le paraliza medio cuerpo y le hace perder lucidez y el dominio de sus facultades; atribulado él por la confusión de no saber cómo lidiar con el irreparable naufragio físico y moral del ser amado. Haneke desecha las posibles incertidumbres del desenlace presentando de entrada el cadáver de Anne. Lo que sigue es un largo flash-back que registra las estaciones de su agonía, el desamparo creciente de su marido, y la inútil y bien intencionada intervención de Eva (Isabelle Huppert), hija de ambos, cuyo sentido común pudiera asemejarse al de un buen número de espectadores.

Para esos mismos espectadores el espectáculo de la degradación senil es tan intolerable como la exhibición del goce sexual de los ancianos. Son imágenes perturbadoras que los cineastas de buen tono debieran evitar por respeto a los mismos actores, pero sobre todo para no violentar la sensibilidad de un público que preferiría ignorar tales realidades. La cinta de Haneke va a contracorriente de esa actitud bien pensante, y pese a la crudeza de lo que expone (desnudo de Anne, faenas asistenciales, una bofetada por exasperación e impotencia, exhibición de la agonía), lo que finalmente queda muy claro en imágenes de una soberbia serenidad (una paloma perdida en el interior de la casa, intercambio de miradas extraviadas entre los seres amados, complicidad por el padecimiento de uno que es anticipo de la suerte inminente del otro), es la profunda empatía del director con sus actores y la sinceridad moral con que aborda cuestiones tan duras y a la vez delicadas como la humillación en la enfermedad, la impotencia en el amor, y la vulnerabilidad muy grande de quien luego de vivir por décadas a lado de un ser amado, debe terminar sus días en una agonía irremediablemente solitaria.

Además de la Cineteca Nacional, la Muestra sigue este mes su recorrido en salas de Cinemex y Cinépolis.