Opinión
Ver día anteriorMartes 27 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México SA

Importación de alimentos

En el sexenio, 114 mil mdd

FC arrasa: una más de oro

I

mparable en el medallero de grandes logros, el aún inquilino de Los Pinos (aunque ya aligera la mudanza a su sucesor) no deja de colgarse áureos galardones en el pecho. Apenas ayer se documentó el indiscutible primerísimo lugar que el susodicho ocupa en lo que a salida de capitales se refiere, cuando raudo obtiene otro, pero ahora en materia de importación de alimentos, resultado del profundo abandono en el que dejó al campo mexicano. En su sexenio, de acuerdo con cifras del Inegi, México adquirió en el extranjero alrededor de 114 mil millones de dólares en productos alimenticios, que terminaron en el estómago de los mexicanos (en algunos mucho más que en otros).

A lo largo de su estancia en la residencia oficial, el caballito de batalla del personaje fue el tema de los altos precios internacionales de los alimentos, los cuales no sólo provocaron penuria en la mesa de la mayoría de los mexicanos, con el consecuente deterioro del bienestar familiar y el incremento de la pobreza (6 millones adicionales en su primer bienio en la residencia oficial), sino que presionó al máximo la capacidad de la economía nacional, de acuerdo con su propia lectura.

La de por sí creciente dependencia nacional de los mercados foráneos de alimentos tuvo en Felipe Calderón y su gabinetazo sus mejores aliados, pues para combatirla metieron el acelerador a fondo e incrementaron sustancialmente la importación de esos productos de consumo humano, mientras privilegiaba la exportación de las frutas y hortalizas del oligopolio agro empresarial y refrendaba su política de abandono del campo mexicano. Así, en cada uno de los días que dieron cuerpo a su sexenio, del país salieron poco más de 52 millones de dólares para tal fin, o si se prefiere 2.2 millones de billetes verdes por hora de estancia en la residencia oficial.

A lo largo de los últimos cinco sexenios (de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón), cuando menos, la competencia por el oro en importación de alimentos ha sido implacable, pues los respectivos inquilinos de Los Pinos hicieron su mejor esfuerzo por incrementar la dependencia alimentaria y pasar la factura, en dólares, a los mexicanos, mientras paulatinamente dejaban a su suerte al campo nacional. Total, en los mercados foráneos existe un buen surtido y la dependencia alimentaria no es un problema de seguridad nacional. ¿Cuál es el resultado? La Cepal ofrece la respuesta: México se convirtió en el principal importador de alimentos básicos en América Latina, y la FAO la redondea: México es el principal importador de granos de América Latina y el Caribe.

Cientos de miles de millones de dólares han salido del país para evitar el desabasto de alimentos (aunque éste también depende del poder adquisitivo de las personas, el cual también ha sido devastado), sin que a lo largo de los últimos 30 años alguien en el gobierno se preocupara, y menos ocupara, por implementar una política de sustitución de importaciones en este renglón y de nueva cuenta poner a producir al campo nacional, con el efecto positivo en el nivel de bienestar de las familias campesinas.

La creciente cuan onerosa importación de alimentos fue presumida por los citados cinco jinetes como inequívoco signo de modernidad y como prueba fehaciente del México acariciando las puertas del primer mundo, mientras la producción interna caía en picada y los campesinos nacionales sobrevivían en la miseria, sin posibilidad de trascender las cosechas de subsistencia, en el mejor de los casos. A principios de los años 90, el país importaba alrededor de 10 por ciento de los alimentos consumidos internamente; a estas alturas, ronda, sino es que sobrepasa, el 50 por ciento. He allí el atractivo signo de modernidad.

Al paso veloz de las importaciones de alimentos se suma el avance sostenido de los precios de dichos productos, la brutal especulación que con ellos se registra en los mercados internacionales, el acaparamiento de la comercialización por parte de unas cuentas trasnacionales y el uso de biocombustibles. Es que los chinos cada día son más y comen más, diría el inquilino de Los Pinos en plena crisis alcista (la primera, en 2007) en los precios de los alimentos, pero la FAO –organismo que de estos sabe un rato, aunque nada pueda hacer para evitarlo– le dijo que no, que si bien la población mundial reportaba un sostenido incremento, en realidad la producción de alimentos caminaba un paso adelante del ritmo poblacional (lo contrario de lo que sucede en México). Y desde entonces lo ha venido repitiendo: la causa de elevadísimos precios no es la falta de alimentos, sino los citados problemas, para cuya solución nadie está dispuesto a meter la mano, porque el mercado se ofende, por mucho que la gente muera de hambre.

Entre chinos tragones y otros fatuos pretextos oficiales, año tras año México incrementó la importación de alimentos, refrendando su política de que el campo nacional no existe (salvo para fines electorales). Por ejemplo, en el sexenio calderonista nuestro país importó maíz por algo así como 12 mil 600 millones de dólares (5.75 millones de billetes verdes por día de estancia de Felipe Calderón en Los Pinos). Entonces, el gobierno respondió con más importaciones, no con mayor producción interna, y a estas alturas a cuando menos 28 millones de mexicanos (40 por ciento más que en 2006) no les alcanza para comer tres veces al día (precios en constante alza, ingreso en permanente descenso y ausencia de empleo, entre otras gracias).

Si bien esta atinadísima cuan fructífera política no fue exclusiva de Felipe Calderón, sería ingrato regatear a éste su gran logro sexenal, que le valió la medalla de oro, tras registrar una cifra histórica en importación de alimentos: 114 mil millones de dólares –billetes más o menos– que representan alrededor del 52 por ciento de lo que México ha erogado por el concepto citado desde 1994. Entonces, el estómago nacional –como ya sucede con tantas otras cosas– depende del extranjero, mientras en el campo nacional se siembra miseria para cosechar votos.

Las rebanadas del pastel

Quien esté interesado en presenciar un acto republicano, democrático, popular y festivo (como se supone debe ser un cambio de mando en la Presidencia de la República, en especial si se trata de la salida de Calderón), favor de no asistir a San Lázaro, porque en tal recinto nada de eso encontrará. Por el contrario, se ha organizado una fiesta para la plutocracia (sin cupo para la prole), rodeada con un operativo de seguridad no sólo insultante, sino de un alcance inversamente proporcional al tamaño del personaje que tomará posesión el próximo primero de diciembre.