Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Artes Visuales
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Hugo Gutiérrez Vega

Bernanos y el dolor del mundo

“Mi parroquia es una parroquia como las demás. Todas se parecen. Las de hoy en día, naturalmente. Ayer mismo le decía al señor cura de Norefontes que el bien y el mal deben hallarse equilibrados o, si lo prefería, superpuestos uno y otro sin mezclarse, como dos líquidos de distinta densidad.” Así empieza la magistral novela de Georges Bernanos, Diario de un cura rural, llevada al cine por otro personaje notable, Robert Bresson. Ambos pertenecen a un momento muy importante de la cultura católica y ambos, también, fueron vistos con ojos nostálgicamente inquisitoriales por la jerarquía eclesiástica rígida y conservadora a ultranza de la Francia heredera del horrible talante de la noche de San Bartolomé. Bernanos vio de inmediato el peligro representado por el levantamiento de los espadones franquistas. El ridículo título de “Caudillo de España por la gracia de Dios” que el asesino chaparro se colocó sobre su malpensante cabeza (recuerdo la capa de armiño de Su Alteza Serenísima; sin embargo, el siniestro cojo no metía a Dios en sus pomposas ceremonias), la complicidad que estableció con los fascistas y los nazis, la ayuda que de ellos recibió y, sobre todo, la fotografía del cavernícola arzobispo de Toledo bendiciendo las armas de los enemigos de la legalidad política, hicieron que el autor católico escribiera una novela titulada Los grandes cementerios bajo la luna, en donde aparece, con poderosas tintas, todo el horror de la masacre peninsular, así como la crueldad de los espadones y los asesinatos cometidos en el nombre de Dios y autorizados por clérigos carlistas, fascistas y, sobre todo, fundamentalistas que, al escuchar la orden de fuego, esgrimían el crucifijo y tranquilamente se sentaban a comer su plato de alubias con chorizo en espera de la siguiente ejecución que se hacía “por Dios y por España”. Mauriac se unió a Bernanos en la protesta contra el levantamiento militar y eclesiástico. En cambio, Claudel, gran poeta y ultramontano sin remedio, se afilió a la corriente franquista y atacó, sin los necesarios matices, a la República.

Mariano Orta compara al cura rural del Diario...  con el San Manuel Bueno de la pequeña nivola de don Miguel de Unamuno, el cura que perdió la fe cuando sintió que su voz se hundía en las aguas del lago cercano a su templo parroquial. Eso pasaba cuando el santo hombre decía: “Creo en la resurrección de la carne.” Y siempre guardó silencio para no perturbar la fe de sus feligreses. El desasosegado sacerdote de Bernanos, dice Orta, “disfruta de una lucidez que supera todos los conocimientos humanos y que se parece tanto a la del cura de Ars, precisamente porque están abrasados de amor a las almas, a la par que entregados a una lenta agonía, incluso los de corazones más intrépidos”. Hay, como verán mis lectores, una gran diferencia entre el humilde cura rural de Bernanos y los fundamentalistas jerarcas peninsulares. El cura francés parte del amor y sufre, duda y se entrega a los demás para impedir que duden y se angustien. El autor ya había formulado la frase que explica su postura frente al pensamiento y el arte, especialmente la literatura: le malheur des hommes est la merveille de l’univers. Para Bernanos el dolor nos acompaña en todos –o casi todos– los pasos de nuestro tránsito vital. Hay momentos de gracia intacta que ganamos a la tristeza, pero el dolor es el que purifica, el que nos deja desnudos y temblorosos frente a la muerte. San Agustín y el Byron del gran poema “Lucifer”, hablan de la purificación en el paso por el dolor. El cura rural sabía mucho de penas, de silencios del alma y, sobre todo, de la existencia de varias y muy distintas formas del mal en las vidas de los seres humanos, de los sencillos feligreses de su “iglesia menesterosa” (López Velarde dixit).

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