Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
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Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
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Juan Domingo Argüelles

La ignorancia poética

La ausencia de lectura en voz alta en las escuelas ha generado no sólo falta de comprensión en lo que se lee, sino también ignorancia de eufonía o lo que es lo mismo sordera poética.

En general, los mexicanos (incluidas personas cultas o con instrucción) no tienen conocimiento de técnicas elementales de la versificación:  por ejemplo, y sólo por citar dos aspectos básicos, no saben distinguir entre una rima asonante y una consonante, y no tienen la menor idea de la forma en que se miden las sílabas en un verso. La escuela ha producido y sigue produciendo generaciones antipoéticas.

Son muchos los que creen que es suficiente que los versos terminen en una misma vocal para que exista la rima, y en cuanto a la medida, suponen que las sílabas gramaticales son equivalentes a las sílabas métricas. Desconocen el ritmo y la música interna de un verso. Por supuesto, no saben de hiatos ni sinalefas. Si tuvieran al menos una noción de esto, podrían comprender por qué las sílabas gramaticales no equivalen siempre a las sílabas métricas.

No les enseñan en la escuela, porque ni los mismos maestros lo saben, las llamadas licencias poéticas, y no existe en el sistema escolar público algo que sea realmente “metodología de la lectura”. Por ello ignoran que cuando un verso termina en palabra aguda (con acento tónico en la última vocal), se suma una sílaba, y no saben que cuando el verso termina en palabra esdrújula (con acento prosódico en la vocal de la antepenúltima sílaba), se resta una sílaba.

Ignoran que, en la poesía, el ritmo es fundamental, y que en un verso la distribución de los acentos crean una especial música que lo hacen inolvidable. Un verso puede echarse a perder por una palabra de más o de menos.

Al arte de medir sílabas en la poesía se le llama escandir. Tenemos una sinalefa cuando un diptongo o un hiato entre el final de una palabra y el inicio de otra se cuenta como una sola sílaba; incluso ocurre con los triptongos. El hiato, en cambio, es lo contrario:  es romper un diptongo y crear, artificialmente, dos sílabas en donde sólo había una.

Lo extraordinario es que José Alfredo Jiménez, que era autodidacto, sabía perfectamente medir y rimar sus versos:  “Yo sé bien que estoy afuera,/ pero el día que yo me muera,/ sé que tendrás que llorar.”

En este ejemplo, los dos primeros versos, que terminan en palabras llanas o graves, tienen ocho sílabas, mientras que el tercero, que concluye en palabra aguda, posee siete, pero por regla poética se le suma una sílaba más (por el acento final) y queda en ocho.

Gente que ha ido a la universidad no sabe esto y es muy fácil verlo, cada año al menos, cuando realizan sus “calaveras” en el Día de Muertos. No saben contar sílabas y no tienen idea de la rima; carecen de mínima cultura poética, y en parte todo esto se debe a la escuela o, para decirlo mejor, a la ineptitud del sistema educativo mexicano.

La mayor parte de las “calaveras” o “calaveritas” que aparecen en los periódicos están escritas como Dios le da a entender a cada quien: sin ton ni son, sin ritmo ni medida, con falsas rimas, sin música y, claro está, muchas veces sin ingenio.

Lo alarmante del caso es que la “calavera” es una forma tradicional de la poesía popular mexicana (semejante al corrido), de versos octosílabos, generalmente en estrofas de cuatro. Ejemplo anónimo:  “Es una verdad sincera/ lo que nos dice esta frase:/ que sólo el ser que no nace/ no puede ser calavera”. Las rimas son perfectas (consonantes), y la métrica, impecable (todos son versos octosílabos). Otro ejemplo, también anónimo, de hace un chorro de años:  “Calaveras elegantes/ son todos los magistrados,/ los médicos y abogados,/ y también los estudiantes.”

El autor anónimo del “Corrido del hijo desobediente”, sabía también rimar y escandir a la perfección: “Ya con ésta me despido,/ que me lleve la corriente,/ y aquí se acaba el corrido/ del hijo desobediente.”

Si Santiago, el personaje de Vargas Llosa en Conversación en la Catedral, se preguntaba “en qué momento se había jodido el Perú”, nosotros tenemos buenas razones para preguntarnos en qué momento se jodió la educación en México, incapaz siquiera de transmitir el saber popular y tradicional de quienes, sin mucha ciencia, tenían un dominio técnico perfecto de la retórica y la poética.

El siguiente refrán pareado es otro buen ejemplo:  “De este mundo sacarás/ lo que metas, nada más.”  No son siete sílabas, sino ocho, por su terminación en palabra aguda. Y la rima es perfecta. Algo que está en el refranero popular, hoy no lo puede hacer la gente ni yendo a la escuela.