Opinión
Ver día anteriorViernes 7 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pérez Gay: intuitiva angustia de la palabra
C

allada soledad la de José María Pérez Gay en lucha con el vivir que es morir. Callada soledad que excita la memoria de las lecturas de autores que lo formaron; Goethe, Kafka, Mann, Celan, Freud, Proust, Benjamin (buceadores de la infancia). Memoria melancólica con el manto mágico del misterio. Sí, a Chema le salen las palabras como torrentes en busca de cauce y su río las integra.

La Universidad Iberoamericana le concedió la medalla Ignacio Loyola en reconocimiento a una trayectoria intelectual que reflexiona sobre el deseo insatisfecho promotor de la tristeza que es la vida. Pérez Gay sabe que será interpretado no según sus intenciones, sino según una compleja estrategia de interacciones que también implica a los lectores y las convenciones culturales que esa lengua ha producido, así como la historia y las interpretaciones previas de muchos textos (Eco).

Así se le escapa el pensamiento a Chema, la palabra resulta tan vacía como el cuerpo, y hay un espacio en blanco entre cada pensamiento. Las palabras no forman ya un conjunto. El vacío las descompone en susurros, sílabas y letras, dejando nuevos vacíos cargados de angustia insoportable que las hace explotar cual feria de cohetones antes de que se posen entre pensamientos. Al fin pensamientos que nunca se sabe si en realidad lo son o son ilusiones.

Son sus palabras agudas y graves, su cuerpo un agujero por el que pasan palabras, ya completas, ya desarticuladas, en susurros sílabas y letras, que se desprenden al hablar y se llena de ellas, las diferencia, subsumido en ese agujero necesariamente intrasíquico, con todo y la palabra trascendiendo la voz que se la seca y la defiende de la luz conceptual para volverla deseo. Regreso al pasado, fuente inagotable de excitación lingüística, en que cada ritmo es armonía llena de expresiones particulares tristes, entusiastas, eróticas, tiernas, con la que traspasa ese agujero aparentemente indiferente y deja en vaciedad una fulminación inverosímil rectángulo del polvorín silente, lenguaje disfrazado de amor corporal.

Sexualidad, vuelo de palabras, diversidad de lejanías, cual débiles voluntades que arriban a ese hoyo que traspasa con palabras y frases aterciopeladas llenas de ungüentos y bálsamos. Locura eterna, eternidad de muerte del lenguaje amoroso, de curvas apenas aptas para el lenguaje promotor del incendio de la vida, desde una voz que apenas dice nada, pero cuya densidad desprende sonidos pegados a la piel cuyo son se llena de un rumor, brisa tierna de su boca que deja lleno de nacientes sombras, prueba impalpable pero apalabrada de un ser excepcional. Descubrimiento de un espacio síquico, que es lenguaje, trascendencia, sueño que articula el deseo y vuelve la palabra lenguaje.

Búsqueda desesperada de Chema de un lenguaje capaz de nuevas idealizaciones, paradoja de protección y acometividad, donde la seducción sea el llegarle a un alter ego, espectro interno de goce sin objeto, nunca alcanzable, sólo lenguaje glorificador de la cosa al regreso desde el lenguaje y en el lenguaje de este niño perverso, enamorado de su reflejo materno, huidizo, desprovisto de espacio propio y que no ama nada porque es nada, pero piensa que su origen no es más que imagen de sí mismo, nueva búsqueda del espacio donde el nombre ocupa el lugar del cuerpo.

Palabra resucitada por el pensamiento que le da salida a la soledad innombrable al replegarse sobre sí mismo y rencontrarse con ella, ya internalizada en unidad, sentado las bases de la soledad síquica.

Vida interior la de Chema que se opone al afuera, conquista del espacio síquico, diabolismo y hechicería freudiana, proustiana línea divisoria, lenguaje, abracadabra, en que el afuera constituye el interior, introductor de lo imposible.

Esa imposible voz que se corta, respira, crea y es entendimiento. Visible sombra que llega a la orilla, y recorre poesías de Celan o de Pessoa con el espacio cubierto por caricias encubridoras, palabras nocturnas, sueños que arrancan del errante sonido del agujero, propio, claro, diáfano de la palabra, rozada por la piel. Voz aterciopelada, silbadora armonía, movida por el deseo de ese espacio donde el encuentro es dolor del descubrimiento y el salve del vacío tan cierto como su latido lingüístico, transmisor perdido en la sombra, del lenguaje divisorio donde se encuentra, sólo; Chema el poeta.