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La música de masas de Dave Brubeck
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Periódico La Jornada
Sábado 8 de diciembre de 2012, p. a16

El miércoles pasado culminó una era en la historia de la música: con el deceso del maestro Dave Brubeck (1920-2012), ocurrido el 5 de diciembre, terminó la etapa de la experimentación musical para las masas, que inició con su maestro, el compositor francés Darius Milhaud (1892-1974) y otros autores de principios del siglo XX (Kurt Weil y Benjamin Britten entre ellos) que gritaron: basta ya de música para las élites, rescatemos los sonidos y los silencios para la gente normal y recurrieron entonces a prácticas felices con temas populares, canciones en boga y otros valores que, si se observa bien, constituyen la columna vertebral del corpus completo de la obra del corpulento y larguirucho Brubeck, a quien, para que rime, le debemos mucho los melómanos de a pie.

Porque hay exquisitos que siguen remilgando lo que ya es discurso viejo y rebasado: acusan a Dave Brubeck de abaratar la cultura jazz, sin percatarse de la complejidad escondida en la sencillez aparente de su música.

Acuñaron inclusive los críticos rabiosos epítetos contra la música de Brubeck como los siguientes: esquemática, bombástica, estólida. Asu (bueno, esta última expresión, asu, no la acuñaron los rabiosos, sino los jarochos cordobeses en señal de asombro, pena, estupefacción, je).

Y es que era lo esnob, la pose, la corriente en boga denominar corriente a quien no se portara como desvalido, incomprendido y genial, y destinara su música a las minorías y enarbolara la bandera de lo contracultural. Los que no siguieran estas reglas de etiqueta, eran unos vendidos.

Algunos de los seguidores de Charlie Parker, ese personaje genial y trágico que retrató Julio Cortázar en El Perseguidor, figuraban entre esa corriente esnobista que denostaba a quienes tenían éxito en vida.

Para quienes escuchamos música igual que respiramos, es decir, sin más, la obra de Dave Brubeck es un referente que va más allá de toda anécdota.

Varias generaciones han disfrutado del bello talante de la música de Brubeck y conocen el estandarte: el álbum titulado Time Out, el primero en la historia del jazz en venderse por millones y en el cual se pueden apreciar las cualidades del genio de Brubeck.

Viajero acucioso, regresó de Turquía con ideas que le volvieron poliédrico el cerebro. Su pareja musical ideal, el saxofonista contralto Paul Desmond (cultivador del género ultracool y quien se definía como el contralto más lento del mundo), escribió el emblema: Take Five, una delicia endiablecida por sus ritmos quebrados, su cópula loca, su upbeat y su downbeat precisos, su síncopa acoplada en un sentido rítmico heterodoxo: cinco por cuatro, así como escribirían otras joyas en tiempos más alocados: Blue Rondó a la Turk, en nueve octavos (¡!) y la Danza descuadrada (Unsquare dance) en siete por cuatro.

Este sabroso descuadramiento, este bonito desmadre no es otra cosa que lo que hoy los nuevos esnobs califican como indie, world music y otras linduras y sus sublinduras, pues la invención de terminajos para nombrar corrientes, subcorrientes y ultracorrientes dizque fuera del mainstream, es como la bendita cosecha de mujeres, que nunca se acaba.

Take five es para muchos un equivalente en jazz a la Quinta de Beethoven, o bien, como dijera mi amigo Ernesto Flores Vega, es el Bolero de Ravel del jazz.

Muchas infancias felices debemos a este par de emblemas, Take Five y Blue Rondó a la Turk, muchas sonrisas, convivencias, bailecitos de alegría sentados escuchando, de la misma manera como Louis, el enormísimo cronopio Satchmo, llevó a los territorios de la epifanía a las masas con su magia de venado increpando a la luna, como escribió a su vez también Cortázar.

Mi querido amigo y paisano cordobés Juan José Calatayud (1939-2003) hizo de esos dos emblemas verdaderas fiestas en muchos foros mexicanos, siempre atestados de jóvenes delirantes, para luego escuchar spirituals y gospel con Juan (su nombre entre los amigos) y su grupo 3.1416 y la cantante Nan Redi.

Ese par de piezas fungió como el umbral idóneo al más de centenar de discos que grabó Dave Brubeck, ese maestro de la complejidad, la experimentación, la revolución musical para las masas, quien al preguntarle Clint Eastwood en el filme de éste, Piano Blues, qué opinaba del blues y cómo lo había influido, Dave Brubeck contestó con un poema que decía una amiga suya de Nueva Orleáns y que hablaba de la incertidumbre del devenir y del dolor profundo, pero unos ojos se niegan a llorar, y enseguida se sentó al piano Brubeck y repitió esas palabras, pero en sonidos extraídos de su instrumento.

Y él tampoco lloró.

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