Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de diciembre de 2012 Num: 927

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Lukás Theodorokópoulos

La fiesta del teatro
Mariana Domínguez Batis

Puebla, nuevo espacio nacional para el
teatro internacional

Miguel Ángel Quemain

Héctor Azar, el
hombre y el teatro

Jorge Galván

El tío vania de
David Olguín

Enrique Olmos de Ita

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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Cuatro toques al Festival de Jazz de la Riviera Maya

En plan referencial, esta crónica comenzaría diciendo:  Playa Mamitas luce tranquila. Son las seis de la tarde. Falta una hora para que inicie el Festival de Jazz de la Riviera Maya. Durante el día vimos pocos turistas rondando la quinta Avenida de Playa del Carmen. Tal vez sea por eso. El clima no ha estado de lo mejor. Es la primera de tres jornadas en que sonarán nueve invitados con grandes credenciales. Día uno: la Big Band del trompetista Joe D’etienne seguida por el conjunto del percusionista Pete Escobedo y el grupo del bajista Victor Wooten. Día dos: el Colectivo Nortec, el percusionista Poncho Sánchez y Level 42 (por quienes hemos hecho el viaje). Día tres: Aguamala, el cuarteto del saxofonista Wayne Shorter y el cuarteto del guitarrista John Scofield. Efectivamente: hay de todo y para todos.

Luego, aterrizando en información menos vaga, esta columna diría: El escenario es fastuoso. Gran parafernalia de luces y tres pantallas. No se ha escatimado en la producción. Bien hecho. En grupos compactos, los asistentes beben, comen y platican en sillas plegables o en toallas sobre la arena. El área comienza a nutrirse poco a poco. Escaneamos los alrededores y nos topamos unas cuantas mesas improvisadas separadas de la concurrencia por una simple cuerda. Para estar allí “hay que consumir botella”, nos dicen los meseros de perfil gangsteril. Aceptamos el maltrato porque para ese momento el lugar amenaza, claramente, con ponerse “hasta la madre”, como bien señalan. Claro: no se llega a diez años de un festival sin el involucramiento de la gente local. Allí la clave.


Aguamala

Más tarde, intentando numeralia, esta columna indicaría: Desde luego, habíamos leído y escuchado múltiples historias en torno al trabajo que desde 2002 ha desarrollado el baterista y productor Fernando Toussaint (líder de Aguamala), junto a colegas, patrocinadores y socios del mundo hotelero. Sabíamos por propios y extraños que las pasadas ediciones habían tenido presentaciones memorables de proyectos como Incógnito, Al Di Meola, Mike Stern, George Duke, Manhattan Transfer, John McLaughlin, Ivan Lins, Gino Vannelli, Spyro Gyra, Herbie Hancock, Al Jarreau, David Sanborn, Fourplay, Marcus Miller, Tower Of Power y muchos proyectos extranjeros más, así como otros mexicanos: Los Dorados, Iraida Noriega, Hirám Gómez, Troker y un largo etcétera. Teníamos noticia de todo, pero no nos habíamos decidido a comprobarlo con nuestros propios ojos.

Preparando conclusiones y juicios, más tarde este texto aseveraría: Pues bien, lo que imaginábamos se quedaba corto. De una manera caprichosa pero inteligente el Festival de Jazz de la Riviera Maya conquista el sueño que viven pequeñas ciudades europeas en donde todos ganan en torno y a favor de la música: los grupos son tratados con respeto, su audiencia los disfruta de manera gratuita, los productores, inversionistas y el turismo ganan visibilidad y clientela… Además, si nos ponemos a pensar lo que cuestan los paquetes con avión y hotel, resulta que sale más barato ir a Playa del Carmen para ver nueve proyectos de altura que pagar por dos o tres de ellos en el DF. (Y aquí una aclaración: fuimos por nuestra cuenta, nadie nos invitó nada, no tenemos trato con los organizadores y, porque así somos, enfrentamos la experiencia con el mismo espíritu crítico con el que hemos pisado cada país, ciudad, festival o concierto. Y nos convencieron. Nos quitamos el sombrero.)

Tratando de aterrizar la nave (herida desde el comienzo), esta crónica ensayaría un final: La curaduría del festival lleva una década siendo complaciente, apenas con algunos momentos de experimento o riesgo. Y es adecuada, pues ni el escenario ni su locación se prestan para algo más contemporáneo o vanguardista. El 2012 no fue la excepción. Empero, ello no impidió innumerables momentos de gran belleza y maestría. Verbigracia: John Scofield en duelo etéreo con el baterista Bill Stewart interpretando a Carla Bley; los solos de Poncho Sánchez; los arreglos de Joe D’etienne; los audiovisuales de Nortec; la calidad de Aguamala; la mirada de Wayne Shorter… Blablablá, etcétera.

Esas y otras cosas habría en esta columna… Pero nos sentiríamos hipócritas, pues estas experiencias, cuando importan de verdad, deben ser subjetivas, aunque pequemos de ingenuos o nos llenemos de adjetivos. Así que nos quedamos con lo más simple: la posibilidad de cerrar el círculo que abriéramos hace más de veinte años cuando, escuchando por primera vez a Mark King con Level 42, entendimos aquella fórmula casi imposible: se podía bailar y cantar música pop construida con los más altos parámetros del funk y del jazz. Por ello es que en Playa del Carmen sonreímos y brincamos y nos emborrachamos y blasfemamos y prometimos y nos perdimos en la suma del pasado y el futuro... Porque, finalmente y según creemos, a eso va uno a los buenos festivales, ¿cierto?