Opinión
Ver día anteriorMartes 11 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Manuel Marín: Endimión
C

on frecuencia leo y a veces comento lo que escribe este artista, quien durante 2011 exhibió un millar de dibujos, algunos de los cuales tienen que ver con el mito de Endimión, tema que lo ha obsesionado al grado de convertirlo punto menos que en un tratado, aprehendiéndolo como ha querido mediante sus propias intuiciones y de una cantidad de lecturas casi de carácter exhaustivo.

Con todo y la proliferación de imágenes a las que alude, principal, pero no únicamente de los siglos XVII y XVIII con antecedentes en el Renacimiento, no es ésta la parte fundamental del libro, como podría esperarse de un pintor, escultor y grabador. El meollo está en los sentidos filosófico, antropológico, síquico, literario, etcétera, que pudo encontrarle a la figura del pastor durmiente. No estoy totalmente de acuerdo en que Endimión sea mito fundador del inconsciente y no lo estoy pese a la red de mitos entrelazados a los que el volumen alude.

Hay que tener en cuenta lo siguiente: Endimión duerme siempre y es eternamente bello, pero no sueña. Diana, quien lo contempla y lo ama, no lo posee porque es casta y sólo puede verlo desde arriba, ya que ella es Selene. El libro es lunático en más de un sentido y al serlo contiene verdades, ya que ciertamente el sueño no sabe que contiene verdad.

Debido a la consabida predilección que el autor prodiga a los aforismos, aquí denominados sueños en el capítulo XVIII que es el de mayor extensión, nos endilga 929 alocuciones cortas, varias de las cuales contienen certezas incontestables. V. gr. el sueño es expresión. La expresión no es sueño.

Endimión, el único que al no morir, no vive lo que equivaldría a constatar la veracidad del RIP, o sea del descanso eterno. El inconsciente no sueña, vive en la conciencia del que duerme y todo muerto es inmortal (moral o inmoral que haya sido, es inmortal, como los dioses).

¿Por qué Endimión?, porque pertenece a una constelación de mitos que pintores y autores de varios siglos le han dedicado pensamientos e interpretaciones visuales. Uno o dos de los capítulos incluidos, pongamos por caso los que dedica (por separado) a Oscar Wilde y a Keats, abarcarían un sinnúmero de comentarios imposibles de contener en una breve reseña. Eso sin hablar de los pintores, algunos de ellos también abarcan capítulos enteros, como sucede con Fragonard o con Watts, pintor simbolista que se lleva la palma en cuanto a menciones, aunque puede suponerse que pictóricamente no es de los artistas favoritos de este colega suyo del siglo XXI (o al menos yo espero que no lo sea), pero se da el caso que Watts también absorbió con obsesión el mito de Endimión, quizá porque fue un pintor victoriano.

Por el libro desfilan Metastasio, Petrarca, Montaigne, Jorge Luis Borges y Albert Camus, amén de otros escritores no tan conocidos que van hilando sobre este personaje contemplado por la belleza oscurecida un pastor que a diferencia de Acteón, no fue destrozado y muerto por los perros de Diana. Sus analogías o parecidos llegan hasta la Piedad Cristiana (la Virgen que contempla a su hijo muerto) o a la Bella Durmiente del bosque. Él sería el bello durmiente del monte, porque su sueño perenne tiene lugar en Latmos y no hay perro que lo acompañe, sólo una y otra vez la inconstante luna, vidente como luna nueva y reflejante como luna llena.

Hay también menciones evangélicas. Noli me tangere es una de las principales y como se recuerda, proviene de Cristo Resurrecto, no del Cristo de la multiplicación de los peces, de la mujer del pozo o del Sermón de la montaña.

Con lo que menciono puede colegirse que ni a través de Bruno Bettleheim, el sicoanalista austriaco, gran conocedor de cuentos de hadas y de mitos, fundador de una escuela en Chicago, donde se exilió y realizó su labor docente, terapéutica y escritural, sería posible acercarse de modo tan completo a este mito, cuya mención inicial está en Hesíodo, no en Ovidio como podría suponerse, si es que se recuerda que a las metamorfosis Manuel Marín dedicó una exitosa exposición colectiva además del correspondiente libro-catálogo.

El libro, limpiamente publicado por la tapatía Editorial Petra, no contiene ilustraciones, pero es posible obtenerlas de parte del autor en disco compacto. Cinco dibujos suyos (simbólicos y para nada miméticos) ilustran la portada y al final el lector paciente puede encontrar un exhaustivo índice iconográfico, además de copiosa bibliografía. ¿Es un libro fácil?, verdad sea dicha, no, pero es absolutamente capaz de atrapar la atención de los lectores, porque sin cuerpo no hay sueño, ni sueños. Puede uno preguntarse: ¿quién atiende a Endimión y quién no?, la respuesta –muy erudita y documentada– se encuentra en los capítulos 51 y 52. Este libro en vilo con lo filosófico y lo poético es fuente de conocimiento sobre mitos, arte, símbolos y muerte. Valioso trabajo.