15 de diciembre de 2012     Número 63

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Hidalgo

Riqueza en medio de la pobreza

Alfredo Alcalá Montaño Academia Hidalguense de Educación y Derechos Humanos (Acaderh)


FOTO: Archivo

La Huasteca Hidalguense es una región en la que el clima, la topografía, la abundancia de agua y la fertilidad del suelo son propios para el desarrollo de actividades agropecuarias. Pero la mayor riqueza natural, se encuentra en la población indígena, que aún conserva sus tradiciones, sus costumbres, sus raíces, nuestras raíces.

Sin embargo, las condiciones de explotación y miseria contrastan con la riqueza que albergan. Su lejanía respecto de la capital del estado ha preservado la marginación y el rezago social. Su inclusión al desarrollo social es una deuda permanente.

Su pueblo ha sufrido la represión, primero de los caciques y luego de gobiernos opositores a la organización social, que han utilizado la intimidación e incluso los asesinatos para detener cualquier ansia libertaria y de lucha por la tierra en la región más fértil del estado.

La Huasteca es un lugar donde no hizo justicia la Revolución, donde las prácticas porfiristas prevalecen, a pesar de ser un pueblo pionero en la lucha contra la dictadura.

Los pobladores de la Huasteca son víctimas de gobiernos autoritarios que buscan preservar elementos restrictivos para su movilización, como la dificultad de acceder a los medios de comunicación, a la educación y a la salud. Las demandas de estos pobladores han sido ignoradas y olvidadas, por levantar la voz en náhuatl y no en castellano.

En medio de la Huasteca, encontramos el municipio indígena de Yahualica, el cual sólo es recordado cuando ocurre alguna catástrofe, como la de julio de este año, cuando un derrumbe en la comunidad de Santa Teresa dejó al menos 300 personas damnificadas y a toda la comunidad devastada.

No obstante, en Yahualica hay otras 33 de comunidades, con alta concentración indígena, que requieren atención prioritaria, pues viven en medio de una crisis alimentaria permanente a pesar de su riqueza cultural.

Yahualica es uno de los municipios más pobres del país. De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), se encuentra entre los 20 municipios con mayor intensidad de pobreza alimentaria a nivel nacional; un 77.9 por ciento de la población carece de los recursos suficientes para acceder a la canasta básica, lo cual es una violación grave a los derechos humanos, pues el alimentario es un derecho fundamental.

Al ser uno de los municipios más pobres del estado, requiere una atención prioritaria, la cual debe ser integral. Una de las principales obligaciones del Estado en su conjunto es la justa distribución de la riqueza, pues es éste la herramienta más efectiva el uso del gasto público.

En medio de este gris panorama surgen iniciativas ciudadanas que adquieren relevancia ante el sentimiento de que hay una línea divisoria entre los que más tienen y la población más vulnerable, misma que está marcada por la pertenencia a una etnia.

Por ello debemos aplaudir que, pese a una realidad dolorosa para los pueblos originarios, y para quienes creemos en los derechos humanos, surjan organizaciones de hombres y mujeres nahuas del municipio que participan activamente y trabajan desde lo local.

Actualmente hay algunas iniciativas que impulsan la organización y participación ciudadana, como la Red de Organizaciones Civiles de Hidalgo –de productores e impulso de la economía campesina–, y la Organización Nahua y Campesina de la Huasteca Hidalguense, integrada por jóvenes que, junto con la Academia Hidalguense de Educación y Derechos Humanos, AC, impulsaron por vez primera una agenda ciudadana en derechos humanos.

Tal agenda fue ya presentada ante las autoridades locales, lo cual es muy importante pues permitirá generar un mayor acercamiento entre la sociedad y el gobierno municipal, sin la intermediación de algún partido político, y esto demuestra que a pesar de ser considerado un municipio pobre y marginado, hay un interés por mejorar la relación gobierno sociedad, clave para un buen gobierno.

En la Huasteca Hidalguense hay un interés por contribuir al desarrollo del estado, y eso se observa en la aparición de grupos organizados de la sociedad civil que buscan una efectiva creación de políticas públicas, para pasar de ser objeto a ser sujetos de las mismas.


Los mercados, un “sistema solar”


Mercado de Atlapexco, Hidalgo FOTO: Ana Bella Pérez Castro

Ana Bella Pérez Castro
Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM

De tradición prehispánica, los principales mercados en la Huasteca siguen siendo el de Huejutla en Hidalgo; los de Tantoyuca, Ilamatlán, Tzontecomatlán y Chicontepec en Veracruz, y los de Tancanhuits y Aquismón en San Luis Potosí. Mercados cuya magnitud de productos y compradores les permite se considerados centros consumidores, pero también distribuidores, ya que a lo largo del tiempo se han ido formando alrededor de ellos otros de menor importancia a los que abastecen y que funcionan como mecanismos estratégicos para facilitar el intercambio de bienes y servicios.

Así encontramos los mercados medianos y pequeños como el de Naranjos, Citlaltépetl, Tancoco, Tlacolula, Ixcacoatitla, Tepetzintla y Chontla en la Huasteca Veracruzana; San Felipe, Huatla, Canalli, Atlapexco, Tlanchinol, Tamazunchale, Platón Sánchez, Las Piedras, Ixtlahuaco, Coyula, Santa Cruz, Tlalchiyahalica, Mecuxtepetle, Xaltocán, Papatlatla, Atlapexco, Coacuilco, Tehuatlán, Arenal y Huetzitzilingo, en Hidalgo, y Tancanhuitz, San Martín, Tanquian, Xilitla, Chapulhuacan, Coxcatlán, Tancanhuitz, Tampacan, Tanquian y Matlapa, en San Luis Potosí. Unos y otros forman parte de una constelación económica regional en un sistema de mercados rotatorios que semejan un “sistema solar”.

En los mercados predomina la transacción en moneda. Resalta el colorido de los productos; la sinfonía de sonidos; una multitud de olores que se expanden a lo largo y ancho de los puestos, y prácticas, costumbres y valoraciones. En ellos se observa que la tradición y la modernidad conviven. Así, encontramos hechuras de tradiciones que mantienen y reproducen un saber artesanal de antaño, como son las ollas de barro del barrio de Xopopo; los sombreros de palma de Tancoco; la loza de Xililico; las cazuelas y ollas de San Miguel Tenextatiloyan; las canastas de Huazalinguillo; la talabartería, jarciería, sombreros y morrales de Tantoyuca; las campanas, los santos y los floreros de metal de Tlahualompa; la lámina de Huasca; el trabajo en cobre de Santa Clara del Cobre; los molcajetes, argollas para los cinchos de los caballos y metates de Hidalgo; las cestas de Chijolar; los incensarios y silbadores de Huejutla; los servilleteros, carteritas para poner cigarros y muñecas de Cuetzalan, y los bordados de Colatlán. Se vende el zacahuil de Tepetzintla; el pan de Tlaxcala con nuez, huevo y canela; el camarón, la hueva de lisa y el pescado que los tamiahueros aprendieron a salar; los ricos quesos de Piedras Clavadas, y la carne enchilada, el chorizo y al tasajo de Tantoyuca y Tepetzintla. No faltan los granos, semillas y frutales, como el frijol de Nayarit; el maíz de Hueycoatitla; el café de la Sierra de Hidalgo; el cacahuate de Potrero del Llano; la piña de Poza Rica; el plátano criollo de Álamo y Tabasco; la naranja de Tuxpan, y la sandía, aguacates y la sal de Tampico. De ranchos y comunidades procede el chile auteco, el pico de pájaro, el seco para el mole; la hierbabuena, el epazote, el chonacate, el cilantro, el papaloquelite, el quelite, el tabaco, los pichocos (pemuche), chayotes, camote simples y dulces, jacubes, limones, ahogadores (humos), tamarindos, elotes, copal, bugambilias, hoja de plátano y nopales. Mercancías que, como empedernidas viajeras, proceden de rancherías locales, de estados vecinos y hasta de otros países para satisfacer las necesidades de los compradores de la Huasteca.

Las mercancías se mueven de una región a otra, de un estado a otro, como es el caso del calzado que procede de León, Guanajuato; de la ropa nueva que se lleva de la ciudad de México, Poza Rica y Tampico; de pomadas, jarabes, ungüentos y demás sustancias milagrosas; libros e imágenes de santos; aparatos domésticos y abarrotes que se compran en la ciudad de México; de ropa usada que llega de Estados Unidos, y de artículos de belleza, adornos y aparatos electrónicos que vienen de China. Toda esta rica gama de productos son ofrecidos principalmente por comerciantes mestizos que los colocan sobre estructuras con base de madera y varas; los indígenas, por su parte, ofrecen verduras, frutas, yerbas, cal, incienso, artesanías o velas en costales tendidos en el suelo o sobre un huacal, como es el caso de Prócora.

Prócora es una indígena de la Huasteca Potosina que, acompañada de sus tres hijos pequeños, ofrece distintas variedades de plátanos y bolsas con verdura picada. Ella compra la verdura en las camionetas por montón, las limpia y corta, porque, como señala, “el nopal se vende mejor embolsado porque la gente no quiere pasar el trabajo de cortarlo”.

Los mercados en la Huasteca son, en este sentido, espacios sociales y económicos donde lo local se conecta con lo global, un ámbito productivo que se feminiza y en el que se explaya el intermediarismo. Son lugares que dejan ver que en la estructura social los indígenas siguen estando al nivel del suelo.


Agenda rural

Libro: Historia contemporánea del Movimiento Indígena en la Sierra Norte de Puebla. Autor: Milton Gabriel Hernández García. Ediciones Navarra- CEDICAR A.C.


Libro: Arpas de la Huasteca en los rituales del Costumbre: tenek, nahuas y totonacos. Coordinadores: María Eugenia Jurado Barranco y Camilo Raxá Camacho Jurado. Ediciones: Colecciones Huastecas.


Libro: Ritual, palabra y cosmos otomí: Yo soy costumbre, yo soy de antigua Autores: Patricia Gallardo Arias Ediciones: UNAM


Libro: El gran robo de los alimentos: cómo las corporaciones controlan los alimentos, acaparan la tierra y destruyen el clima De: GRAIN. Para mas información y para comprar el libro: http:// is.gd/6lt6ZV

La organización de las comunidades Huastecas

Julieta Valle ENAH/INAH


FOTO: Alerta Roja Huasteca

Los modelos de organización sociopolítica de las comunidades indígenas de la Huasteca se han adaptado en general a las directrices marcadas por las normas municipales y la Ley Agraria. Sin embargo, los cargos asociados a estos esquemas de autoridad dependen de principios y jerarquías cuyo origen es distinto a la legislación nacional. Son varios los elementos que inciden en este fenómeno. Uno de ellos es el constituido por los criterios de elegibilidad de un individuo para los oficios de gobierno, otro es la existencia de una jerarquía religiosa que se entrevera o se sobrepone a los cargos civiles; finalmente, hay una serie de mecanismos que garantizan la posibilidad de acumulación de prestigio por medio del servicio público. Debido a ello, la estructura real de gobierno en las comunidades varía de un lugar a otro en cuanto a tipo y cantidad de funcionarios, pero, sobre todo, en cuanto a atribuciones y relación con las jerarquías no oficiales.

Otro aspecto que marca diferencias es la división misma de la comunidad y el grado de representación que tienen las partes en el cuerpo de gobierno. Es posible señalar, entonces, que en las comunidades “que cuentan con barrios y anexos, se nombran delegados del juez y, a veces, del comisariado para atender los asuntos exclusivos de barrio”. Es la misma situación que se da cuando la comunidad está compuesta por rancherías dispersas, aunque cambien los nombres de los funcionarios. Además, hay casos en los que encontramos que el ayuntamiento tiene una composición más o menos representativa de las comunidades a las que comprende el municipio.

Un rasgo constante en las comunidades de la Huasteca es que el acceso a la jerarquía empieza en la adolescencia, con cargos como el de mensajero, el de topil o similares. La participación en estos rangos inferiores es condición ineludible para el acceso a los grados superiores, que conllevan mayor prestigio y autoridad.

Con base en lo anterior, podemos observar que existen tres niveles, con base en los cuales pueden establecerse las pautas generales de funcionamiento de los diversos cuerpos de gobierno. El superior, que carece de reconocimiento oficial, es el consejo de ancianos. Y si bien no aparece en todas partes, ahí donde existe generalmente goza de gran autoridad. Este consejo es seguido jerárquicamente por la asamblea comunitaria, que congrega al personal con plena membresía para la toma de decisiones y la elección de autoridades. Y vemos que esa condición varía de un lugar a otro, pues en algunas partes incluye a las mujeres, y en otras sólo a los varones o bien a las cabezas de familia, sean hombres o mujeres cuyos maridos están ausentes.

El nivel intermedio está constituido por los funcionarios locales: delegados, jueces y agentes, cuya jerarquización y composición numérica es muy variable. Donde no existe consejo de ancianos, lo habitual es que la asamblea se erija en un poder superior al de las autoridades, en quienes delega sólo algunas atribuciones.

El escalón inferior lo constituyen los topiles, que son jóvenes al servicio de la autoridad. Éstos, llamados también alwásil en tepehua, mayules en teenek y tequihuas en buena parte de la zona náhuatl, generalmente fungen como correos o policías. En numerosas comunidades se nombra uno de ellos por cada uno de los barrios o rancherías que la componen. Así las cosas, pareciera que en la Huasteca se ha dado un profundo proceso de aculturación que ha relegado los puestos “tradicionales” a los niveles más bajos del cuerpo de gobierno y a una delgada capa superior que se encuentra en vías de desaparición. Sin embargo, por el contrario, el mismo hecho podría interpretarse como prueba del incesante proceso de adaptación que han vivido las formas de gobierno indígena, además de que pone en evidencia la inexactitud de un criterio de análisis basado en la dicotomía tradicional- moderno, pues éste nos induce a suponer que los cuerpos de gobierno “más indígenas” son aquellos formados por cargos con nomenclatura antigua y en los que se advierte una estrecha imbricación con las jerarquías religiosas. Claro está que también existen o existieron en el pasado reciente casos como esos en la Huasteca, lo que demuestra que la región es un gran caleidoscopio donde están cabalmente representadas las diversas posibilidades que han quedado como saldo la tensión entre el cambio y la continuidad en materia de organización social y comunitaria.

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