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Qué se juega con la vida de Hugo Chávez
P

or fortuna, la operación salió bien, pero no quisiera estar en lugar de los médicos cubanos que han asumido la responsabilidad histórica de combatir con su ciencia y su voluntad para tratar de salvar la vida de Hugo Chávez. Porque de ellos no sólo depende un hombre que, a su manera y con sus límites, lucha valiente e incansablemente junto a su pueblo y por su pueblo para asegurar la independencia de Venezuela y la unidad latinoamericana frente al imperialismo; por la eliminación de la pobreza y de la injusticia en su país y en el continente y por la autorganización de los oprimidos. Pero también porque de esos médicos depende indirectamente el curso próximo de la economía cubana, de la construcción del Mercosur y de la Unasur, de la lucha entre las clases en Venezuela, así como las pujas entre los sectores y fuerzas que, en ese país, retardan y traban el proceso de construcción de poder popular y los que, por el contrario, tratan de impulsarlo combatiendo el burocratismo y el paternalismo.

Si Chávez, con su fortaleza y su amor a la vida, recomenzase su recuperación, de todos modos difícilmente podría asumir el 10 de enero, como marca la Constitución que otorga un plazo de 90 días, renovables, o sea seis meses, para su sustitución por el vicepresidente. Este domingo, además, se realizarán las elecciones legislativas regionales que determinarán la composición de los poderes Legislativo y los poderes locales. Incluso en el caso favorable de que en ellas triunfase el chavismo y pudiese lograr una cómoda mayoría parlamentaria, con el control de las principales regiones, si una gran mayoría vota como es de esperar por los candidatos de Chávez para asegurar la estabilidad política y económica, aumentaría de todos modos la presión de la derecha y del imperialismo en favor de nuevas elecciones presidenciales. Y aumentarían también las tensiones internas e interinstitucionales en el mismo gobierno y en el chavismo en cuanto a cuál política seguir, si una conciliadora con la oposición y con Washington u otra de frontal oposición.

Venezuela, por tanto, entrará en un periodo complicado, pues Maduro no tiene el carisma del presidente, y además enfrentará todo tipo de sabotaje económico, de presión mediática, de golpismo, abierto o escondido, tanto si Chávez en plazo de seis meses ocupase nuevamente su cargo como si no pudiese hacerlo o, peor aún, no superase las consecuencias posoperatorias.

Chávez y el chavismo se explican por el repudio del pueblo venezolano a los viejos partidos ligados a la oligarquía y el imperialismo. Fue el caracazo el que abrió el camino al golpe de los militares nacionalistas y los hizo populares y fue el levantamiento del pueblo el que defendió a Chávez contra el golpe de Estado que lo destituyó y detuvo, reinstalándolo en el gobierno. Chávez es una hechura directa del proceso que llamó revolución bolivariana, no su creador; cuando mucho, es su impulsor y, a veces, incluso su freno. Es igualmente un mediador y un árbitro irremplazable entre las diferentes fuerzas que actúan en dicho proceso, las cuales van desde la boliburguesía y la burocracia, por la derecha, hasta los intentos de autorganización de los campesinos, vecinos y trabajadores, por la izquierda, con las fuerzas armadas, cuyos mandos declaran su lealtad al presidente, entre ambos sectores. Su debilitamiento o su desaparición crearán, pues, un vacío que las diversas fuerzas tenderán a ocupar.

Chávez es también, indiscutiblemente, el más decidido y radical de los gobernantes latinoamericanos. Tanto Dilma Rousseff como Cristina Fernández buscan, en efecto, la cuadratura del círculo, o sea, desarrollar el capitalismo en sus respectivos países, con los instrumentos del neoliberalismo apenas modificados por el asistencialismo estatal para que no aumenten mucho la pobreza y la desocupación y no tienen planes para el futuro inmediato ni mucho menos aún, planes de transformación. Además, los principales socios del Mercosur son competidores en rubros importantes y eso impide que dicha asociación avance, ya que Bolivia y Uruguay son muy débiles y Ecuador tiene aún una economía dolarizada. Venezuela, por tanto, en parte venciendo la resistencia de la burguesía brasileña y, en menor medida, de la argentina, es el motor de la integración sudamericana y, en buena medida, su financiador. Sin Chávez el proceso integrador, por tanto, podría ser mucho más complejo y dificultoso.

Cuba, Nicaragua y varios países del Caribe dependen, por otra parte, del petróleo subsidiado que les otorga la Venezuela bolivariana, que Cuba paga con la participación de sus médicos en el servicio sanitario venezolano, cosa que la derecha venezolana quiere eliminar. Bolivia recibe también apoyos económicos e inversiones, al igual que Argentina, que tiene con Caracas negocios que no podría obtener en otros países. Todo eso correría peligro si Chávez dejase de gobernar Venezuela o, incluso, desaparecería abruptamente en caso de que, por medios legales o ilegales, la derecha y sus aliados internos en el campo chavista pudiesen imponer un viraje político.

Chávez, es cierto, es presidente de un país capitalista, como lo son todos los países del mundo y su voluntad socialista es sobre todo declarativa y se expresa con muchas contradicciones y confusión. Pero es un revolucionario que dirige un proceso de revolución democrática y antimperialista que, en lo inmediato, está amenazado por la derecha. El más elemental sentido común obliga ahora a todos aquellos que luchan por la liberación nacional y social de sus países a rechazar el estéril ultraizquierdismo y unir filas con los trabajadores y el pueblo venezolanos y a esperar que los excelentes médicos cubanos que lo atienden vuelvan a ponerlo en condiciones de ocupar su lugar en el progreso de Venezuela. ¡Hasta la vida siempre! ¡Viva la revolución bolivariana!