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Publica segunda edición del ensayo sobre cultura-sociedad-tecnología

Explora Naief Yehya pornificación de la cultura

Internet democratizó todas las filias y fetichismos; ahora impacta al conjunto de la sociedad, dice

 
Periódico La Jornada
Miércoles 26 de diciembre de 2012, p. 6

El tema de la pornografía sigue siendo motivo de polémica, cuando no de escándalo y censura. ¿Qué hay en la pornografía que nos inflama, excita, indigna, repugna, avergüenza o preocupa? Esa es la cuestión en torno de la cual se reflexiona en el libro Pornografía. Obsesión sexual y tecnología, amplio ensayo escrito por el periodista y escritor Naief Yehya, especialista en la relación cultura-sociedad-tecnología.

Se trata de una segunda edición, corregida y aumentada, publicada por el sello Tusquets, cuya finalidad es realizar una historia crítica de la pornografía desde la perspectiva de alguien que ha estudiado la repercusión de la tecnología en la cultura.

La intención es desmontar el fenómeno pornográfico a lo largo de sus diferentes fases para tratar de entender en qué consiste su poder transgresor. Para ello se explora su historia, se analiza su lenguaje, sus iconos, sus fórmulas y mitos.

El libro intenta ser también, una reflexión de lo que representa la introducción de la tecnología, como el Internet y la redes sociales, en el ámbito sexual y la resonancia que esto tiene en una sociedad cada vez más influida por la estética de la pornografía, y que como fenómeno es la contraparte del auge de los movimientos fundamentalistas religiosos islámicos, cristianos y judíos, que amenazan con destruir las conquistas de la imaginación erótica.

Para Naief Yehya, la pornografía es una entidad caleidoscópica siempre cambiante; una palabra camaleónica. Pornografía puede ser a la vez un estigma, una industria, una definición de política y censura, una clasificación moralista, un producto, un fenómeno, una cultura. Desde su invención ha sido siempre más fácil determinar la pornografía por sus efectos en quienes la ven que por su contenido.

Si bien hoy día la pornografía es vista como un arte erótico, la idea nace como una política de transgresión, detalla Yehya, en charla con La Jornada.

Los orígenes pornográficos se pueden encontrar en la Revolución Francesa, en forma de estampitas en las que se dibujaba al rey, a la reina, al clero o a la aristocracia en situaciones sexuales, siendo por ejemplo, penetrados por detrás. Esas imágenes tenían un poder transgresor, porque golpeaban la idea de divinidad del rey o la reina y así se pensaba en ellos no como personas que infundían temor, sino como seres objetos del ridículo”. Además de que, quienes hacían las estampas, ganaban dinero por ese producto.

Cuando concluye la Revolución Francesa se va desvaneciendo la carga política de transgresión y se resalta el elemento sexual. Se vuelven más comunes esas estampas que se venden de manera clandestina, con el claro objetivo de provocar un estímulo erótico masturbatorio. Y a partir de ahí y hasta la fecha, se vuelve una afrenta a la moral, a los valores imperantes sociales y religiosos, explica el también colaborador de La Jornada Semanal.

Por ejemplo, en el siglo XVIII les ponían faldones a los pianos de cola, porque decían que las patas desnudas de los pianos les despertaban pensamientos lujuriosos a los jóvenes. La idea de la pornografía, destaca Yehya, no radica en un tipo de objeto o situación sexual, sino en la capacidad censora del poder político o religioso.

Lo que ha traído Internet en torno al fenómeno de la pornografía, continúa el especialista, no tiene precedente histórico.

“Antes, para alguien que buscaba material pornográfico, podía ser muy complicado y a veces riesgoso. Con Internet se democratizan todas las filias y fetichismos y todo mundo puede ver cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar y a cualquier grado de intensidad. Hoy estamos ante un nuevo mundo pornográfico, ante una pornificación de la cultura que impacta en todo el ámbito social.”

Para Naief Yehya, “uno de los elementos importantes de la pornografía es su capacidad de transgresión, la cual se debe conservar, ¿por qué?, no lo sé exactamente, pero así como el ser humano tiene el espíritu y el anhelo de buscar siempre más allá de lo permisible, se tendría que conservar igual la capacidad de transgresión. Es un hecho que la necesidad y la búsqueda de los placeres pecaminosos que van allá de lo que la sociedad puede hablar en voz alta, han estado siempre con nosotros. Ahí tenemos, por ejemplo, a pornógrafos como Henry Miller y Óscar Wilde, pero también los pornógrafos mercantilistas sin escrúpulos que no ofrecen seguro social a los actores porno o los miles de mujeres y hombres que hoy por Internet se asumen como un sujeto del deseo y se promueven como tal en su website o por los medios que sean”.

En medio de una especie de paternalismo sexual, que la sociedad tiene milenios viviéndolo; la parte positiva del fenómeno de la pornificación de la cultura, abunda Naief, tiene que ver también con los grupos que históricamente han sido despojados de su poder de representarse a sí mismos sexualmente, entre ellos mujeres, homosexuales, lesbianas, transgéneros, por mencionar algunos.

Sin embargo, añade, hay que señalar también el riesgo de caer en lo que denomino esclavitudes a la pornografía, dependencia que puede tener consecuencias muy altas en el mundo real y que evita tener un desarrollo pleno.

Si se elimina la capacidad de transgresión de la pornografía, ¿qué es lo que podría ocurrir?, se pregunta para concluir el autor, quien responde con otro cuestionamiento: ¿buscaremos otros estímulos que lo sustituyan? Y advierte: ¿Vamos hacia el snuf real?