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En la zona de tolerancia de Tijuana laboran más de 4 mil mujeres de entre 15 y 60 años

Organización, salida de sexoservidoras de BC ante persecución y despojo policiacos

Querían sexo o dinero a cambio de dejarnos trabajar; ahora no las tocan, dice el activista Víctor Clark

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Trabajadoras sexuales en la Zona Norte de TijuanaFoto Sanjuana Martínez
 
Periódico La Jornada
Domingo 30 de diciembre de 2012, p. 9

Tijuana, BC. Al atardecer, en la Zona Norte las esquinas están cubiertas. Mujeres desde los 15 hasta los 60 años permanecen paradas, esperando al próximo cliente. En los hoteles, los precios se exhiben a la entrada: 25 pesos por media hora, más papel higiénico. La tarifa por un servicio básico es fija: 200 pesos.

La aparente anarquía del trabajo sexual en las calles Primera y Niños Héroes, en la famosa Coahuila o Constitución, ubicadas en el corazón de la zona de tolerancia de Tijuana, donde laboran más de 4 mil mujeres, la mayoría provenientes de otros estados de la República, tiene ahora una organización única en México: Las Magdalenas.

Se trata de un grupo de trabajadoras sexuales que, hartas de la persecución y extorsión de la policía, decidieron organizarse hace unos años para defender sus derechos y combatir la corrupción de las autoridades municipales, que les exigían una cuota o favores sexuales.

Los policías nos molestaban demasiado. Querían sexo a cambio de dejarnos trabajar; a veces, entre unos y otros, querían cuatro o cinco veces al día. Nos andaban correteando. No nos dejaban trabajar. Y si no queríamos darles sexo, teníamos que darles dinero. Nos quitaban lo que habíamos hecho. Nomás nos estaban cuidando para ver cuántos clientes entraban y entonces se venían sobre nosotros, dice Ivone, trabajadora sexual en esta zona, desde hace más de 14 años.

El hostigamiento fue tal, que los policías las perseguían con el argumento de que estaban infringiendo la ley, aunque no estuvieran laborando: “Las patrullas hacían cacería de mujeres. Nos sacaban de los cuartos, se metían y nos echaban gases; nos agarraban en cualquier parte, incluso si uno estaba comprando algo, llegaban y nos decían: órale, vente; no te hagas, tú trabajas en eso, dice Irma, de 45 años, sexoservidora desde hace más de 20 años.

Desesperadas, sin poder contener la ola de despojos, acudieron a pedir ayuda a Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos. En una semana llegaron alrededor de 100 trabajadoras por la persecución. Les propuse cuatro cosas: documentar los casos, crear una organización, ofrecer una conferencia de prensa y convocar a una reunión con autoridades. Y cumplimos las cuatro, dice en entrevista, mientras recorre la zona de tolerancia.

Fue así como nació la asociación Vanguardia de Mujeres Libres María Magdalena, que agrupa a trabajadoras sexuales; la mayoría son pobres, católicas, campesinas sin experiencia urbana, analfabetas o con primaria incompleta, que llegan a la ciudad cada semana para atender la alta demanda de una de las ciudades con mayor índice de trata de mujeres con fines de explotación sexual.

A partir de entonces, la vida les cambió. Se organizaron para defenderse: convocaron a manifestaciones, crearon una representación ante las autoridades, rentaron un local por 250 pesos para realizar sus reuniones cada semana, se deshicieron de los padrotes y finalmente se ganaron el respeto de las autoridades municipales.

La persecución policiaca terminó, dice Clark Alfaro. Ahora no las tocan; me siento muy orgulloso de lo que han conseguido. Su organización es única en el país. Lamentablemente, sabemos que las mujeres que no están organizadas y trabajan en la Zona Norte siguen sufriendo violaciones a sus derechos.

Insultos y violencia

La acera de calle Primera está llena de mujeres vestidas con ropa ceñida, corta y pronunciados escotes. La mayoría usan zapatos con tacones de vértigo. Ellas soportan no sólo las inclemencias del clima, también los improperios de la gente y en ocasiones la violencia de los clientes.

Irma está colocada estratégicamente cerca del hotel. Tiene 45 años y trabaja de ocho a 10 horas diarias. Es de Veracruz y llegó a esta ciudad hace más de 20 años. Tiene dos hijos que cuida su madre en aquel estado; ella les envía dinero para su manutención.

La mayoría de sus clientes son hombres casados: Me da coraje; pasan las mujeres y se ríen de nosotras y nos señalan frente a sus hijos. Según esto, es gente de la sociedad; entonces yo digo: yo no soy de la alta sociedad, pero por lo menos a mis hijos no les enseñaría a señalar a los demás. La gente no sabe, a lo mejor algún familiar se dedica a eso, sin que sepan. Dicen que trabajamos en esto por gusto. ¿Por gusto estamos oliendo las patas a un hombre que llega todo sudado y huele mal?... ¿Eso es por gusto? Pues no, fíjese que no. Estamos aquí porque necesitamos sacar adelante a nuestros hijos.

No todas se disciplinan

Es una de las fundadoras de Las Magdalenas y se ha convertido en interlocutora de trabajadoras sexuales: “Nuestra lucha funcionó, si no, no estaríamos aquí. Ahora hay muchas malandras, mujeres que no saben lo que costó que nos dejaran trabajar en la calle”.

Desde hace algunos años, la competencia aumentó considerablemente. Miles llegan cada año para trabajar en este oficio y no todas están dispuestas a disciplinarse ni acatar normas: Queremos que respeten los lugares de las que tenemos tiempo. No estamos nomás porque sí, sino porque hemos luchado. Unas si lo entienden, pero otras no. De cualquier forma, si se vienen los problemas, se van a venir para todas. Van a barrer con todas. Todas las de allá trabajan muy a gusto porque nosotras tuvimos que luchar contra la policía.

Irma está colocada en medio de una calle llena de tiendas y restaurantes y afronta todo tipo de riesgos: Siempre estamos en riesgo. La gente pasa y te señala. Pero ellos no saben lo que nosotros padecemos. En el momento que uno entra al cuarto, no sabemos si ese hombre te va a atacar. Uno llega a un acuerdo antes de ir al hotel, pero luego ya estando ahí, a veces ellos quieren salirse de lo convenido. Mi forma de trabajar es aclarar antes, les digo cuáles son las condiciones.

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Trabajadoras sexuales de Tijuana señalan que lo que más les afecta es aguantar a las señoras de la alta sociedad que las señalanFoto Sanjuana Martínez

Añade: “Las malandras les hacen de todo lo que ellos quieren, incluso por un globito (cocaína). Entonces, ellos piensan que todas somos iguales. Lo que no saben es que los van a quemar (robar). Hay diferencia entre ellas y nosotras. Yo no estoy por un globito o para que me inviten a fumar. Un globito cuesta 60 pesos. Uno a veces se la rifa”.

Y continúa con una especie de monólogo: “te quieren dar poco y luego te dicen: ‘te voy a pagar al último’. Y entonces yo les digo: ‘mira, no estoy hablando con un borracho, y tú no estás hablando con una drogadicta. Si estamos acordando lo que vamos a hacer, yo te voy a cumplir, pero tú tienes que pagarme primero. Ya a la hora de la hora, ellos se pasan de la raya; es allí donde salen los golpes o algo peor, porque luego no te quieren pagar. Y luego quieren que les haga uno de todo, y eso no. Algunos clientes me preguntan: ‘¿soy el primero?’... Y les contesto: ‘¿para qué quieres que te diga si eres el primero? Si te digo que eres el primero no me vas a decir: mi hija, ten otros 100 pesos. ¿Verdad? Si eres el primero, tercero o quinto, eso no tiene que ver nada. La tarifa son 200 pesos. No podemos cobrar más por la competencia que hay de las malandras”.

Cuenta que lo que peor sobrelleva son los prejuicios de la gente: A esas señoras que nos señalan, yo les pediría que educaran a sus maridos, que por lo menos los enseñaran a que se protejan y se bañen. Esos hombres son los que más andan aquí, y luego pasan con sus señoras y se sienten los muy dignos. Y bien que se sirven de nosotras.

A Irma le gustaría tener la oportunidad de trabajar en otro empleo, pero los sueldos son muy bajos: El problema no es salirse de esto, el problema es sobrevivir. Mis dos hijos van a la escuela. En mi familia soy la mayor de ocho. Mi preocupación es que mi mamá y mi papá tengan dónde vivir. Trato de ayudarlos, pero con mis hijos ya no puedo. Tengo amigas que han puesto sus negocios, pero luego vuelven. No alcanza.

Algunas han logrado salirse. En la misma zona de tolerancia hay un local dedicado a la venta de productos naturistas. Elsa, de 45 años, es su propietaria y fue una de las fundadoras de Las Magdalenas. Hace siete años dejó el trabajo sexual para emprender este negocio.

Durante 17 años soportó el precio de dedicarse al trabajo sexual. Separada, con cinco hijos pequeños, no encontró otra forma de sacarlos adelante. Los dejó a cargo de su madre en el Distrito Federal y se vino a Tijuana a trabajar: Éramos muy extorsionadas por los policías; sufríamos muchos atropellos de las autoridades. Nos amenazaban, había más violencia, pero aprendimos a organizamos para defendernos.

Hace siete años, uno de sus clientes la animó a dejar esa vida. Ella, que siempre había soñado con cambiar, aceptó el amor de ese hombre que ahora es su pareja, y empezó a estudiar secundaria y la preparatoria: Soy como un drogadicto que se quiere rehabilitar. Me ha costado mucho. Se me ha hecho muy difícil, es un cambio de vida de 180 grados.

Sus hijos se vinieron a vivir con ella y ahora tiene cinco nietos que durante la entrevista corren por el negocio: Cuando la gente sabe que trabajé en eso, que es un tema tabú, a veces se me cierran las puertas. Es luchar contra viento y marea. La verdad, ha sido muy duro por los prejuicios, pero he salido adelante. Tengo aquí a todos mis hijos, también por eso lo hice, porque ya ellos están grandes. Cambié de vida por ellos. Todo lo que hago, lo hago con gusto, con placer. Me siento orgullosa y satisfecha. He avanzado mucho.

Entre risas, Elsa confiesa que siempre fue una soñadora, muy luchadora. Y ahora da talleres y charlas a otras mujeres a quienes anima a cambiar de vida y cumplir sus sueños: Es muy difícil superar los malos recuerdos de mi trabajo anterior, pero se logra salir adelante viendo a mis hijos realizados. Yo fui el motor que los impulsó y gracias a eso se cierra cualquier herida.

Ivone, de 38 años, integrante de Las Magdalenas, confiesa que desea dejar el trabajo sexual. Está parada frente a un hotel y espera a su siguiente cliente: Desgraciadamente, ya no es como antes, ya no hay mucho trabajo. Antes tenía la cola de clientes que daba la vuelta. Ahora, al día hago dos. Y cuando muy mal me va, ni uno; ni para una soda.

Tiene dos hijos que mantener, el menor de 10 años: Si no trabajo, no puedo sacarlos adelante; hay que pagar renta, escuela, servicios, comida... y luego sola. El papá nos abandonó. ¿Trabajar en otra cosa? Lo hice un tiempo, pero no completaba. Trabajé en las maquiladoras y no sacaba el mes, no pude. Me pagaban poquito, sólo completaba para mi comida y mi pasaje. La pobreza me llevó a trabajar en esto. Ni modo.

Víctor Clark, que ha asumido la defensa de las trabajadoras sexuales con vehemencia, se siente satisfecho de los logros de Las Magdalenas: Tienen conciencia política y social. Estas mujeres conocen sus derechos; su autoestima es mucho más alta que la de las otras trabajadoras que no están organizadas. Han aprendido que organizarse tiene una ventaja fundamental: la defensa de sus derechos.