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¡Que vivan los putos peronistas!
N

o fue apenas ayer que la teoría moderna de la comunicación planteó que para conocer hay que saber nombrar. En sus vertientes políticas y pedagógicas, la comunicación acompaña a los cambios verdaderos y demanda algo más que la mera información, o los desplantes seudoteóricos de ciertos seudouniversalismos que deshistorizan y descontextualizan la realidad social y cultural de los pueblos.

Ejemplos sobran, y para ello traemos a cuento el ninguneo de un hito fundamental en la historia nacional y popular de América Latina. Me refiero al galardón que la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans, Intersex (ILGA, por sus siglas en inglés) otorgó al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, por “…el papel clave que Argentina jugó en los últimos años en la promoción de la despenalización universal de la homosexualidad” (Estocolmo, diciembre de 2012).

El reconocimiento del ILGA (entidad consultora en la ONU) reviste trascendencia, pues tuvo lugar en momentos en que se difundía un mensaje del papa Benedicto XVI que atacaba el aborto, el matrimonio gay y la eutanasia (calificando a sus promotores de personas que “… no aprecian suficientemente el valor de la vida humana”). Y cuando más de 100 mil manifestantes se pronunciaban en París contra el proyecto de legalizar el matrimonio homosexual (y el derecho a la adopción), que fue promesa del presidente socialista Francois Hollande.

Paradojas: mientras en países desarrollados, como Francia, los políticos esquivaban el asunto y en California una corte penal de apelaciones frenaba la ley que prohíbe una terapia de recuperación que presuntamente vuelve heterosexuales a menores de edad homosexuales (sic), el primer ministro Fredric Reinfeldt se comprometía públicamente a modificar la ley de identidad de género que en Suecia exige pruebas de esterilidad antes de ser reconocido como quien es, más allá del sexo asignado al nacer.

En consecuencia, y como bien apuntó Marta Dillon, Argentina vive una “…silenciosa revolución en curso que pone en primer plano la autonomía, la libertad y el reconocimiento de los otros y las otras, protegiendo desde el Estado también su salud integral” (Página 12, Buenos Aires, 13/12/12).

La lucha de la comunidad homosexual argentina se remonta al año en que se fundó el izquierdista y revolucionario Frente de Liberación Homosexual (FLH, 1971). Lucha tenaz, sacrificada y, vergonzosamente, silenciada en el famoso informe Nunca más, de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (1984), durante la dictadura cívicomilitar (1976-83). El Nunca más precisa el ensañamiento contra argentinos, extranjeros y judíos en particular, omitiendo por presiones de la Iglesia católica la desaparición, tortura y asesinato de 400 homosexuales militantes.

Para la progresía de arriba y de abajo, la homosexualidad continúa siendo un hueso duro de roer. Implícitos o explícitos sectarismos y prejuicios que por delante, por atrás y a los costados de la realidad indican que la lucha será larga todavía.

Por ejemplo, el veterano Pablo Ayala, líder de la Agrupación Putos Peronistas (APP), cuenta que en los años 70 la cúpula del FLH le propuso a Mario Firmenich impulsar la reivindicación sexual, y el jefe guerrillero los despachó con una filípica sobre los huevos que se necesitan para hacer la revolución. Los dirigentes del FLH, diezmados por la Alianza Anticomunista Argentina, le respondieron: “ustedes pondrán los huevos, pero nosotros ponemos el culo…”

Fundada en González Catán, barriada paupérrima del cono urbano bonaerense (La Matanza, 2007), la APP está en vías de constituirse en partido político. En las últimas elecciones municipales obtuvo cerca de 10 mil votos, y su lema deja poco lugar para la discusión: No importa el lugar que uno ocupe en la cama, sino el que ocupe en la lucha.

La APP hace su defensa de la diversidad sexual a través del peronismo que, a su juicio, “…siempre defendió a los humillados y ofendidos”. Y otro de sus lemas, el puto es peronista, el gorila es gay, representa un desafío para los que impulsan las marchas del orgullo gay, pues “… yo y otros compañeros tenemos otras prioridades, como tratar de obtener dinero para comer” (Ayala, BBC, mayo de 2011).

El alto grado de criticidad de la APP descoloca a los homosexuales light, así como a los petulantes y sectarios marxistas despolitizados. Cegados por su desdén u odio al peronismo, los unos tergiversan los avances sociales del kirchnerismo, en tanto los otros, sibilinamente, apoyan causas anticoloniales como la de Malvinas sin nombrar al país o al gobierno que con férrea tenacidad defiende ambas cosas. Y así, el socorrido espectro amplio de la liberación se bloquea, en lugar de agrandarse.

La APP aglutina a la homosexualidad más pobre y marginada de Argentina, sumando sus esfuerzos a organizaciones como la Comunidad Homosexual Argentina (1984), Sociedad de Integración Gay Lésbica, Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (1992), Futuro Transgénico (2000), Federación Lesbiana, Gay, Bi, Trans (2006) y Baruyera (2007).