Opinión
Ver día anteriorMartes 15 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La educación como lucha política
H

ace más de mil años que la educación surgió como espacio de lucha política. La lucha por apoderarse de la mente de los niños y los jóvenes equivale a apoderarse del futuro. Los contenidos de la educación no son sólo conocimiento, son también instrumentos de dominación ideológica. Por eso la lucha por la escuela ha sido siempre una lucha política por los grupos que han intentado predominar en la enseñanza. Como en tantos espacios sociales, la historia de la educación ha estado oscurecida por los intereses políticos en conflicto.

En México los hombres de Estado perdieron la brújula sobre el significado de la educación como vía de dominio, mediante el conocimiento, del mundo natural y social que habitamos, y en su momento el partido único, con una ceguera inaudita, cedió a grupos de ignaros profundos, pero sedientos de poder político y económico, la introducción al conocimiento de los niños y los adolescentes. Por eso hoy la educación básica es un territorio de desastre.

Además, en los años sesenta comenzó la lucha de los privados enriquecidos por apoderarse de al menos una parte de los jóvenes privilegiados que podían tener acceso a la educación (elemental y superior). Ahora conforman las mentes de un tercio de los jóvenes universitarios conforme a su visión del mundo.

Peña Nieto ha dicho que el gobierno, que se supone a todos nos representa, recuperará el control de la educación básica. Ha hecho algunas propuestas valiosas en el camino de esa recuperación, pero aún falta mucho por poner sobre la mesa, en lo que se refiere –nada menos–, que a lo sustantivo: los contenidos de un conocimiento que se desarrolla a ritmos meteóricos, una gestión eficaz de la enseñanza (que no es un asunto puramente técnico) y, más importante aún, la reforma profunda de los métodos pedagógicos; los que están vigentes son antediluvianos. Si éste y los gobiernos que vengan después sostienen un ritmo de reforma e innovación a la altura de la sociedad del conocimiento, en dos o tres décadas habremos hecho la tarea. De muy diversas maneras, esto es así para todos los niveles educativos.

En orden al saber –de todo tipo y nivel–, tenemos en la actualidad aún un problema mayor. El enorme grupo de jóvenes mexicanos que no llegaron a las aulas del nivel terciario (posbachillerato); la mayoría de los que transitaron los niveles básicos y de la educación media superior se quedaron en el mejor de los casos con un barniz cuasi transparente de saberes formales.

En el grupo de edad universitaria (19-24 años) hay, según cifra oficial, una cobertura de alrededor de 35 por ciento. Este indicador, como algunos otros referidos a la educación, adolece de no pocos defectos; desperfectos análogos a los que pueden hallarse en el indicador llamado eficiencia terminal. De modo que, con todos sus imperfecciones, no deja de causar desazón que se nos informe de una cobertura de 35 por ciento y una eficiencia terminal de 50 por ciento. ¿Cuántos son los educados efectivos, y con qué actualidad y calidad de los conocimientos adquiridos?

Más allá de ese tercio del grupo etario del que sólo la mitad termina la licenciatura, están los que se vieron obligados a desertar, más 65 por ciento del grupo etario que nunca llegó a las aulas. Debe agregarse que la licenciatura hoy en día confiere un ralo barniz del conocimiento acumulado en una gran cantidad de disciplinas, dada la aceleradísima velocidad de su desarrollo. Un drama inconmensurable.

En 2012 el grupo de edad de 15 a 29 años era del orden de 28 millones de jóvenes; un grupo que si poseyera algún conocimiento, pequeño pero completo, sería altamente productivo. En 2018 la cifra se aproximará a los 30 millones. Si agregamos grupos de mayor edad, la cifra sin escolaridad formal crece atrozmente. El desarrollo se vislumbra como una tarea titánica.

¿Qué puede hacer la academia –que necesita mil reformas– por quienes están fuera de la academia? La carencia de conocimientos formales abarca muchos millones, pero justamente el que las carencias sean tan grandes permitiría que toda incidencia vigorosa sobre este grupo podría tener –si las cosas se hacen bien– un impacto formidable, porque una proporción seguramente muy significativa de ellos poseen conocimientos empíricos en mil y un oficios.

Conocer, sigla del Consejo de Normalización y Certificación de Competencia Laboral, permaneció mortecino en el sexenio de Fox, y en estado de rigor mortis en el de Calderón: tiempos de la desgracia panista.

Ha llegado la hora de dar vida nuevamente y renovar al Conocer y vincularlo a todo el sistema de educación terciaria. Se trata de evaluar las competencias de alguien que sabe, por ejemplo, más o menos, como reparar un motor diesel de un vehículo o de un barco pesquero, identificar sus carencias, redondear sus conocimientos, los necesarios, para atar los cabos que tenga sueltos, y certificarlo como un técnico en ese oficio. Hágase eso en mil y uno oficios, con el apoyo de las instituciones de educación superior. Tendríamos un aumento notorio en la productividad nacional, en los salarios de los involucrados, en el cierre de brechas con quienes recibieron educación formal, y se le daría de paso un golpe de algún tamaño a la actividad criminal.

El saber empírico de millones tiene que ser reconocido, apreciado y bien remunerado.