Opinión
Ver día anteriorMiércoles 16 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tareas de clase
E

l feroz desprecio hacia Hugo Chávez, lejos de amainar con su crítico estado de salud actual, se recrudece. La propaganda que azuza la discordancia y el descrédito hacia el presidente sureño, en gran parte inducida desde los centros de poder hegemónico, ha surtido efecto, al menos entre determinadas clases sociales de distintos países. México es un caso ejemplar de ello; la inoculación colectiva ha sido por completo eficaz entre las capas medias, en especial las de mejores ingresos. La fobia hacia tal personaje alcanza decibeles pocas veces vistos, ni siquiera la figura de Fidel Castro sufrió tales malquerencias. La visceralidad se trae a flor de piel, rayando lo racial, y poco o nada puede hacerse para que, los ya afectados por las tareas de zapa difusiva puedan abrir sus mentes a otros recuentos y visiones. El análisis de datos específicos, aun los provenientes de fuentes independientes, es rechazado de inmediato al simple conjuro del nombre del venezolano.

Tratar de llevar una discusión ordenada, racional, informada, que intercambie puntos de vista, es casi perder el tiempo. La posibilidad de recapacitar cuando se trata de observar lo que sucede en el país sudamericano se reduce a lo mínimo. Todo se traduce en juicios terminales: es un tirano, estúpido, tramposo, feo, hablador, insoportable: está hundiendo a su país. Un bufón, tal como lo calificó Carlos Fuentes en un arranque de sonoro desprecio. No hay que olvidar, en este preciso aspecto, que el escritor recién fallecido fue amigo cercano del zar de medios venezolanos, Cisneros, con quien vacacionaba con frecuencia. Poco importa entonces que el ingreso per cápita venezolano sea de los tres mejores en Latinoamérica (13 mil dólares), muy por encima del de México, que ocupa un pobre sexto lugar (10 mil 500 dólares). También se ignora la mejoría reciente en la igualdad, medida por el índice de Gini. Venezuela tiene la menor desigualdad en este continente, similar a la canadiense, según datos confiables.

Solicitar que se ponga atención a cifras económicas, logros educativos, de salud y vivienda, elecciones calificadas, interacciones continentales, nuevas concepciones latinoamericanas, es tarea de titanes. Todo retorna al origen de la viral discordancia en la persona de Hugo Chávez. Intentar la descripción del fenómeno venezolano es rechazado de inmediato; las voces se uniforman con desdén inocultable. La labor destructiva llevada a cabo desde dentro de Venezuela y, sobre todo, desde los distintos ambientes decisorios de varios países, en especial los patrocinados o afines a las posturas de la inteligencia estadunidense, no tiene parangón. Chávez ya es, para estos grupos sociales afectados, el demonio de la democracia, el libertino manirroto, el zar de la corrupción, el populista megalómano, el tirano eternizado en el poder. La CNN, y demás agencias noticiosas imperiales, no pierden la ocasión para trasmitir algún complemento informativo negativo, poner énfasis en cualquier escándalo de drogas, de inseguridad, priorizar los muchos juicios condenatorios, terminales, que se emiten por críticos enterados (desde Miami) y que sumen a la encomienda de acabar con el enemigo mayor de la decencia, la libertad, la propiedad y el futuro.

La crisis social chilena, centrada en la desigualdad y la educación privatizada, al ser presentada por los medios masivos –la televisión en primer lugar– se congela en las pantallas como luchas callejeras de estudiantes contra policías. Nada se dice del endeudamiento familiar, de la baja calidad y elevado costo de las escuelas, de la pauperización del trabajo, de la insuficiencia de las cuentas de retiro, de los millones de inconformes y un largo etcétera. El modelo chileno, idealizado por seguidores neoliberales, es preservado a toda costa, incluyendo, claro está, el silencio y la desinformación. Similar fenómeno acontece con el asunto venezolano, pero en sentido inverso. Hasta las mismas manifestaciones de apoyo a Chávez y las preocupaciones por su salud son presentadas como actos compulsivos, llenos de fanatismo, rasgo común, se presupone, entre la masa de color oscuro.

El desconocimiento de las clases medias mexicanas sobre lo que acontece en varios países sudamericanos, en especial Bolivia y Ecuador o, en menor grado, en Argentina o Uruguay, es rampante, discriminador e intencionado. Es por eso que también se ningunean los efectos y preocupaciones que la enfermedad de Chávez causa en esas naciones y sus gobiernos. La pesadumbre que invade a países como Brasil, varios centroamericanos y del Caribe no es suficiente para repensar posiciones ya encallecidas por la intensa propaganda. Poco importa que la presidenta Fernández viaje hasta Cuba para mostrar su congoja con el grave enfermo. O que el de Perú, Humala, haga lo mismo. Y qué decir de la intermediación venezolana en las negociaciones de la paz colombiana, tan incómoda para Estados Unidos. Esos actos, de significación política innegable, son descartados sin discusión y, en su lugar, se aduce, en las pantallas y la radio, la sospechosa cantaleta de siempre: nadie ha visto a Chávez desde tal fecha.

Muy a pesar del efecto demoledor que causa la campaña difusiva fincada en Chávez (y en menor medida en Correa y Evo), pero centrada en realidad en la continuidad del modelo neoliberal vigente, éste está siendo contrariado en amplias regiones latinoamericanas. Y es precisamente ahí, en esos lugares, donde el crecimiento económico es mayor, la mejoría de los beneficios sociales se nota y la riqueza empieza a repartirse con equidad creciente. La pérdida de protagonismo totalizador del empresariado, de las clases medias, las partidocracias, de los enclaves industriales, comerciales y financieros globales, de la hegemonía estadunidense, de la academia y la crítica orgánica, en esos países es considerable. En sentido contrario sobresale, eso sí, la emergencia –como actores y sujetos decisorios– de amplios conjuntos de los de mero abajo y un proceso solidario e integracionista a escala subcontinental.