19 de enero de 2013     Número 64

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Llevando la contraria

Hace un mes hablábamos aquí de los nhú de Texcatepec: de cómo corrieron a los caciques, de su agricultura milpera y del riesgo que supone el que hoy uno de cada diez esté viviendo en Estados Unidos. Porque es cierto que migrando conoces mundo y las remesas alivian carencias e incrementan los haberes familiares, pero preocupa la ruptura de la cadena generacional ocasionada por el alejamiento quizá definitivo de muchos jóvenes. Y es que las estrategias campesinas son de largo plazo, de modo que en tiempos de vacas gordas se crea patrimonio productivo para subsistir cuando enflaquen, y con la migración y desapego de los hijos, esta visión de futuro se hace borrosa.

Pero hoy no hablaré de migraciones sino de ciertos usos y costumbres agrícolas, económicos y políticos que encontré en Texcatepec y que cuestionan la imagen de los campesindios que hemos ido construyendo algunos de los que pretendemos acompañarlos en su andar.

Hay una visión muy socorrida de lo que deben y no deben hacer las comunidades en resistencia. Por ejemplo: debieran abstenerse de emplear agroquímicos en sus cultivos, en lo económico han de ser autónomos y no gestionar recursos públicos y en lo político lo indicado es autogobernarse por usos y costumbres y no meterse con los partidos ni en las elecciones. Pero a los nhú de Texcatepec les dio por ser políticamente incorrectos, de modo que en casi todo se apartan del canon. Veamos.

En la sierra se “hace milpa”, sistema de cultivo que de arranque embona bien con los principios de la agroecología. Sin embargo los otomíes no hacen mucho caso de las recetas con que los agentes externos promueven esa práctica. Por ejemplo, a raíz de la emigración, hay escasez de brazos y se elevaron los jornales, de manera que las familias optan por los manejos agrícolas ahorradores de mano de obra. Así, en cuanto a las labores, la quema sigue siendo habitual y consideran que abandonarla, además de resultar muy trabajoso, traería plagas y fauna dañina. En lo tocante a los agroquímicos, consideran que en ciertas tierras, sobre todo las altas y pobres, el uso de fertilizante es indispensable si se quiere tener cosecha. Y específicamente en lo que respecta a los herbicidas, me informaron que casi todos los aplican, pero cuando –escandalizado– les dije que el Gramoxone era muy dañino, de plano se burlaron de lo atrasado de mi información. Y es que los milperos otomíes conocen bien los muy diversos productos disponibles y emplean aquellos que consideran menos tóxicos y compatibles con las siembras asociadas. Finalmente la socorrida recomendación de entreverar en la milpa, leguminosas que hacen suelo, conservan la humedad y nitrogenan, es mayoritariamente rechazada porque el trabajo aumenta mucho y entre las plantas se ocultan las serpientes. “El ‘nescafé’ cría vívoras”, dicen.

El desapego al manual agroecológico no significa, sin embargo, que los ñhú no preserven e intercambien las semillas criollas, no conserven la fertilidad de los suelos mediante la rotación entre cereales y leguminosas y ateniéndose al ciclo largo monte-maíz-potrero-monte, no practiquen sistemáticamente el policultivo: maíz, frijol, calabaza, chile, tomatillo, camote…, todo lo cual les proporciona una sólida seguridad alimentaria. Los otomíes de Texcatepec no aplican la receta pero sin duda saben lo que hacen.

En la región es largo el obituario de proyectos productivos con financiamiento público que fracasaron y algunos de aquellos que antaño los promovían quedaron escamados. Sin embargo hace un par de años los miembros del Comité de Defensa Campesino (CDC) y de la Unión Campesina Zapatista (UCZ), dos organizaciones hermanas que marchan juntas, decidieron volverlos a gestionar.

Y es que en tiempos de elecciones, tanto locales como estatales y nacionales, la derrama clientelar de recursos fiscales se hace torrente y, pese a que CDC y UCZ no son corporativas, en las asambleas la gente comenzaba a preguntarse: “¿Por qué los panistas y los priistas reciben recursos públicos para proyectos productivos y nosotros no?”. Sensible a la demanda, la directiva evaluó los pros y los contras, apercibió a los campesinos de los peligros que entraña entrar en ese terreno, diseñó criterios para minimizar los riesgos y emprendió la gestión de proyectos cuyo sentido primordial es la subsistencia y no tanto el negocio o el mercado.

Dos años después están en marcha 14 pequeños emprendimientos asociativos, algunos de ganado mayor, otros de puercos, una panadería, una tienda de ropa…, que fueron financiados con recursos de diferentes fuentes, sobre todo de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indios (CDI). Los proyectos fueron seleccionados por las comunidades en asamblea y de manera participativa, para evitar que fuera motivo de división el que en un primer momento unos recibieran apoyos y otros no, y para garantizar que su gestión sea transparente.

El trato con la CDI es tortuoso, sus normas barrocas y el papeleo una monserga. Por si fuera poco, la gestión de proyectos económicos asociativos palanqueados con financiamiento del gobierno es un terreno resbaladizo. Pero las necesidades existen y la gente tiene derecho a los recursos públicos. Ahora que estuve ahí, pude ver las porquerizas en construcción, comer el buen pan que hacen las cooperativistas, mercar un par de rojos paliacates en la tienda de ropa y, sobre todo, pude ver a la gente sonriente y orgullosa de sus nuevas actividades. Les puede salir cola, cierto, pero vale la pena correr el riesgo.

Los campesindios de la región comenzaron a participar ordenadamente en las elecciones municipales hace unos 20 años, tiempo después de que en 1983 se agruparon en el CDC y en 1986 en la UCZ. Su propósito es que ocupen las alcaldías personas identificadas con el pueblo, no con los caciques, y para lograrlo han impulsado sus candidatos por medio de partidos de oposición como el PRD y el PT.

En el municipio otomí de Texcatepec los candidatos de CDC registrados por el PRD ganaron cinco veces sucesivas la alcaldía y sólo la perdieron en las dos últimas elecciones, en la más reciente por apenas cuatro votos. Según me dijeron se proponen recuperarla. En el municipio tepehua de Tlachichilco también ha ganado la izquierda en dos ocasiones por medio de candidatos postulados por el PRD, y en el municipio nahua de Zontecomatlan han llegado a la alcaldía candidatos campesinos registrados por el PT.

En términos generales los alcaldes progresistas lo han hecho bien y la experiencia electoral ha sido positiva.

Sin duda hay riesgos. Al operar por el sistema de partidos, las elecciones dividen a los pueblos entre adherentes de uno u otro instituto, cuando algunos indianistas desearían que la perversa “política” no tocara la impoluta unidad comunitaria. Sin embargo lo cierto es que, cuando menos en esta región, los alineamientos en torno a las diversas opciones partidistas sólo transitoriamente se ponen en primer plano y, por lo general, las tensiones que provocan son manejables, de modo que pasados los comicios la comunidad restaura su cohesión en torno a los problemas compartidos, la fiesta, la costumbre…

Que algunos serranos de la Huasteca sean contreras y una parte de sus prácticas agrícolas, económicas y políticas se desvíe del canon, no resta méritos a los principios de la agroecología, ni cuestiona la validez de la autosostenibilidad económica, ni pone en entredicho las virtudes de la autonomía india. Interpela, sí, al integrismo con que, desde fuera, se predican ciertos valores. Y es que los agroquímicos –bien usados– son compatibles con la sostenibilidad ambiental, el acceso a los recursos públicos no necesariamente invalida la autogestión y está visto que las comunidades indígenas organizadas y cohesivas pueden interactuar con los partidos políticos sin morir en el intento.

Sin duda emplear agroquímicos, recibir recursos públicos y aliarse con los políticos profesionales conlleva el riesgo de contaminar el entorno, caer en el clientelismo y partidizar la vida comunitaria. Pero para muchos es un riesgo necesario. Y los que piensan que las comunidades organizadas no lo van a poder manejar es porque en el fondo confían muy poco en los campesindios. Además de que es muy fácil llamar a desyerbar manualmente, sin que el convocante tenga siquiera que agacharse; es muy cómodo alertar contra los efectos corrosivos del dinero del mal gobierno mientras se disfruta del gasto público que se concentra en las ciudades; es muy sencillo satanizar la participación electoral cundo cuando no se vive en pueblo chico, donde el día a día depende de las veleidades de un alcalde.

***

Me despido de los otomíes de Texcatepec, que nos han acompañado en dos entregas del suplemento, con la remembranza de un amanecer que resultó mágico:

Porque estuve en su tierra, ahora entiendo a qué se debe que los ñhú avecindados en el Bronx regresen a Pericón. Es que ahí los cerros hablan. Tantas y tan encontradas son las cumbres que rodean el poblado, que durante la fiesta de Todos los Santos el eco multiplica los tronidos de los cohetes, en una telúrica conversación que se aleja rebotando por las cañadas…

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